HISTORIAS SIN FINAL VOLUMEN I

TITULO: "De cómo me desperté en una azotea indigna sin nada más que unos calzoncillos de Bugs Bunny"

Salté de la cama como una alarma nuclear a las nueve de la mañana, aturdido, en la azotea de un edificio de siete pisos.
Un edificio de ladrillo cara vista barnizado, balcones de forja antiguos y cubículos metálicos de aire acondicionado brillando al sol.
Estaba en la cima de un edificio que no era el mío, en una calle que no conocía pero, sobre mi propia cama. Con su sábana ocre de oblongas flores arrugada en la zona de los pies. La almohada partida por la mitad reposaba en el milimétrico centro de la zona de la cabeza. Lo primero que vi al despertar fue el cielo. Un cielo azul intenso sin más nubes que yo mismo. Estuve unos tres minutos pensando en las partículas de polvo que resbalan por la película ocular a modo de microorganísmos al microscópio antes de caer en la cuenta de mi terrible, o al menos divertida, situación. Me encontraba en calzoncillos, azules con un dibujo de Bug's Bunny perseguido por Elmer, en mitad de una azotea ajena, a las nueve de la mañana según mis cálculos solares, sin recordar como pude haber transportado la cama y conciliar el sueño.
Miré alrededor. Dos ennegrecidas chimeneas apagadas, dos pares de calcetines blancos tendidos en el único cable para tal tarea, una caseta con puerta de aluminio cerrada (probablemente para bajar del edificio), una esclusa de alcantarilla circular al fondo de una ligera pendiente y una caja negra de carton en la esquina enfrentada a la puerta.
¿Qué hacer? Opté por tomar prestado los calcetines para no pincharme con nada ni ensuciarme la planta de los pies. Recordé haberme duchado el día anterior. Sí, tomé la decisión de poner un calcetín encima de otro para mayor comodidad y sujección y pensé en pies de Hobbits. Qué bien me vendrían aquella mañana. Acto seguido, tras asomarme al exterior, pude comprobar que la calle estaba desierta, coches de todos los colores aparcados en zona azul, negocios abiertos, semáforos en función pero, nadie caminaba por la acera, nadie conducía aquella mañana. Pensé que era domingo y estaban todos en misa.
Me acerqué a la puerta de aluminio sin pintar ni barnizar y, aparte de asombrarme por la acción del óxido y pensar en lugares húmedos, en partículas de óxido deborando partículas de aluminio mojado y en rejas pintadas de naranja, agarré el pomo empujándolo ligeramente hacia adentro. No hubo respuesta ni movimiento alguno. Probé hacia afuera, hacia mí mismo y tras un breve chirrido de buenos días, la puerta se abrió expulsando una nube de polvo acumulado similar a la de un libro antiguo de tamaño sobrenatural.
Me aparté un poco, tosiendo, para no tragar demasiada suciedad, pensando en los escombros de las torres gemelas, la cantidad de polvo, papeles, boligrafos, facturas, pantallas de ordenador, maletines de ejecutivo, espejos de servicios de señora, botones de ascensores y escritorios que saldrian volando, desperdigando infinitas motas de polvo, muslos de pollo de los restaurantes de la zona superior y cristales rotos. Recordé una foto que poseía, de una señora negra cubierta completamente de polvo amarillo. Pensé en la maña del fotógrafo, impidiendo que el objetivo se le nublara de suciedad de aire.
Cuando todo el polvo se hubo disipado, creánme no era mucho, miré al interior y sonreí ante mi propio regocijo de saber que estaba viendo la escalera que me llevaría a la calle.
Atusé un poco los pelos del flequillo y descendí , escalón tras escalón, hasta el correlativo piso inferior.
Habían dos puertas por piso. Marrones, con mirilla de ojo de pez y una placa dorada con dos nombres grabados. Julio Mendizábal, María Pizca y Angel Meriondo, Magdalena Freire correspondían al piso en que me encontraba. Sobre cada puerta, el número (trece y catorce).
Supuse que sería un edificio antíguo por la carencia de ascensor y la edad de la madera de las puertas.
Justo en el momento en que pensaba en mis años de decapar sillas y cómodas, en matacarcomas tipo gel, en tinte de nogal y en la técnica del ultracongelado como remedio para la carcoma, caí en la cuenta de que se me brindaban dos o más oportunidades.
Podía bajar directamente a la búsqueda de mi casa o llamar a alguna casa del edificio en busca de explicaciones, algo de ropa para ocultar mis verguenzas y desayuno. La decisión no duró más de tres segundos. ¿Bajar directamente a la calle en calzoncillos y calcetines?
Llamé al timbre de Julio y María dos veces. Ting tong ting tong. Diez segundos. Veinte. Ting tong ting tong. Veinte segundos más pasaron sin respuesta. Acerqué el oído a la puerta. Silencio, carcomas de vacaciones.
Era raro que no hubiera nadie en casa a las nueve y cuarto de la mañana. Aunque tal vez trabajaran ambos o estuvieran en el pueblo, o quizás de funeral.
Bajé al sexto piso y otras dos placas doradas, y totémicas para mí, me saludaron desde el claroscuro. Antonio Brocatti, Merche Sampel y Carmelo Groyo, Alicia Trimoche. Números once y doce respectivamente. Qué timbre tocar ahora. Antonio seguro que estaba trabajando con su camión y Merche era nombre de dependienta, asi que, decidí llamar a Carmelo y Alicia que se veían más hogareños y solventes.
Ting tong ting tong. Otros veinte segundos sin respuesta. Acercamiento de oreja, silencio total.
¿Y ahora qué? Dos de dos. Se me antojó un poco extraño con lo cual, aceleré el ritmo. Llamé a unas cinco puertas más. Frendo, Diterao, Gutiérrez, Manibo, Ayllón, Montenegro...ya no recordaba todos los apellidos y nombres. Era imposible que no hubiera nadie en todo el edificio. Mi frente empezó a sudar mientras pensaba en café caliente, zumo de melocotón, tostadas con mantequilla y La Bella Easo.
Nunca me tocó ningún premio en rifas, tómbolas y bingos y aquel día no iba a ser la excepción. Tendría que salir a la calle en semejante situación. Ya imaginaba a la gente llorando de risa, sosteniéndose el estomago con ambas manos. ¿Dónde estaban los vecinos pesados y la ropa tendida aquella mañana? Estuve unos minutos maldiciendo a la Humanidad, matándo ciudades enteras dejando caer bombas químicas sobre ayuntamientos hasta que me dije, seamos realistas, eres Andrés, si a alguien tiene que pasarle este tipo de cosas es a tí. Ya sabemos todos que si Murphy levantara la cabeza allí estarías tú para arrancarla pensado que sería un enorme champiñón francés. Tenía razón, no había de qué preocuparse, al fín y al cabo, peor sería no tener ni calzoncillos. Debo reconocer que la idea me aterró y salí lanzado hacia el exterior mientras pensaba en camaras grabándolo todo, micrófonos detras del papel de la pared y cosas parecidas extraídas de la Tienda del Espía.
En la calle hacía una temperatura agradable, algo extraña puesto que no estaba acostumbrado a salir en calzoncillos. Algo similar al sentimiento que notas cuando te quitas la camiseta en mitad de una avenida. Yo, particularmente, me siento mal me dije.
Los pajaros píaban desde las alturas y varías hojas arrugadas de periódico pasaron junto a mis pies. Sonreí ante la idea de rellenar un poco el bulto del calzón y enseguida me ruboricé lo suficiente como para caminar en dirección al primer cruce de calles a la derecha del portal.
Joder no hay nadie. Hay tiendas abiertas pero no veo ningún tendero. No se si me siento bien o estoy empezando a acojonarme. Veía por delante una fruteria, un estanco, una tienda de móviles y una ferretería. Estaba todo despoblado.
Como sentía el estómago vacío tomé prestada una manzana golden, de esas harinosas de la frutería mientras empezaba a sentir la enorme gratitud de la gratuiticidad, si es que existe esa palabra. No podía creérmelo. Es como si todo fuese para mí. ¡Joder soy rico! pensé.
Era todo parte de una obra surrealista en un teatro enorme. Estaba casi desnudo, comiéndome una manzana gratis en una calle desconocida donde la gente había desaparecido como en aquel videoclip. Podía hacer cualquier cosa que quisiese. Estuve pensando en divertirme un rato estallando sandías contra los coches aparcados pero justo cuando tenía la primera sandía entre las manos pensé un momento, ¿y si hay más gente en la misma situación? A lo mejor están desquiciados y no saben divertirse y corro peligro, ya se sabe que la gente, cuando sale de la monotonía hace cosas terribles. Oh Dios, ¿y si toda la ciudad se encuentra en la misma situacíon? ¿Y si todos han despertados en azoteas ajenas, en calzoncillos, y cada uno lucha por apoderarse del mejor negocio, roban todo el dinero de los bancos, asesinan, violan y se implanta una nueva ley de la selva? Si tenemos en cuenta que todo ser humano, mucho más en civilizaciones represoras como ésta, tiene un secreto inconfesable, una doble cara siniestra, un lado oculto de la luna oscuro, ¿no correré un gran peligro andando por calles centricas?...Pero claro...si toda la ciudad se encontrase en mi situación, no habría azoteas suficientes para amanecer todos solos. Con lo cual me habría tocado despertar con al menos veinte vecinos y vecinas en ropa interior. Joder qué alivio, no toda la ciudad se encuentra en mi situación. Pero me cago en la leche, ¿dónde coño se encuentran? Esto es muy raro, pero vaya, hubiera sido un lujazo despertarse viendo a la vecina del sexto en braguitas. Terminé la manzana y lancé la sandía contra un coche blanco que tenía a unos cinco pasos. Ppprrrrfff hizo contra la luna delantera y explotó salpicándolo todo de pulpa roja desgajada caóticamente. Joder ya que la he cogido...

Ahora me encontraba con el estómago lleno y aturdido por las circunstancias. ¿Qué se supone que debía hacer? Pensé que lo mejor seria coger algún objeto para la defensa personal en la ferretería por si acaso. Nunca se sabe lo que te espera tras cada esquina.
Abrí la puerta y sonó el típico ruido de alguien entra mientras observaba la cantidad de objetos que se vendían en una ferretería y lo difícil que sería escoger uno cuando todos se te presentan gratis. ¿Un serrucho?¿Un destornillador?¿Una tuberia como en Silent Hill? Una pala? Todo demasiado sanguinolento. Si tropiezo con alguien pacífico y asustado se dará un susto de muerte y me quedaré sin conversación. Dios mío cómo echo de menos al locutor de radio cantando por encima de la música para joderte la grabación. Busqué un aparato de radio por la estancia. Di la vuelta al mostrador hasta que lo encontré. No logré sintonizar ninguna emisora. Ah, no ¿ y si el ejercito a bombardeado las centrales de comunicación dentro de una campaña de guerra emcubierta? Estuve unos segundos paralizado ante la idea de una conspiración, pero acabé dándome cuenta de que no tenía mucho sentido. Encontré una cinta cassette de Enya, Joder Murphy te odio, y le di a play para no sentirme solo.
Estuve cotilleando facturas, notas sobre clientes impresas en un cuaderno viejo del tipo Angel G. es un puto moroso, no fiar. María Luísa Retal encargo alarma antiincendios. La verdad es que era bastante divertido saber todas esas cosas aunque supongo que la verdadera gracia hubiera sido conocer a esa gente y poder señalarla con el dedo. Cogí algo de dinero de la caja registradora y los rompí en pedacitos minúsculos. Oh, necesitaba hacer esto, joder. Puto dinero ahora todo es gratis. Miré el reloj. 10:30. Busqué por la trastienda algo de ropa, algún mono de trabajo, algo con lo que taparme un poco y no mostrar mi aspecto más salvaje y rocambolesco, pero lo único que encontré fue una toalla para lavarse las manos y una pastilla de jabon erosionada. Me niego rotundamente a fabricarme un taparrabos con una toalla. No sería nada bonito, no. Y nada más lejos de mi intención de aparentar normalidad. Si finalmente optara por el taparrabos perdería la cabeza, viajaría a civilizaciones antíguas y mi ética, mi moral, mi educación hacia los demás, se tornarían en zafiedad, salvajismo como ya dije, babas, maldad animal y falso instinto. Ahora no es el momento de pensar en vecinas dormidas en ropa interior, perladas de sudor....me niego. Al final no me armé, pensé que si todo volviese a la normalidad de repente, la gente me trataria de subnormal, de aficionado, de flipado, de freak jugador de Advanced Dungeons & Dragons. Sólo me faltaría entonces un yelmo plateado y unas botas de piel de plátano. Salí al exterior observando que todo continuaba como al principio de la mañana. Bueno Andrés, tienda de móviles o estanco.

El estanco estaba casi empapelado con infinidad de posters de marcas de tabaco y puros extralargos. Olía a tabaco empacado, a chicles de mentol y a sobres acolchados. La habitación estaba en penumbra y algo me decía por dentro que aquel no era mi lugar. Todo lleno de tabacos y mecheros recariggiabili . De todas formas me detuve unos minutos a pensar si necesitaba algo que allí podría encontrar. Unos chicles si acaso.

Mientas me dirigía a la tienda de móviles y recarga de los mismos pensé que mejor sería seguir calle alante en busca de algo más interesante. No creo que deba perder el tiempo dentro de una tienda de telefonos un dia tan especial como hoy. No tenía sentido encerrarse en un comercio que ni siquiera necesitas, aunque, ¿y si pudiese llamar a casa o a algún amigo o a información? No pensé que eso fuera necesario al fin y al cabo estaba todo abandonado, el único que me podría hacer daño sería yo mismo. Asi que continué calle abajo, pasando por delante de restaurantes de comida rápida, multicines, supermercados, edificios de viviendas herrumbrosas y papeleras vacías. Era una calle amplia, con dos carriles para coches (uno para cada dirección). Cada diez metros encontrabas un árbol delgado y desaliñado junto a una papelera y la correspondiente farola. Seguía sin aparecer nube alguna en el cielo azul intenso. El sol cada vez se alzaba más, buscando su cómoda posición de mediodía. Los mirlos cantaban a todo volumen, debido al silencio sepulcral que se levantó tras la inexistente marea del tráfico de coches y gente. Parecía que el sordo era yo mismo, no la ciudad. Una ventaja para la relajación matutina y para cavilar indiscriminadamente pero, tambien un inconveniente. Escuchabas la voz de tu conciencia demasiado alta y real y si por un casual caías en la enorme olla express de las cosas malas, no tendrías casi escapatoria de ti mismo. Como dije, me encontraba perdido en una calle de una ciudad normal pero tras un holocausto nuclear o una purga de algún dios mezquino. ¿Cómo salir?

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