EVA

Ahi teneis una historia con principio, final e influencias claramente marcadas. Salud.




EVA


Aquí estoy sentada, metro setenta de carne blanca sentada en una silla de hierro. Estoy sentada porque no estoy de pie. Simplemente. Estoy sentada porque es domingo por la tarde y estoy mareada. Y cubierta completamente de mi propia sangre.
Mi vestido de gasa verde agua solo es un pergamino acartonado por la sangre seca. No le recomiendo a nadie la sensacion de notar tus axilas pegajosas por la sangre. Y los muslos. Y los pliegues del cuello. No le recomiendo a nadie morir de esta manera tan absurda. Tan terrorífica.
Estoy esperando empezar a ver toda mi vida tras los párpados. Como si fuera una última señal antes de morirme definitivamente. Repentinamente. Solitariamente. Falsamente.
Justo anoche me puse mi mejor esmalte de uñas. Cereza. Justo anoche me depilé todo el vello del cuerpo. Anoche recorté las uñas de mis piececitos de princesa. Anoche retoqué mi peinado habitual, mis mechas largas. Mis mechones cortos. Es curioso que anoche me aplicara un tinte último modelo negro puro y ahora estoy aquí sentada, totalmente roja como si fuera un trozo de tomate podrido, esperando, totalmente desquiciada, a la muerte. Jamás pensé que sería así.

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Tenía quince años y ya era todo una belleza. Mis tetas eran objeto de infinitas marturbaciones en clase. Y lo sabía. Y me gustaba. Tenía quince años cuando mi padre entraba en la habitación mientras dormía, o al menos eso pensaba él, y se sentaba en la cama junto a mis pies. Entre los párpados medio cerrados, lo veia mirar fijamente mis pies, con las manos temblorosas. Luego, a los diez minutos y tras armarse de valor, miraba fijamente mis tetas tras el camisón, sueltas sin sujetador. A partir de esa temporada, nunca mas volví a dormir bocaarriba. Cerraba los ojos, dejandome llevar y notaba como unos dedos tibios y expertos subian el camisón, ya subido por encima de la cintura debido a mis movimientos entre sueños, por encima de mis tetas a la altura del cuello. Sentía como esos mismos dedos calientes retorcian mis pezones, masajaban mis tetas y mis bragas húmedas. A los cínco minutos de tocamientos, todo cesaba según mi sentido del tacto, para dar paso al oído. Podía notar vibraciones en el ambiente. Oía movimientos rapidos y lubricados. Chas chas chas chas chas chas. Suspiros. Entonces era cuando me permitia abrir un pequeño párpado y ver a mi padre, masturbandose a escasos veinte centimetros de mi boca. A veces incluso frotaba ligeramente su glande contra mis labios entreabiertos. No tardaba mucho en llegar el momento de apartarse y correrse sobre un trapo de cocina, para no dejar muestras. Tenía quince años cuando me despertaba, recordando lo ocurrido y buscaba pequeñas perlas de semen extraviadas por el parqué del suelo. Normalmente no encontraba mas de una por sesión. La frotaba contra la yema de mi dedo indice derecho. Esa sustancia fría y viscosa. Mis hermanitos estaban ahí dentro, moribundos. A pesar de ser hija única, sentía como compartía la habitacion todas las noches con mi hermano prematuro.

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Tenía diecinueve años y un novio estable. Estaba enamorada y entregada totalmente a él. Era dos años mayor que yo y estudiaba Ingeniería Química. De ahí su aficción por las drogas de diseño. Fue una época deshinibida, feliz y drogada. Vivíamos juntos en un apartamento de no mas de cincuenta metros cuadrados llenos de baldosas blancas y negras, cortinas psicodélicas y muebles de diseño regalados por nuestros padres. Pasaba la mayor parte del tiempo en mis clases de interpretación. Cuando no era una mujer violada por un octogenario era tripulante de un crucero de lujo lleno de misterio y asesinos. Cuando no lloraba con colirio, lloraba porque me habia sentado mal la última raya de speed. Cuando no fingía un orgasmo, el orgasmo fingía por mí. Fue una temporada feliz, llena de vodkas con speed, licor de manzana con cocaína y preservativos con sabor a fresa ácida. Eramos una pareja moderna modélica. Con nuestras zapatillas iguales, nuestros bolsos de imitación piel, nuestras pulseras de pinchos de colores, nuestras greñas atusadas y quirúrgicamente peinadas y nuetro dinero regalado por padres pagadores de facturas. Televidentes anodinos.
Todo nos iba estupendamente bien hasta la sobredosis y el accidente de trafico en el que perdí la movilidad de los dedos del pie derecho, el bolso y la aficción a las drogas duras. Él perdió la cartera, el coche regalado Nissan, el zapato izquierdo de legítima piel, la mano que tenia sobre la ventanilla semiabierta, un pulmón, la parte derecha del rostro, los dientes por completo, un ojo, una rótula, las clavículas, la mandíbula, el treinta por ciento de la masa encefálica y la vida. Por lo que yo tambien perdí un novio.


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Tenía veinte años cuando trabajaba de modelo de dientes en un famosísimo anuncio de Colgate en el que solo tenía que repetir mil veces: Puede que sea perfecta pero no voy a ninguna parte sin mi colgate. Tenía veinte años cuando llamaron por telefono a las dos de la madrugada y supe que algo malo había pasado. Una amiga violada. Una madre con trombosis cerebral. Un fantasma del mas allá. Algo malo, seguro.
-¿es usted Eva?
-sí
-su padre ha muerto. Lo siento.
Clik.
Unos cuantos mechones rubios inundaron mi cara. Mi padre habia muerto de repente. El que me tocaba las tetas. El que me regalaba su dinero intentando comprar mi silencio.
Tenía veinte años cuando me dijeron que mi padre se había suicidado. Descargó un cartucho de su escopeta de caza en su boca, desintegrando su cabeza por completo. Esparciendo un infernal gotelé sanguinolento sobre la pared norte de mi antígua habitación.
Tenía veinte años cuando descubrí que mi padre se suicidó por mí. Mas concretamente, porque era su hija. Era su hija pequeña y blanquita y nunca podría ser su amante. Es triste enterarse de todo esto en un momento en el que amaba tanto mi vida y mi cuerpo, que no pude mas que alegrarme de su muerte, pensando que me escapaba para siempre de una futura violación. Mi padre era un obseso sexual. Quería desgarrarme. Lo comprendí cuando tenía veinte años, mi padre se pegó un tiro con mi camisón puesto y un consolador metido en el peludo culo.


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Tenía veintidos años cuando me enganché al Trankimazín y al Válium. Cada cuatro horas tenía la imperiosa necesidad de tomarme dos o tres pastillas de éstas, a poder ser, con un enorme trago de Cola-Cola. Sensación de Vivir. Mi vida era ahora la vida de cualquier modelo de dientes. Solo me diferenciaba de resto de las modelos en un ligero matiz: yo no era anoréxica. Fumaba dos paquetes de Marlboro al día. Media botella de licor de manzana cada noche, tumbada en el sofá, totalmente ida por el Trankimazín, viendo Discovery Channel. Monos con el culo escocido, jirafas que se rompen el cuello al bajar a beber. Dalí con la cara llena de hormigas muertas, Nueva York nunca volvió a ser la misma desde el 11-S, Nestlé registró la palabra Felicidad en Francia. Camuflaje natural. Osos panda. Todo lleno de osos panda.
Tenía veintidos años cuando aborté. Feto abortado producto de una noche loca con un productor de cine. Seguro que el feto tenía su cara, a pesar de no medir mas de cinco centímetros. Tenía veintidos años cuando mi vida se derrumbaba lentamente y hacia el olvido. Cuando jugaba a follar sin condón. Por delante y por detras. Insensibilizada por el Prozac, el Trankimazín, el Válium, el Percodán, y el Optalidón. Cuando protagonizaba anuncios de Colgate, con la mirada vacía. Cuando asistía a pre-estrenos de mano de un famoso productor de cine. El mismo que me estimulaba el ano con el mango de una cuchara de madera.


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Tenía veintitres años y tres meses cuando el segudo accidente de coche, marcó el final del segundo tiempo del partido de mi vida. Mi cabeza llena de nuevo de cocaína y speed, fue a parar contra un cristal retrovisor demasiado blando justo cuando colisioné a ciento ochenta contra el coche de delante. Perdí parte del pómulo derecho y tenía una cicatriz diagonal encima del ojo derecho también. Mi boca llena de saliva fue a parar contra el volante, saltando dientes, justo cuando el coche de atrás colisionó contra el mío. Un Porsche Boxter magnífico, regalo de mi novio el multimillonario productor. El mismo multimillonario que me dio la patada en el culo cuando echó en falta tres dientes y un pómulo. El mismo tipo de patada en el culo que me dio Colgate. El mismo dentífrico que ya no tenia sentido seguir usando sin dientes.


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Tengo veintitres años y cinco meses y se me ha acabado el dinero ahorrado. No puedo comprar drogas, porque tengo una terrible enfermedad venerea y nadie se quiere acostar con un coño enrojecido, con bultos y pus. Ni siquiera el ano se libra de la invasión extraterrestre. Mi amigo Mac ha acampado en mi pubis, perfectamente rasurado pero sin vida social ni laboral. No tengo dinero ni siquiera para Válium. Ni siquiera para un bote de alcohol del 96 para emborracharme vilmente y sacar las fuerzas necesarias para ir al ginecólogo. A soportar la bronca de un bigotudo doctor, atisbador de coños viejos. No tengo fuerzas para soportar al pegajoso Doctor Anal Intruder. No tengo dinero para llorar y sentir lástima. No me doy pena. Una persona con pus en la entrepierna y con el síndrome de abstinencia nunca debe dar pena. Ni siquiera pensando en el posible hecho de que se corte las venas con un cuchillo de untar. No merece la pena. Era una Marilyn Monroe venida a menos. Un triste versión de una triste versión de una triste versión de YO misma intentando ser Marilyn Monroe.


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Hace tres horas quemé toda mi ropa y la lancé por el balcón. Rompí todos los platos de porcelana buena contra los cuadros de las paredes. El Grito de Munch fue derribado por una Ensaladera de Combate. Aquel chico con el pene rojo de Schiele quedó hecho añicos a causa de un bombardeo de vasos Duralex sin compasión. El exprimidor de diseño, que más bien deberia llamarse Transbordador Espacial de naranjas, ha ido a parar contra la televisión de muchísimas pulgadas y muchísimo plasma. Hace dos horas he abierto el grifo de la bañera negra con patas de hierro forjado, regalo de mi queridísimo novio el Multimillonario Productor. No siento el dolor a pesar de que ando buscándolo por todos los rincones de la casa. Lo he buscado en el salón, golpeando el único pómulo que me queda con el mando a distancia. Lo he buscado en la cocina, haciendome cortes en los brazos con los cuchillos de sierra. Arañándome las perfectas tetas blanquitas (más pezón oscuro) con el rallador. Introduciendome, añorando los viejos tiempos, la cuchara de madera por el culo. Y de paso he saludado a E.T y a Kim Basinger en Mi Novia en una Extraterrestre, que ahora viven en esa zona residencial. He buscado el dolor en el cuarto de baño, pasandome el micrófono de la ducha con agua hirviendo sobre los bultos de mi debilitada vagina. Lacerando trozos de muslo con cuchillas de afeitar. Cortandome un pezón con las tijeras. Lo he buscado por todas partes y no lo encuentro. No siento el dolor, solo la sangre correosa, pegajosa sobre mis axilas y mis muslos. Mis tetas ahora parecen dos cabezas reducidas por jíbaros con caretas de spider-man.


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Hace dos horas de todo eso y sigo sin encontrar el dolor. Solo en mi cerebro, que se va quedando sin sangre. Aqui sentada en esta silla. Lo único que queda de pie en esta casa. Una casa sin drogas. Miro mis brazos y solo veo venas muriendo, cartílagos, falanges. Miro mis muslos y solo veo suciedad. No he sabido aprovechar el poder de mis musculos constrictores. Soy una boa abotargada. Terriblemente bien depilada y abotargada en mi propio trono de miseria drogadíctica. He estado dos horas aquí sentada esperando ver pasar por delante de mis cansados párpados toda mi vida pero, me temo que he malgastado tanto tanto tanto tanto tanto tanto mi vida que no tengo nada que ver. Y aqui me tienes, convertida en un enorme charco de sangre por tu culpa papá. Nunca te perdonaré el suicidio y no haber compartido todo ese semen con mi boca. Yo también te amaba lo suficiente como para tragarmelo todo. Solo tenías que seguir un poco más, hasta despertarme. Un poco más hasta la superación de la verguenza. Es por tu culpa que yo haya hecho esos estúpidos anuncios mostrándote tras la television mi boca abierta y reluciente, esperando tus descargas seminales. Es por tu culpa que me esté muriendo. Por haberme hecho nacer del mismo líquido que necesitaba tragar. Es todo por tu culpa. Si estoy aquí es para olvidarte para siempre. Para no pensar más en tí. Para no pensar más en mí. Para no más Válium. Para no más Trankimazín. Para no más cocaína. Para no más anuncios. Para no más Multimillonario Productor. Para no más perlas sobre el parqué. Para no más Doctor Anal Intruder. Para no más Nissan en forma de acordeón. Para no más Yo. Estoy cansada de ser solo yo. Estoy arrepentida de no poder seguir pensando, porque no me queda casi sangre en el cuerpo. Porque me estoy muriendo. Estoy arrepentida de no poder seguir odiándote y bailando sobre tu tumba. Estoy arrepentida...

Tenía veintitres años, cinco meses y cuatro horas cuando al fín marqué mi único gran gol y se acabó la prórroga del partido de mi vida.

F I N

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