Hermann, ¿me oyes?


Yo

en cambio

no he elegido sucumbir.

Aguantaré mi triple vida

todo lo que pueda.

Cada vez

tengo más fugas

y menos planes de escape.

Hoy por hoy

ya se el final de la película.

Y no es bonito,

porque es mi fraude

quien elige.

Me sentía mejor cuando David Foster Wallace estaba vivo y ésta foto no me importaba.


Alli crece la flor de mi desidia.

La polución que me acompaña.

El ángel con ataques de tos.

Esto no habla de cómo van mis días,

esto habla de mí

y mi revisión decadentista

de la comida y postres

del día de navidad.

De la evacuación del planeta

en el último minuto

antes del nerviosismo químico.

Del pulso mental crujiente

del sistema qwerty

en mi desilusión.

“El lento y prolongado

desorden de los sentidos”

Olvídate de los clásicos,

olvídate de leer para ser inteligente

porque es mentira.

Olvídate de pensar que la evasión sustancial

no es producente

porque es lo único que te ata,

te tranquiliza

y te destruye.

Siendo la destrucción

lo más puro que te pueda ocurrir.

No se que saldrá

pero el puerto aún queda lejos

de noche no veo mucho

los faros se han fundido

y tengo la sensación

de que alguien se ha dormido

sobre mis ideas positivas.

Abrazo el regalo de la soledad

desde lo alto,

miro al cielo

y solo veo neón.

“El neón de siempre.”

Moriréis cien veces



Moriréis cien veces

moriréis cien veces

moriréis cien veces

moriréis cien veces

cristales rotos de mi memoria,

moriréis cien veces

sin utilizar el copypaste

cristales rotos de mi memoria,

moriréis cien veces

y el dolor se confundirá

con el sufrimiento.

Moriréis cien veces,

lloraréis mientras esnifáis,

cristales rotos de mi memoria,

no comeréis nada,

no dormiréis,

pensaréis que estáis en el fondo,

cristales rotos de mi memoria,

moriréis cien mil veces

y al día siguiente

será peor

y peor

y peor

y peor

y volveréis a morir cien veces,

cristales rotos de mi memoria,

resbalaréis por mis mejillas

como cera hirviendo

y moriréis cien mil veces

y al día siguente será peor

y peor

y peor

y peor.

Buscaréis pasos de cebra

donde solo hay ruina

y moriréis cien veces.

Déjame Star


Vamos a ver

literalmente.

A ver,

soy egoísta

realmente

todo lo que me interesa

es porque implica

cualquier tipo de beneficio

y

cuando éste ya no es posible

deja de interesarme.

Soy egoísta.

Pero acaso ¿no es lo normal?

¿Alguien?

A ver,

soy egoísta

rio cuando está legalmente

ESTIPULADO

que aumentará los valores de

amistad-con-algún-interés.

Solo me importo

y me preocupo

y me atosigo

y me relamo

y me revuelco.

¡Hogueras Ethernet!

Aunque no me lo crea del todo,

soy yo el que está vivo

dentro de este cuerpo

y el que lo tiene que soportar.

A ver, sí

soy egoísta

soy un buen actor

cuando hay gente delante.

Lo siento por todo el mundo

(bueno no)

pero

mi comportamiento

todo

es una careta que utilizo

para no dar explicaciones.

Y cuando digo TODO

es todoelmundo, claro.

A ver,

soy egoísta

pero soy consciente de TODO

siendo TODO

la palabra más repetida

cuando se quiere enfatizar

algo

o

cuando se quiere representar

el vacío de la eclosión destemporal.

Soy egoísta.

Y cuando entonces digo que

nopasanada

queyosepa-no

noesportí

déjamestar

nada

erestú

yonohesido

o

perdonaporenésimavez

es porque realmente lo soy;

todo lo que veis es una inmensa

escena tranquila.

Recordad para más tarde:

Escena Tranquila.

Porque más tarde,

cuando os pida que hagáis

como que no existo,

pensaréis que viví

en la más caótica

desenfrenada

terrorífica

insípida

tétrica

agresiva

veloz

e

imparable agonía.

Y no será verdad.

Porque la única verdad

es mi deseo de estar tranquilo,

la obsesión

y el egoísmo.

Ahora caigo


Las balas no llegan en los sueños,

los ardores que me comen el estómago no llegan

tampoco.

El dolor de rodillas,

mis bisagras rotas,

en sueños no chirrían.

Los labios

cuando sueño no me escuecen en el costado.

El Peso de la Humanidad

no me alcanza,

al fin comprendo entonces

la rueda de la naturaleza.

La afonía de violín roto

en los sueños no me toca.

La ironía de mi desastre tampoco.

La velocidad de vértigo tampoco.

La normalidad que me desquicia tampoco.

El sentimiento de monstruosidad tampoco.

¿Por qué tú sí?

¿Por qué siempre estoy al borde de una ventana?

Escena eliminada


“Y ahora no me jodas

y no me digas

que no es rabia

lo que sientes”,

dijo un personaje cualquiera

de un momento cualquiera

de esta parte

de la película de mi vida.

Miriápodos



He estado haciendo triturados para enfermos.

De carne.

De huevo con zanahoria y cebolla.

Todo espesado con fécula de patata.

También he hecho quince paellas de arroz negro.

Judías verdes con chorizo.

Que es lo que he comido,

pero sin chorizo.

Solo salteadas con cebolla

como me gustan.

He logrado

pelar la naranja

con uno de esos cuchillos de hospital

que no cortan ni el aire,

me la he tragado casi entera.

Te he llamado siete veces.

Luego un yogur natural

y un café americano con tres de azúcar.

Pero todo estaba asqueroso.

Colinas de ceniza y un reloj de arena.

Un buitre que pide su parte del botín.

Unos dientes podridos que roen

los huesos de la cadera de Isaac Asimov.

Gotas de ácidos sulfúrico

resbalando por la frente de Ian Curtis.

El infierno de cuchillos hirviendo.

El sabor amargo de las seis de la mañana

sobre los labios de Anna Karina en “Vivre sa vie”.

Ahora es así todo.

Porque el universo se ha desdoblado.

Otra vez se ha doblado para adentro.

Otra vez el peso de la Humanidad

levanta el mío sin magia.

Otra maldita vez se ha desdibujado el boceto

de un día tranquilo.

Se ha roto el cristal visor

no huelo nada

las uñas no crecen al ritmo que me las como

y los trozos se clavan siempre en el hígado

y en la garganta

y en el esófago,

que me arde.

Y cuando me arde

me arde como colesterol,

como manchas de sangre,

como símbolos del dólar girando frenéticamente

y suena como un llanto de bebé

en la morgue abandonada de mi mente,

rebotando en las superficies de acero,

inundando los huecos

que dejan los cadáveres blancos y blandos,

haciendo vibrar,

por última vez,

la extensión inexacta

de la muerte.

Colinas de ceniza hasta las rodillas y un reloj de arena.

Buitres y corona de flores.

Incomunicación de miriápodos.

Guitarras clásicas desafinadas como contrabajos

que del estertor de su cuerda gorda

se materializan

se reproducen

se separan

y mueren.

Colinas de ceniza hasta el cuello,

hasta la boca,

hasta la frente.

Y un reloj de arena.

Sol de invierno



Hace sol pero frío.

Las calles están llenas de hojas,

de representaciones matemáticas

de la secuencia de Fibonacci.

Un gorro de lana

y una chaqueta de aviador

con las solapas gigantescas.

Niños jugando,

queriendo ser adultos.

Perros peleando sin ganas de ganar,

solo marcando el absurdo territorio de sus derrotas.

Esquinas redondeadas.

El universo sigue su curso

como el tren de la canción de Tom Waits.

Ya mismo es dos mil once

y casi parece un chiste de informáticos.

He salido a dar una vuelta

y me ha venido un flash.

He recordado cosas

y se ha ido el sol.

Los niños,

los perros,

los cánticos,

los rituales auriculares,

el calor,

el olor,

la brújula de mi llavero y

tres meses ya de rumor constante de coches.

Te he visto,

con aquella chaqueta vaquera que tenías

con el pelo rubio,

la mirada de “faltan cinco pasos”

y el olor a flores,

caminando hacia mí.

Todo ha ardido

cayendo hacia los lados

y no hay nada más

caminando hacia mí.

Cada día

me despierto en una vida

que se parece a la mía

pero que no lo es.

Colinas de ceniza

He estado haciendo triturados para enfermos.

De carne.

De huevo con zanahoria y cebolla.

Todo espesado con fécula de patata.

También he hecho quince paellas de arroz negro.

Judías verdes con chorizo.

Que es lo que he comido,

pero sin chorizo.

Solo salteadas con cebolla

como me gustan.

He logrado

pelar la naranja

con uno de esos cuchillos de hospital

que no cortan ni el aire,

me la he tragado casi entera.

Te he llamado siete veces.

Luego un yogur natural

y un café americano con tres de azúcar.

Pero todo estaba asqueroso.

Colinas de ceniza y un reloj de arena.

Un buitre que pide su parte del botín.

Unos dientes podridos que roen

los huesos de la cadera de Isaac Asimov.

Gotas de ácidos sulfúrico

resbalando por la frente de Ian Curtis.

El infierno de cuchillos hirviendo.

El sabor amargo de las seis de la mañana

sobre los labios de Anna Karina en “Vivre sa vie”.

Ahora es así todo.

Porque el universo se ha desdoblado.

Otra vez se ha doblado para adentro.

Otra vez el peso de la Humanidad

levanta el mío sin magia.

Otra maldita vez se ha desdibujado el boceto

de un día tranquilo.

Se ha roto el cristal visor

no huelo nada

las uñas no crecen al ritmo que me las como

y los trozos se clavan siempre en el hígado

y en la garganta

y en el esófago,

que me arde.

Y cuando me arde

me arde como colesterol,

como manchas de sangre,

como símbolos del dólar girando frenéticamente

y suena como un llanto de bebé

en la morgue abandonada de mi mente,

rebotando en las superficies de acero,

inundando los huecos

que dejan los cadáveres blancos y blandos,

haciendo vibrar,

por última vez,

la extensión inexacta

de la muerte.

Colinas de ceniza hasta las rodillas y un reloj de arena.

Buitres y corona de flores.

Incomunicación de miriápodos.

Guitarras clásicas desafinadas como contrabajos

que del estertor de su cuerda gorda

se materializan

se reproducen

se separan

y mueren.

Colinas de ceniza hasta el cuello,

hasta la boca,

hasta la frente.

Y un reloj de arena.

Lleva tu rencor como una corona de negatividad



Como un estandarte de negatividad

porque

malgastar el tiempo

es no dormir

el sueño infinito de la calma,

la onda sinusoidal de la vida.

malgastar el tiempo es estar despierto,

cansado, triste,

abotargado;

el real durmiente en un mundo

que va demasiado deprisa.

malgastar la vida

es buscar el lado

más alejado del sufrimiento,

como un conejo que oye disparos en Dolby surround.

no hay que conformarse con el oxígeno,

ni con la testosterona,

estamos aquí para destruir el universo

resumido en nuestra efímera estación sentimental.

Definir es lo más parecido a fracasar.

Y fracasar sí que es malgastar el alma.

Me gustaría empezar de cero

para poder ver mi caída desde otro ángulo.

¿Y cómo va tu batalla, marinero?


¿Cómo vas con tu batalla?

Es maravilloso no saber que hacer

y vagar por la ciudad como una moneda.

Es extremadamente maravilloso

pasar todo el día pensando

en lo único que te hace sentir

como un pedazo de carne cortado a lonchas

con una de esas máquinas que hacen zeeep.

Es tan poético imaginar conversaciones

que nunca,

y cuando digo nunca

es nunca jamás,

van a tener lugar,

que creo que voy a aplaudir

con las ganas de una sardina.

Con las escamas de mi quitina mental arrasada.

Imagina por un momento

que toda la humanidad

sobrevuela un campo de batalla.

Lleno de trozos de metal negro doblado.

Trozos de cuerpos carbonizados.

Pedazos de vidas.

Recortes fotográficos.

Un lavabo roto.

Un piano que parece que sonría.

Humo. Tierra. Nada.

Yo tengo el mío.

Monstruoso. Impuro. Cotidiano.

Lleno de trozos de metal negro doblado.

Trozos de cuerpos carbonizados.

Pedazos de vidas. Ilusiones. Indirectas.

Retales de posibilidades. Muertas.

Un motor a gasolina. Muerto.

Olor a sangre hirviendo. Desidia.

Barricadas de libros de bolsillo. La pérdida…

Qué día no me costará la vida mirar al frente

y decir:

“la batalla la perdí”.

La luz

Nadie debería asomarse a eso que llaman vida

sin esperar caerse por el agujero.

Qué día no me pregunto si hay algo más triste

que tener los ingredientes de la felicidad

y no parar de pensar en personas

que entran dentro de otras personas.

Rezando para que se fuese la luz

…y ahora le tengo miedo a las sombras.

A las imaginaciones que me traen.

A no poder dejar de husmear.

A que oscurezca en horario infantil.

A que se mezclen las piernas,

se cierren los ojos y se vean bocas entreabiertas

que al abrirlos desaparezcan.

Esta tarde he pasado por una librería religiosa

de la que salían sermones por un altavoz

intentando empatizar con mis pensamientos

como los horóscopos de los periódicos,

¿quién habla aquí de redención,

de pecado

o de culpa?

Hablo de la enfermedad de no poder descansar,

del flaco favor,

invisible tortura china,

de no imaginar lo irreal,

de enfrentarme,

como un barco de papel se enfrenta a un anuncio de chicles,

al terrible hecho de que

siempre hay personas

que entran dentro de otras personas

y personas

que escriben textos terribles

con su hija pequeña

al lado,

jugueteando con un bolígrafo de cuatro colores.

Triple vida



De quien hablo no es de mí mismo.

Hablo de alguien que no puede soportar

muchas pequeñas etapas de la vida.

Alguien que hace años que

no consigue emparejar los calcetines.

Un hombre alto,

joven y con andares de terrateniente despojado.

Una persona que

no logra entrar en cualquier bar

a comer cualquier cosa cuando va solo.

Puede pasar dos horas intentando encontrar el bar ideal

para comerse un bocadillo de mierda.

De quien hablo no es de mí mismo.

Hablo de alguien que

no aguanta la cotidiana marea de los acontecimientos.

Obsesionado con la experiencia estética platónica

que tantos cuchillazos en el vientre le ha ocasionado.

Alguien que es blanco y es negro.

Un monstruo mutante que se alimenta de inactividad.

¡El monstruo mutante que se alimenta de inactividad!

De quien hablo no es de mí mismo.

Pero sí de la imagen que vivo de mí.

Falsa y real

parecida a la agonía de occidente

representada en la necesidad de compartir miserias,

porque

hablo de alguien que se desangra

agarrándose las tripas

como se agarran los recuerdos de 10.000 días

al alféizar de la ventana.

O como cuando el mundo se vuelve oscuro


Que parece que todo se ha podrido

Y los detalles más nímios

Se convierten en grandes conspiraciones destructivas

Para que todo salga mal

Y pienses en morir sin decir

Adiós.

O como cuando no soportas la terrible normalidad

De los días de truenos y relámpagos

Y no eres capaz de salir a comprar espuma de afeitar

Porque no,

Una vida no puede estar tan programada

Y ser partícipe de su propio fluir,

Sano e imperturbable,

Por la corriente circular evolutiva.

O Como cuando intentas huir de las metáforas aplicables

A los encuentros intersociales deliberadamente atrofiados

Y no puedes dejar de pensar

Por encima de las voces

Las ganas que tienes de comer.

De comertelos a todos,

De engullir el mundo entero, deglutirlo

Y poder estar al fin tranquilo.

O como cuando quieres pero no quieres

Y acaba decidiendo la quietud.

O el paso del tiempo.

O el fin de la estación.

O Dios.

O nadie.

Una semana y media con dolor de rodillas.

Bueno,

hasta incluso

puede que al final

tengas la suerte

de ocupar tu tiempo de alguna manera

que no te haga pensar en funerarias.

Porque el juez siempre da su golpe de martillo

con la misma presión

aunque desde la ingravidez insalubre

en la que te meces

parezca que se ensañe.

No te extrañe

que de tanto decir

que te ibas a morir de pena

hayas tenido una vida de risa.

Y probablemente al final

acabes por pensar que conceptos como

malgastar el tiempo

o merecer la pena,

no merecen la pena.

Y también llegará el momento

que tu entorno deje de parecer un sueño

y veas que simplemente has estado durmiendo,

porque no te extrañe

que de tanto decir

que te ibas a morir de amor

hayas tenido una vida de mierda.

Conexión cósmica 2 : Acople hormonal entre neuronas y flujos.

No se si sabes que
(antes de empaquetar mis cosas
echar el cerrojo
ahuecar el ala
poner pies
con el suspiro de siempre
y la malévola benevolencia de mi corazón)
no iba a poder evitar
pasar media mañana
oliendo las bragas negras
que dejaste en el cesto de la ropa (sucia).

Espero que todo salga bien

Y que en algún momento

Todo este espeso nerviosismo

Se pierda con los malos pensamientos

Que se arremolinan y gritan.

Espero que todo salga bien

Y que en algún momento

La tristeza se disuelva en el mar

El mar se disuelva en la culpa

Y de la culpa se haga lluvia

Teniendo ganas de creer en algo bonito.

Espero que todo salga bien

Y que en algún momento

Pueda olvidar para siempre

Que te he perdido

Porque espero que todo salga bien

Y que en algún momento

Pueda pensar en vivir sin ti.

Y ahora que parece que el eterno retorno,
simbólico mikado de cicatrices de antebrazo,
definitivamente me alcanza,
pido un deseo.
Uno lento,
caliente y destructor.

De la vida, algo queda por ahí.
Pero ya no se le parece.

Canto a la vida



"La felicidad es solamente la ausencia de dolor"


Arthur Schopenhauer




El cielo está enladrillado y los pajaritos cantan. Las nubes se levantan y el arco iris multicolor tiene los ojos de Sailor Moon antes de que le viniera la regla.
Los perritos blancos de pelo rizado van por la acera dando saltitos, piando, al ritmo de los bastones gigantes de chocolate que hacen de semáforos sonoros para ciegos. Los coches son de colores cremosos y van de lado a lado con faros sonrientes. La gente viste ropas victorianas como las que llevarían los personajes de un cuento limpio de Charles Dickens y las papeleras no solo están vacías sino que de todas ellas salen miles de orquídeas blancas y lilas que perfuman toda la calle. Aquí el olor puede verse. Es dorado.
Desde aquí puedo ver a una niña de 11 años, con chapines de rubíes y vestido de Dorothy que levita sobre las puntas de sus pies con la naricilla empinada siguiendo la estela de tan sublime fragancia natural. Y está empezando a anochecer y la playa que hay a lo lejos, muy a lo lejos parece una mantita de terciopelo donde se arropa los pies el mar cuando tiene frío.

Las ventanas de los edificios son de azúcar glasé y dentro, la gente lame los cristales. Aquí todos los relojes tictactean por su cuenta y conforman el omnipresente latido del Universo. Son las 3 y las 7 y las 12 menos cuarto de lima limón. El tiempo y el espacio juegan juntos al Backgammon.
Una guitarra cruza un paso de cebra y el David de Miguel Ángel que conduce una Honda CB500 le dice buenos días tenga usted, señorita y así transcurre otro segundo más en Do mayor.
Aquí no hay dinero negro porque es de chocolate blanco. Y las mujeres se rellenan los pechos con serpentina multicolor. Desde dentro parece crema de jazmín. Hay un gato que maúlla a Mahler y tiene las uñas pintadas de rosa. El dueño llora de felicidad porque por fin ha podido acabar la Sinfonía no.10 Inconclusa y le da una galletita con sabor a salmón y buey. De fondo suena una ocarina y un ligero beep monótono. Es el ligero beep monótono de mi respirador artificial. El pulmón electrónico que me mantiene con vida de vegetal sin raíces. Estoy en coma profundo pero no importa, porque aquí no hay forma de mentir. Todo el mundo permanece fiel.

Los aviones no hacen ruido. Los aviones no hacen ruído.




Es probable que si algún día despierte, no tenga piernas y parte de mi cerebro esté dañado irreversiblemente, pero ahora me estoy comiendo un gofre de frutas silvestres del Amazonas con sirope de rocío. El sol huele a incienso y el asfalto es de regaliz. ¿Acaso importa?
Las bocinas de los coches suena a saxofón y una mujer con vestido rojo y zapatos negros hace pompas de jabón que forman la palabra evasión en el aire. Hay un hombre rezándole a las estrellas y una gaviota volando que se pinta los labios mirándose en un espejo de alas. La noche se acerca y sus pasos son las olas del mar. Y justo cuando un trueno avisa a todos de que va a empezar a llover, empieza a llover y veo las gotas caer sobre los plásticos de los invernaderos tropicales. Pienso en el amor. Soy un junco en la orilla del destino. Llueve sobre mis ojos abiertos.
Salgo a la calle con mi perro, que es un dálmata y tiene puestos unos patines en línea, y un caballero gordo con frac me dice que si puedo oírle, que cuantos dedos tiene aquí, que me van a bajar la medicación.
Las nubes forman la cara de mi madre cuando era joven y yo pequeño, aquel día que tenía los rulos puestos y yo me caí de la mesa y me di con la puerta del balcón en la cabeza y se me quedó esta cicatriz de aquí. La cara de mi madre, algodonosa, dice que si puedo abrir el otro ojo, que me quiere mucho, que tengo un hermanito que conocer. Y al decir eso, las gotas de lluvia se transforman en copos de nieve de un cielo que llora de alegría por mi vuelta a casa. Los pajaritos cantan y las nubes se vuelven a levantar. ¿Acaso importa?
Ahora las ruedas de los coches son caramelos sugus exclusivamente de piña. Yo sigo caminando por la calle que empieza a llenarse de gente y las aceras se ensanchan a cada paso y los carteles publicitarios son lenguas de gominola con picapica. La nieve cubre los coches y la gente sonríe y ríe y se ponen todos colorados de alegría. Se oyen botellas al descorcharse y los corchos son gorriones que salen volando en libertad. El pulso de la vida. Todo empieza con un beso.
Mi perro se queda rezagado porque está hablando con un payaso sobre las cualidades del Helio. Me paro frente a una Licorería y traspaso la cortina de whisky escocés. Nunca lo había probado. Dentro hay una anciana que tiene un vaso en forma de bombilla gigante en cada mano. Las uñas son de todos los colores juntos y van cambiando según les de la luz. Huele a azúcar quemado, a crema catalana. A viaje interestelar. Yo he estado allí.
La anciana me dice que beba, que pronto estaré en casa. Y yo bebo y bebo, porque está templado, agradable al paladar como si fuera una ciruela tersa que te roza las plantas de los pies, y sabe a galletitas saladas. Sabe a pizza recalentada con salsa barbacoa. Sabe a estar de vuelta.


El mundo se disipa lentamente dejando tras de sí mil olores entremezclados que conforman mi nuevo y psicológico líquido amniótico. Ha habido un nuevo Big Bang de lacasitos y confeti. No veo a mi perro, que se ha quedado atrás, pero veo a una mujer igual que mi madre pero con el pelo terriblemente blanco. Yo soy el que vuelve. El que puede decir que ha vivido. Tiene los ojos surcados de arrugas que antes no estaban. Los labios brillantes de ilusión y, temblorosa, me dice feliz vuelta a casa, mi amor.


Echo de menos la insensibilidad.
Tengo media cara paralizada para siempre y uno de los ojos se me está secando y dentro de poco habrá que cortarlo. Pero me da igual porque dentro puedo guardarme la goma si es que sigo teniendo siete años.

MICRORRELATO EVOLUTIVO-DARWINIANO SOBRE LA DEPRESIÓN POSTRAUMÁTICA QUE HUNDIÓ A EVA SOL EN EL MÁS ABYECTO DE LOS INFIERNOS O SOBRE LA POPULARIDAD INSTITUCIONAL DEL IMPOPULAR HECHO TRÁGICO DE SER VIOLADA POR UN SEROPOSITIVO RUMANO EN UN TÚNEL DEL METRO DE BARCELONA Y ACABAR PREÑADA EL MISMO DÍA QUE HABÍAS DECIDIDO PERDER ACOTADAMENTE LA VIRGINIDAD

Eva Sol es como una cucaracha. Nace. Crece. Se reproduce. Y muere.

Siempre Suerte


Cada vez que escucho la canción Siempre Suerte de El Agente Naranja , me ocurren cosas que intentaré describir. Mi respiración siempre, como si fuera algo innato, se acompasa a la guitarra entrecortada del principio. Entonces empiezo, levemente, a tiritar justo cuando la otra guitarra hace su desoladora y ascendente aportación hasta que alcanza el momento cumbre al que yo llamo Explosión Iónica de Malos Recuerdos. Como fotografías imaginarias o humo extraño, empiezo a creer que soy poderoso pero que no puedo utilizarme. Que tengo mil posibilidades y siempre elijo la misma: ninguna. "Algo habré hecho mal..." Algo no habré hecho bien. Justo cuando la caja explota junto con la voz, recuerdo que todo lo que vivimos no es más que un subproducto de un subproducto de nuestras imaginaciones, que al final va a resultar que vivir es esto. El goteo constante de incertidumbres e inseguridades violentamente luminosas. Esta canción, junto con Figuras del Positiva, abre la puerta de una habitación oculta que me guardo solo para mí. Habitación que, al escucharla en directo (intentando mantener los ojos abiertos sin lograrlo), se ilumina, entra aire sucio y se retroalimenta de mi propio silencio de siempre(suerte). Porque es solo cuando escucho esta canción en directo que me doy cuenta que formo parte de algo y eso, queridos amigos, niños y niñas del inframundo de mis voces nocturnas, es Jouer. Desde aquí quiero decir que cada vez que escucho esta canción, en la lejanía de mi casa en Barcelona o en la negra humedad de sus calles tras mi iPod, un nuevo bombardeo cae sobre mi Bagdad de siempre, un viejo nuevo tren de siempre descarrila otra vez en el mismo punto y no quiero, no puedo dejar de notar el terrible peso de la humanidad en mis muñecas. Os odio.