Hermann, ¿me oyes?


Yo

en cambio

no he elegido sucumbir.

Aguantaré mi triple vida

todo lo que pueda.

Cada vez

tengo más fugas

y menos planes de escape.

Hoy por hoy

ya se el final de la película.

Y no es bonito,

porque es mi fraude

quien elige.

Me sentía mejor cuando David Foster Wallace estaba vivo y ésta foto no me importaba.


Alli crece la flor de mi desidia.

La polución que me acompaña.

El ángel con ataques de tos.

Esto no habla de cómo van mis días,

esto habla de mí

y mi revisión decadentista

de la comida y postres

del día de navidad.

De la evacuación del planeta

en el último minuto

antes del nerviosismo químico.

Del pulso mental crujiente

del sistema qwerty

en mi desilusión.

“El lento y prolongado

desorden de los sentidos”

Olvídate de los clásicos,

olvídate de leer para ser inteligente

porque es mentira.

Olvídate de pensar que la evasión sustancial

no es producente

porque es lo único que te ata,

te tranquiliza

y te destruye.

Siendo la destrucción

lo más puro que te pueda ocurrir.

No se que saldrá

pero el puerto aún queda lejos

de noche no veo mucho

los faros se han fundido

y tengo la sensación

de que alguien se ha dormido

sobre mis ideas positivas.

Abrazo el regalo de la soledad

desde lo alto,

miro al cielo

y solo veo neón.

“El neón de siempre.”

Moriréis cien veces



Moriréis cien veces

moriréis cien veces

moriréis cien veces

moriréis cien veces

cristales rotos de mi memoria,

moriréis cien veces

sin utilizar el copypaste

cristales rotos de mi memoria,

moriréis cien veces

y el dolor se confundirá

con el sufrimiento.

Moriréis cien veces,

lloraréis mientras esnifáis,

cristales rotos de mi memoria,

no comeréis nada,

no dormiréis,

pensaréis que estáis en el fondo,

cristales rotos de mi memoria,

moriréis cien mil veces

y al día siguiente

será peor

y peor

y peor

y peor

y volveréis a morir cien veces,

cristales rotos de mi memoria,

resbalaréis por mis mejillas

como cera hirviendo

y moriréis cien mil veces

y al día siguente será peor

y peor

y peor

y peor.

Buscaréis pasos de cebra

donde solo hay ruina

y moriréis cien veces.

Déjame Star


Vamos a ver

literalmente.

A ver,

soy egoísta

realmente

todo lo que me interesa

es porque implica

cualquier tipo de beneficio

y

cuando éste ya no es posible

deja de interesarme.

Soy egoísta.

Pero acaso ¿no es lo normal?

¿Alguien?

A ver,

soy egoísta

rio cuando está legalmente

ESTIPULADO

que aumentará los valores de

amistad-con-algún-interés.

Solo me importo

y me preocupo

y me atosigo

y me relamo

y me revuelco.

¡Hogueras Ethernet!

Aunque no me lo crea del todo,

soy yo el que está vivo

dentro de este cuerpo

y el que lo tiene que soportar.

A ver, sí

soy egoísta

soy un buen actor

cuando hay gente delante.

Lo siento por todo el mundo

(bueno no)

pero

mi comportamiento

todo

es una careta que utilizo

para no dar explicaciones.

Y cuando digo TODO

es todoelmundo, claro.

A ver,

soy egoísta

pero soy consciente de TODO

siendo TODO

la palabra más repetida

cuando se quiere enfatizar

algo

o

cuando se quiere representar

el vacío de la eclosión destemporal.

Soy egoísta.

Y cuando entonces digo que

nopasanada

queyosepa-no

noesportí

déjamestar

nada

erestú

yonohesido

o

perdonaporenésimavez

es porque realmente lo soy;

todo lo que veis es una inmensa

escena tranquila.

Recordad para más tarde:

Escena Tranquila.

Porque más tarde,

cuando os pida que hagáis

como que no existo,

pensaréis que viví

en la más caótica

desenfrenada

terrorífica

insípida

tétrica

agresiva

veloz

e

imparable agonía.

Y no será verdad.

Porque la única verdad

es mi deseo de estar tranquilo,

la obsesión

y el egoísmo.

Ahora caigo


Las balas no llegan en los sueños,

los ardores que me comen el estómago no llegan

tampoco.

El dolor de rodillas,

mis bisagras rotas,

en sueños no chirrían.

Los labios

cuando sueño no me escuecen en el costado.

El Peso de la Humanidad

no me alcanza,

al fin comprendo entonces

la rueda de la naturaleza.

La afonía de violín roto

en los sueños no me toca.

La ironía de mi desastre tampoco.

La velocidad de vértigo tampoco.

La normalidad que me desquicia tampoco.

El sentimiento de monstruosidad tampoco.

¿Por qué tú sí?

¿Por qué siempre estoy al borde de una ventana?

Escena eliminada


“Y ahora no me jodas

y no me digas

que no es rabia

lo que sientes”,

dijo un personaje cualquiera

de un momento cualquiera

de esta parte

de la película de mi vida.

Miriápodos



He estado haciendo triturados para enfermos.

De carne.

De huevo con zanahoria y cebolla.

Todo espesado con fécula de patata.

También he hecho quince paellas de arroz negro.

Judías verdes con chorizo.

Que es lo que he comido,

pero sin chorizo.

Solo salteadas con cebolla

como me gustan.

He logrado

pelar la naranja

con uno de esos cuchillos de hospital

que no cortan ni el aire,

me la he tragado casi entera.

Te he llamado siete veces.

Luego un yogur natural

y un café americano con tres de azúcar.

Pero todo estaba asqueroso.

Colinas de ceniza y un reloj de arena.

Un buitre que pide su parte del botín.

Unos dientes podridos que roen

los huesos de la cadera de Isaac Asimov.

Gotas de ácidos sulfúrico

resbalando por la frente de Ian Curtis.

El infierno de cuchillos hirviendo.

El sabor amargo de las seis de la mañana

sobre los labios de Anna Karina en “Vivre sa vie”.

Ahora es así todo.

Porque el universo se ha desdoblado.

Otra vez se ha doblado para adentro.

Otra vez el peso de la Humanidad

levanta el mío sin magia.

Otra maldita vez se ha desdibujado el boceto

de un día tranquilo.

Se ha roto el cristal visor

no huelo nada

las uñas no crecen al ritmo que me las como

y los trozos se clavan siempre en el hígado

y en la garganta

y en el esófago,

que me arde.

Y cuando me arde

me arde como colesterol,

como manchas de sangre,

como símbolos del dólar girando frenéticamente

y suena como un llanto de bebé

en la morgue abandonada de mi mente,

rebotando en las superficies de acero,

inundando los huecos

que dejan los cadáveres blancos y blandos,

haciendo vibrar,

por última vez,

la extensión inexacta

de la muerte.

Colinas de ceniza hasta las rodillas y un reloj de arena.

Buitres y corona de flores.

Incomunicación de miriápodos.

Guitarras clásicas desafinadas como contrabajos

que del estertor de su cuerda gorda

se materializan

se reproducen

se separan

y mueren.

Colinas de ceniza hasta el cuello,

hasta la boca,

hasta la frente.

Y un reloj de arena.

Sol de invierno



Hace sol pero frío.

Las calles están llenas de hojas,

de representaciones matemáticas

de la secuencia de Fibonacci.

Un gorro de lana

y una chaqueta de aviador

con las solapas gigantescas.

Niños jugando,

queriendo ser adultos.

Perros peleando sin ganas de ganar,

solo marcando el absurdo territorio de sus derrotas.

Esquinas redondeadas.

El universo sigue su curso

como el tren de la canción de Tom Waits.

Ya mismo es dos mil once

y casi parece un chiste de informáticos.

He salido a dar una vuelta

y me ha venido un flash.

He recordado cosas

y se ha ido el sol.

Los niños,

los perros,

los cánticos,

los rituales auriculares,

el calor,

el olor,

la brújula de mi llavero y

tres meses ya de rumor constante de coches.

Te he visto,

con aquella chaqueta vaquera que tenías

con el pelo rubio,

la mirada de “faltan cinco pasos”

y el olor a flores,

caminando hacia mí.

Todo ha ardido

cayendo hacia los lados

y no hay nada más

caminando hacia mí.

Cada día

me despierto en una vida

que se parece a la mía

pero que no lo es.

Colinas de ceniza

He estado haciendo triturados para enfermos.

De carne.

De huevo con zanahoria y cebolla.

Todo espesado con fécula de patata.

También he hecho quince paellas de arroz negro.

Judías verdes con chorizo.

Que es lo que he comido,

pero sin chorizo.

Solo salteadas con cebolla

como me gustan.

He logrado

pelar la naranja

con uno de esos cuchillos de hospital

que no cortan ni el aire,

me la he tragado casi entera.

Te he llamado siete veces.

Luego un yogur natural

y un café americano con tres de azúcar.

Pero todo estaba asqueroso.

Colinas de ceniza y un reloj de arena.

Un buitre que pide su parte del botín.

Unos dientes podridos que roen

los huesos de la cadera de Isaac Asimov.

Gotas de ácidos sulfúrico

resbalando por la frente de Ian Curtis.

El infierno de cuchillos hirviendo.

El sabor amargo de las seis de la mañana

sobre los labios de Anna Karina en “Vivre sa vie”.

Ahora es así todo.

Porque el universo se ha desdoblado.

Otra vez se ha doblado para adentro.

Otra vez el peso de la Humanidad

levanta el mío sin magia.

Otra maldita vez se ha desdibujado el boceto

de un día tranquilo.

Se ha roto el cristal visor

no huelo nada

las uñas no crecen al ritmo que me las como

y los trozos se clavan siempre en el hígado

y en la garganta

y en el esófago,

que me arde.

Y cuando me arde

me arde como colesterol,

como manchas de sangre,

como símbolos del dólar girando frenéticamente

y suena como un llanto de bebé

en la morgue abandonada de mi mente,

rebotando en las superficies de acero,

inundando los huecos

que dejan los cadáveres blancos y blandos,

haciendo vibrar,

por última vez,

la extensión inexacta

de la muerte.

Colinas de ceniza hasta las rodillas y un reloj de arena.

Buitres y corona de flores.

Incomunicación de miriápodos.

Guitarras clásicas desafinadas como contrabajos

que del estertor de su cuerda gorda

se materializan

se reproducen

se separan

y mueren.

Colinas de ceniza hasta el cuello,

hasta la boca,

hasta la frente.

Y un reloj de arena.