Yo
en cambio
no he elegido sucumbir.
Aguantaré mi triple vida
todo lo que pueda.
Cada vez
tengo más fugas
y menos planes de escape.
Hoy por hoy
ya se el final de la película.
Y no es bonito,
porque es mi fraude
quien elige.
Alli crece la flor de mi desidia.
La polución que me acompaña.
El ángel con ataques de tos.
Esto no habla de cómo van mis días,
esto habla de mí
y mi revisión decadentista
de la comida y postres
del día de navidad.
De la evacuación del planeta
en el último minuto
antes del nerviosismo químico.
Del pulso mental crujiente
del sistema qwerty
en mi desilusión.
“El lento y prolongado
desorden de los sentidos”
Olvídate de los clásicos,
olvídate de leer para ser inteligente
porque es mentira.
Olvídate de pensar que la evasión sustancial
no es producente
porque es lo único que te ata,
te tranquiliza
y te destruye.
Siendo la destrucción
lo más puro que te pueda ocurrir.
No se que saldrá
pero el puerto aún queda lejos
de noche no veo mucho
los faros se han fundido
y tengo la sensación
de que alguien se ha dormido
sobre mis ideas positivas.
Abrazo el regalo de la soledad
desde lo alto,
miro al cielo
y solo veo neón.
“El neón de siempre.”
Moriréis cien veces
moriréis cien veces
moriréis cien veces
moriréis cien veces
cristales rotos de mi memoria,
moriréis cien veces
sin utilizar el copypaste
cristales rotos de mi memoria,
moriréis cien veces
y el dolor se confundirá
con el sufrimiento.
Moriréis cien veces,
lloraréis mientras esnifáis,
cristales rotos de mi memoria,
no comeréis nada,
no dormiréis,
pensaréis que estáis en el fondo,
cristales rotos de mi memoria,
moriréis cien mil veces
y al día siguiente
será peor
y peor
y peor
y peor
y volveréis a morir cien veces,
cristales rotos de mi memoria,
resbalaréis por mis mejillas
como cera hirviendo
y moriréis cien mil veces
y al día siguente será peor
y peor
y peor
y peor.
Buscaréis pasos de cebra
donde solo hay ruina
y moriréis cien veces.
Vamos a ver
literalmente.
A ver,
soy egoísta
realmente
todo lo que me interesa
es porque implica
cualquier tipo de beneficio
y
cuando éste ya no es posible
deja de interesarme.
Soy egoísta.
Pero acaso ¿no es lo normal?
¿Alguien?
A ver,
soy egoísta
rio cuando está legalmente
ESTIPULADO
que aumentará los valores de
amistad-con-algún-interés.
Solo me importo
y me preocupo
y me atosigo
y me relamo
y me revuelco.
¡Hogueras Ethernet!
Aunque no me lo crea del todo,
soy yo el que está vivo
dentro de este cuerpo
y el que lo tiene que soportar.
A ver, sí
soy egoísta
soy un buen actor
cuando hay gente delante.
Lo siento por todo el mundo
(bueno no)
pero
mi comportamiento
todo
es una careta que utilizo
para no dar explicaciones.
Y cuando digo TODO
es todoelmundo, claro.
A ver,
soy egoísta
pero soy consciente de TODO
siendo TODO
la palabra más repetida
cuando se quiere enfatizar
algo
o
cuando se quiere representar
el vacío de la eclosión destemporal.
Soy egoísta.
Y cuando entonces digo que
nopasanada
queyosepa-no
noesportí
déjamestar
nada
erestú
yonohesido
o
perdonaporenésimavez
es porque realmente lo soy;
todo lo que veis es una inmensa
escena tranquila.
Recordad para más tarde:
Escena Tranquila.
Porque más tarde,
cuando os pida que hagáis
como que no existo,
pensaréis que viví
en la más caótica
desenfrenada
terrorífica
insípida
tétrica
agresiva
veloz
e
imparable agonía.
Y no será verdad.
Porque la única verdad
es mi deseo de estar tranquilo,
la obsesión
y el egoísmo.
Las balas no llegan en los sueños,
los ardores que me comen el estómago no llegan
tampoco.
El dolor de rodillas,
mis bisagras rotas,
en sueños no chirrían.
Los labios
cuando sueño no me escuecen en el costado.
El Peso de
no me alcanza,
al fin comprendo entonces
la rueda de la naturaleza.
La afonía de violín roto
en los sueños no me toca.
La ironía de mi desastre tampoco.
La velocidad de vértigo tampoco.
La normalidad que me desquicia tampoco.
El sentimiento de monstruosidad tampoco.
¿Por qué tú sí?
¿Por qué siempre estoy al borde de una ventana?
He estado haciendo triturados para enfermos.
De carne.
De huevo con zanahoria y cebolla.
Todo espesado con fécula de patata.
También he hecho quince paellas de arroz negro.
Judías verdes con chorizo.
Que es lo que he comido,
pero sin chorizo.
Solo salteadas con cebolla
como me gustan.
He logrado
pelar la naranja
con uno de esos cuchillos de hospital
que no cortan ni el aire,
me la he tragado casi entera.
Te he llamado siete veces.
Luego un yogur natural
y un café americano con tres de azúcar.
Pero todo estaba asqueroso.
Colinas de ceniza y un reloj de arena.
Un buitre que pide su parte del botín.
Unos dientes podridos que roen
los huesos de la cadera de Isaac Asimov.
Gotas de ácidos sulfúrico
resbalando por la frente de Ian Curtis.
El infierno de cuchillos hirviendo.
El sabor amargo de las seis de la mañana
sobre los labios de Anna Karina en “Vivre sa vie”.
Ahora es así todo.
Porque el universo se ha desdoblado.
Otra vez se ha doblado para adentro.
Otra vez el peso de
levanta el mío sin magia.
Otra maldita vez se ha desdibujado el boceto
de un día tranquilo.
Se ha roto el cristal visor
no huelo nada
las uñas no crecen al ritmo que me las como
y los trozos se clavan siempre en el hígado
y en la garganta
y en el esófago,
que me arde.
Y cuando me arde
me arde como colesterol,
como manchas de sangre,
como símbolos del dólar girando frenéticamente
y suena como un llanto de bebé
en la morgue abandonada de mi mente,
rebotando en las superficies de acero,
inundando los huecos
que dejan los cadáveres blancos y blandos,
haciendo vibrar,
por última vez,
la extensión inexacta
de la muerte.
Colinas de ceniza hasta las rodillas y un reloj de arena.
Buitres y corona de flores.
Incomunicación de miriápodos.
Guitarras clásicas desafinadas como contrabajos
que del estertor de su cuerda gorda
se materializan
se reproducen
se separan
y mueren.
Colinas de ceniza hasta el cuello,
hasta la boca,
hasta la frente.
Y un reloj de arena.
Hace sol pero frío.
Las calles están llenas de hojas,
de representaciones matemáticas
de la secuencia de Fibonacci.
Un gorro de lana
y una chaqueta de aviador
con las solapas gigantescas.
Niños jugando,
queriendo ser adultos.
Perros peleando sin ganas de ganar,
solo marcando el absurdo territorio de sus derrotas.
Esquinas redondeadas.
El universo sigue su curso
como el tren de la canción de Tom Waits.
Ya mismo es dos mil once
y casi parece un chiste de informáticos.
He salido a dar una vuelta
y me ha venido un flash.
He recordado cosas
y se ha ido el sol.
Los niños,
los perros,
los cánticos,
los rituales auriculares,
el calor,
el olor,
la brújula de mi llavero y
tres meses ya de rumor constante de coches.
Te he visto,
con aquella chaqueta vaquera que tenías
con el pelo rubio,
la mirada de “faltan cinco pasos”
y el olor a flores,
caminando hacia mí.
Todo ha ardido
cayendo hacia los lados
y no hay nada más
caminando hacia mí.
Cada día
me despierto en una vida
que se parece a la mía
pero que no lo es.
He estado haciendo triturados para enfermos.
De carne.
De huevo con zanahoria y cebolla.
Todo espesado con fécula de patata.
También he hecho quince paellas de arroz negro.
Judías verdes con chorizo.
Que es lo que he comido,
pero sin chorizo.
Solo salteadas con cebolla
como me gustan.
He logrado
pelar la naranja
con uno de esos cuchillos de hospital
que no cortan ni el aire,
me la he tragado casi entera.
Te he llamado siete veces.
Luego un yogur natural
y un café americano con tres de azúcar.
Pero todo estaba asqueroso.
Colinas de ceniza y un reloj de arena.
Un buitre que pide su parte del botín.
Unos dientes podridos que roen
los huesos de la cadera de Isaac Asimov.
Gotas de ácidos sulfúrico
resbalando por la frente de Ian Curtis.
El infierno de cuchillos hirviendo.
El sabor amargo de las seis de la mañana
sobre los labios de Anna Karina en “Vivre sa vie”.
Ahora es así todo.
Porque el universo se ha desdoblado.
Otra vez se ha doblado para adentro.
Otra vez el peso de
levanta el mío sin magia.
Otra maldita vez se ha desdibujado el boceto
de un día tranquilo.
Se ha roto el cristal visor
no huelo nada
las uñas no crecen al ritmo que me las como
y los trozos se clavan siempre en el hígado
y en la garganta
y en el esófago,
que me arde.
Y cuando me arde
me arde como colesterol,
como manchas de sangre,
como símbolos del dólar girando frenéticamente
y suena como un llanto de bebé
en la morgue abandonada de mi mente,
rebotando en las superficies de acero,
inundando los huecos
que dejan los cadáveres blancos y blandos,
haciendo vibrar,
por última vez,
la extensión inexacta
de la muerte.
Colinas de ceniza hasta las rodillas y un reloj de arena.
Buitres y corona de flores.
Incomunicación de miriápodos.
Guitarras clásicas desafinadas como contrabajos
que del estertor de su cuerda gorda
se materializan
se reproducen
se separan
y mueren.
Colinas de ceniza hasta el cuello,
hasta la boca,
hasta la frente.
Y un reloj de arena.