CURVA 3

Cuando me miras
y yo miro tus ojos
olvido que lo que tú miras
es lo que yo nunca quiero ver
y miro las arrugas
de tus labios
e imagino que soy
un pez limpiafondos
enganchado para siempre

Cuando te lamo,
siempre que te lamo
verticalmente hacia abajo
y acabo anclado entre tus piernas
pienso en aquello que dije
de La Verdadera Disneylandia
y aunque mi madre me joda el poema
es necesario que sepas
que es tu alimento
el que nutre a partes iguales
mi decadencia
y mis ganas de ser mejor persona


Imagino que ahora
debería estar sonriendo.

Adán "sentimentalmente atrofiado" Schulz

17





No he vuelto a ver a Claudia después del ?incidente? de hace dos semanas en mi casa. Los pequeños cortes que me hice en los brazos y las piernas con los cristales del suelo, ya han desaparecido. No me queda ningún resto recordatorio de lo que aconteció. Mierda.
Hoy mismo le dan el alta a Eva y como su novio la ha dejado tirada tras el accidente (menudo ejemplar), voy a ir a recogerla yo mismo y la llevaré a su apartamento. Pronto podrá recuperarse del todo y volver a su trabajo con los delfines y esas mierdas que no comprendo. Puede que pueda comenzar de nuevo con su vida. Según me contó estos últimos dias, está en una especie de punto de inflexión y debe decidir.
Ayer salió una reseña de mi libro en todos los suplementos dominicales. Dicen que ?Adán Schulz se muestra más maduro que nunca, a pesar de ser uno de sus primeros escritos, rescatado por su editor.? Si alguien lo entiende, que venga y me explique. Estoy por llamar a la redacción de todas esas revistas de mierda de más de cien páginas en las que siempre ponen las mismas fotos de casas paralelepípedas decoradas con esmero ?mininihilista? y los mismos reportajes y entrevistas a personajes que nadie quiere saber lo que dicen. Pero no llamo, porque probablemente pronto me llamarán ellos. Jajaja.
El segundo café de la mañana termina de despertarme del todo y me prepara para salir a la calle, en dirección al hospital.
Odio contar escenas que ya han pasado. Así que prefiero no reproducir la conversación que tuvo lugar en esta misma habitación y que contó con mi madre como tertuliana, como mero mensajero o anfitrión. No voy a reproducir ninguna de las explicaciones de esa tarde. No merece la pena. Ya entenderéis mi bucle mental.

Hace un día magnífico. Son las once de la mañana y el sol está en lo alto, calentando todos los rincones de la ciudad con su brazo misericordioso. No hay ni una sola nube en el cielo, solo la lejana estela de humo blanco, que parece una uña cortada o un hilo de plata que está siendo atado alrededor de mares y continentes, y es la estela de un reactor. La cuidad ha despertado y se mueve como un enorme océano de aceite que bajo la superficie está dominado por las miles de autopistas que conforman sus corrientes líquidas. Hay un hombre vendiendo discos falsos sobre una manta roja muy parecida a las alfombras de las grandes celebraciones (lo cual conforma todo un elogio a la locura). Hay un hombre vendiendo cinturones de colores y juguetes manufacturados de ojos brillantes de muy distintas clases, entre las principales podemos destacar los ojos oscilantes de pupilas azules y sin pestañas, los ojos con pivote de pupilas marrones o verdes, los ojos litografiados de pupila negra y los ojos parpadeantes de pupilas azules y pestañas a elegir entre una amplia gama de negros y rubios, cuyo peinado (el del hombre) es lo más parecido a un nido de cigüeña. Hay un restaurante de comida turca con puertas batientes de madera pintadas de verde del que emana un embriagador aroma a curry. Hay una caja de ahorros atestada de mujeres. Un videoclub dominado por el color rojo, en cuya puerta, hay un display de cartón con la forma de Shrek, el ogro gordezuelo que te tiene que caer bien (a la fuerza) si quieres seguir perteneciendo al subgrupo social al que perteneces, entendiéndose la utilización del verbo pertenecer (segunda conjugación) como abreviatura de candado-de-doble-cierre-que-no-puedes-abrir. Hay un viejo sentado en un banco leyendo un periódico de férreas ideas políticas. Hay un chicle de fresa pegado sobre la acera junto a un papel de color amarillo deslucido que te invita a asistir a un curso de Pensamiento Positivo (primera sesión gratis). Hay un perro ladrando desde un balcón del primer piso. Hay un sonido persistente y ligeramente evolutivo de coches acelerando en la calle contigua, en la que se encuentra mi parking al lado de una joyería que ha sido tres veces asaltada en el último año. Me viene a la mente una escena de emboscada de principios del siglo pasado con bandoleros asaltacaminos como protagonistas.
Giro por la primera esquina a mano derecha mirándome los zapatos negros de piel de ante. Una especie de ?botitas socialistas?, si se me permite la expresión. Voy dando pasos grandes, escuchando el sonido de mis suelas sobre la acera. Mis pantalones de pana de color marrón oscuro se cimbrean acariciándome los muslos de esa manera tan especial y cariñosa en que un pantalón se cimbrea y te acaricia las piernas el primer día depués de una depilación intensiva de la zona haciéndote sentir ligeramente expuesto y desnudo como el primer día de primavera que utilizas camisetas de manga corta o el primer día de otoño que utilizas camisas de manga larga.
La escena va sucediendo con un tempo bajísimo, como filmada por una de esas cámaras ultralentas de documental de la BBC que graba las ondulaciones del cuello de un Ánade Real en vuelo o el disparo contundente de las mandíbulas de cierto pez que no recuerdo. Si alguien se fijara, podría llegar a ver como en mi sién, una pequeña vena tictactea al mismo ritmo que mi corazón y tres veces más rápido que mi caminar. Podría llegar a ver como mis ojos se tuercen a izquierda y derecha, como la señal luminosa del parachoques del coche fantástico, mirando todos los escaparates y todos los carteles que en las paredes están pegados. Asimilando la fuente de cada cartel, desaprovando las escasas dotes de mercantilismo de ciertos comercios de barrio, inspirando profundamente al recordar los ceros de mi tarjeta de crédito.


Ahora estoy dentro de mi coche, aparcado en el parking privado en el que una plaza de coche te sale por unos 12.000 euros. Ya he metido la llave en el contacto, solo falta girarla en ángulo recto, escuchar el motor encenderse, retroceder cuarenta y cinco grados de dicho ángulo de noventa, mirar instintívamente el retrovisor, carraspear, dejar el teléfono movil en el asiento del copiloto, encender el reproductor, subir el volúmen hasta el número treinta, pisar el embrague con el pie izquierdo, jugar con la marcha antes de meter primera (nunca me gustaron las marchas automáticas porque no te permiten impresionar a tus amigos con una bonita deceleración utilizando la propia aceleración y revolución de cada cambio manual), soltar despacio el embrague y hundir el pedal acelerador apenas unos cinco o seis grados con el pie derecho para salir del parking e ir hasta el hospital.
Nunca viene mal tener en cuenta todos estos actos que se realizan de forma automática porque nunca se sabe si los vas a volver a repetir y algunos de ellos te gustan.







18



Tardé media hora en llegar al hospital. Una vez en compañía de Eva y tras rellenar unos impresos y coger algunos objetos que le servían de distracción durante su largo encierro, nos dirigimos a su piso, a unos veinte minutos de mi hogar.
Era un piso pequeño y desordenado. De unos setenta metros cuadrados con paredes de tonos azulados. La cocina estaba revuelta pero sin platos en el fregadero. El salón estaba saturado de revistas médicas y veterinarias. Algunos libros yacían cerrados sobre el sofá, acumulando polvo. Me llamó la atención un cuadro de Tamara de Lempicka que colgaba junto al televisor, una mujer muy de moda en aquellos tiempos.
-Siento mucho que tengas que ver todo este desorden, qué vergüenza...
-Hace falta un poco de desinfectante en esta casa, no me extrañaría ver alguna que otra cucaracha americana por aquí. ?Eva estaba un poco desconcertada por la situación, porque no podía andar bien (utilizaba muletas), estaba la casa revuelta y se sentía encerrada en una tesitura que ella misma había provocado, contándole toda su vida a Adán, que al fín y al cabo no era más que un desconocido-. Era broma. Relájate, deberías estar felíz de volver a estar en tu pequeño hogar, rodeada de tus cosas. Venga, estírate en el sofá, tienes que tener los brazos cargados. ?Se acercó estrepitosamente hasta el sofá y se dejó caer como un sacó de arroz, esparciéndose caóticamente y acomodando sus pocas carnes a la horizontalidad-. ¿Quieres que te prepare un café? Quiero decir, si tienes café, podría preparar unas tazas.
-Sí, tiene que estar en aquel mueble de allí.-mientras ponía la cafetera en el fuego, utilizando un encendedor de cocina de esos que me hacen tanta gracia porque parecen un aturdidor de la policia versión light, Eva ordenó la mesita. Era una buena chica, quizás demasiado inteligente para no tener problemas mentales, pero buena chica al fín y al cabo y era la dueña de uno de los mejores cuerpos que he visto en mi vida (tal vez la razón principal por la que ahora estoy preparando café en la cocina grasienta de un piso de setenta metros cuadrados. Y es que nunca se puede confiar en el subconsciente ni hacerse el listo.).
Estuvimos charlando sobre muchísimas cosas. Tantas que ni recuerdo. Y llegó la hora de comer. La hora de hacer algo con nosotros. Mientras hablábamos del hijo de puta de su exnovio noté como se ponía tensa y empezaba a sudar.
-Necesitas un buen masaje, ven aquí. ?me acerqué a su posición y la ayudé a que se tumbara bocabajo en el sofá. Llevaba puesto una camiseta estrecha de algodón de color negro y unos pantalones vaqueros apretados y desgastados por el culo, de esos que ya se venden así y nunca comprenderé. Entre las arrugas finales del pantalón se podían ver unos pies pequeñitos y embutidos en calcetines de color rosa chicle con la parte del talón algo ennegrecida. No paraba de mover los dedos de los pies. Mientras le masajeaba la zona lumbar, empezó a hablar de una película:
-...¿no la has visto? Es un peliculón. Va de una profesora de piano que vive con su madre. La madre es una mujer terrible que la trata como si fuera imbécil. Una de esas madres rocambolescas del cine. Con una autoridad tremenda. Puro fascismo del hogar.
-Me quedo con esa frase para un posible relato.
-Vale. ?cada vez hablaba de forma más entrecortada, disfrutando de cada movimiento de mis manos y cada palabra sibilante-. Pues la mujer, dentro de su coraza, está destruída por culpa de la madre. Y se autolesiona con regularidad para intentar olvidar todo ese dolor psicológico que le produce la mujer que la trajo al mundo. Y conoce a un joven estudiante del que se enamora. ?empecé a hacer movimientos más férreos e intencionados y me vino a la mente una frase muchas veces repetida a lo largo de mi vida: ?la polla que te engendró te hará mujer?-. Y... disfrutan de sus cuerpos... y ella... ?giró la cabeza hasta conseguir mirarme, con las mejillas coloradas y despeinada- se dio cuenta...de lo que verdaderamente sufría... en todo momento porque...nadie...podría llegar a... comprenderla... y a darle lo que ella necesitaba... ?Tenía el labio inferior brillante y los ojos quemaban, quizás, por culpa de muchos meses de abstinencia sexual obligatoria. No pude evitar poner las manos en forma de garras y arañarle la espalda lentamente, mirándola con mis ojos derretidos de lava a sus ojos llameantes y húmedos. Ella puso cara de ligero placer infrahumano y mi mano derecha saltó contra su cabeza, tirándole hacia atrás de los pelos, haciendo que su cuello quedara expuesto en toda su plenitud, para abalanzarme sobre el mismo y morder y babear y besar y chupar y lamer con la velocidad de un demonio enloquecido que busca entradas-orificio por las que escabullirse y corromperlo todo desde el interior.
Los gemidos rebotaban en las paredes y Eva permaneció inmovil mientras yo asediaba su cuello y su cara, que cada vez estaba más colorada y más brillante. Mordía sus labios, los chupaba de tal manera que un hilillo de plata (como el que esa misma mañana ató cielo y tierra) unía nuestras bocas. Le mordía los hombros, notaba como crujían en mi boca las venas del cuello. No era pasión, era una violación consentida, un asedio en el que la catapulta era mi boca.
A los pocos segundos le destrocé la camiseta de algodón con mis garras de gárgola, le rompí el sujetador por la zona del cierre y le arañé la espalda mientras miraba sus hombros, perfectamente modelados y desplazados hacia arriba debido a la posición de los brazos. Con enérgicos movimientos de mis potentes brazos le quité el pantalón haciéndole daño en sus débiles y destartaladas piernas delgadas. Desintegré las bragas de color rosa en menos de cinco segundos, me quedé parado delante de un culo pequeño pero redondo, etimológicamente entrañable, y en ese sofá viejo fue donde nuestras vidas descarrilaron conjuntamente, durante dos largas semanas de fiebre y lascivia antes de convertirme en pura estepa siberiana.



Yo la quería por aquel entonces. Y debo decir que todos estos breves finales trágicos que se van sucediendo a lo largo de mi vida no son culpa del azar o la adicción. Solo hay un culpable.

Eva era una buena mujer, ya lo he dicho, pero lo que falló entre nosotros es que yo no soy un buen hombre. Lo confieso, soy un buen amante (y no porque haya estudiado técnicas orientales de estimulación femenina ni piense que lo importante es hacer gozar frente al propio goce personal en sí), pero como acompañante o compañero dejo mucho que desear ( tanto que mis virtudes pasan desapercibidas). Como ente social, rodeado de personas sociales, soy un desecho. Porque no soporto la desidia, ni la dejadez, ni el conformismo con el que últimamente se tiñe todo. No soporto algunas contestaciones inocentes o un gesto de pesadez inconsciente. Jamás.

La última vez que vi a Eva fue de madrugada en mi casa. Ya llevaba yo unos días soportando cierta carga negativa que no me tocaba soportar y como se suele decir en estos casos, una gota colmó el vaso (de chupito en mi caso). Estabamos jugando al dolor, con las uñas, con los dientes, con una percha de hace veinte años, con un mechero, con un imperdible, con un matamoscas y con unos cuantos objetos fálicos y semifálicos que no quiero enumerar, ya se sabe, botellas, desodorantes, velas, martillos, cucharas, floreros pequeños, hortalizas...
Tenía dentro de la vagina un cirio y los pezones arañados cuando me dijo que me amaba. Yo estaba concentrado en mi tarea, imaginándomela con sus delfines, echando pescados muertos al estanque o directamente a la boca en forma de sierra de esos bichos con cara de simpáticos que te pueden arrancar una mano de un mordisco, de rodillas frente al cubo del pescado y con el pelo recogido en un moño embutido dentro de un gurro de nadadora Speedo. En el plano vital ella me decía que me amaba por encima de todas ?las cosas?, que lo quería todo de mí a cualquier precio, dispuesta a entregar su vida en sacrificio su hiciese falta. Yo pensaba en un tiburón blanco partiendo por la mitad a sus delfines que por un chasquido de dedos, tenían la capacidad de comunicarse con Eva y le decían (mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos) ?ayúdame, lánzate al agua y pelea con ese tiburón que me ha partido por la mitad, seguro que desde ahí arriba puedes ver mis órganos vitales, zorra?. Ella me decía que le gustaría tener un hijo conmigo, que fuéramos al parque a pasear y comer sandwhiches vegetales. Yo ya estaba en el parque, imprimiéndole velocidad al columpio de mi nuevo hijo de tres años, cada vez con más insistencia y fuerza, hasta que salía volando a unos tres metros del suelo y caía encima de uno de esos arbustos robustos de baja altura, con tal mala suerte que una de las ramas más gruesas le atraviesa la cabeza de sién a sién dejando escapar de su boquita postbebé unos lindos sonidos guturales y ahogados antes de que empieza a salir sangre y se le quede la lengua colgando como a un cordero de matadero. Ella me dice que quiere vivir aquí conmigo como una pareja estable y felíz, que al fin y al cabo, según su criterio, es lo que somos. Yo pienso en masticarle un poco más los pezones y echarla a patadas de mi casa antes de que lo ensucie todo con su triste filosofía de barrio obrero en decadencia tras cerrar la fábrica. Y eso es lo qué pasó. Expulsé toda la maldad que tengo metida en la cabeza y todo se fue lavabo abajo (incluída Eva) quedándome impoluto, bautizado y nuevo.
Al poco decidió suicidarse.















19 (Fragmento de la última conversación Adán Schulz ? Francisco Vázquez de Seoane)

?Lo que te digo es que siento la imperiosa necesidad de huir de todos vosotros. Estoy seco. El arte dura poco. Tampoco tiene nada que ver que no pueda concentrarme en escribir nada nuevo, no tiene nada que ver que ya no tenga nada que contar, aunque ahora que lo pienso, puede que si que influya. Lo que te digo es que no tengo por qué aguantar este nudo en la garganta y estos dolores estomacales, joder. No soy un puto mártir de la causa literaria y no quiero acabar como Sánchez Dragó, eyaculando interiormente y fumando porros en la casa de Gran Hermano. Estoy cansado de esta vorágine que tanto me gusta. Claro que es contradictorio, coño, no entiendes nada. De eso mismo se trata. Ha llegado el momento de dar un paso adelante o caer para siempre en la puta mediocridad. Voy a contarte un secreto...¿recuerdas a Claudia? Sí, ya se que se marchó y no hemos vuelto a saber nada de ella, de eso te quería hablar. Una semana antes de enterarme de que se había pirado para no volver, pasó algo entre ella y yo en mi casa. No se qué me ocurrió pero no pude contenerme y ciertamente ella tampoco se quejó mucho. El tema es el siguiente: la asalté y me la follé. Casi se podría decir que fue una pequeña violación consentida. El secreto es que cuando se fue de mi casa con las mejillas rojas, me sentía terriblemente bien por haber hecho lo que había hecho. Me sentía muy bien por haberla abordado de aquella manera. Claro que no es nada raro, por eso mismo. En esas primeras horas después de la movida, me notaba enamorado de mí mismo y con Eva, la chica del hospital, también me pasaba, me adoraba a mí mismo por encima de todas las cosas y eso me da mucho miedo porque puede que haya llegado uno de esos momentos en la vida de un hombre en que tiene que huir de todo porque nada le convence, nada le gusta y nadie tiene la capacidad necesaria para gustarle. Hablo de amor, joder. Hablo del sentimiento que me nace en la boca del estómago y se propaga por todo mi puto organismo y no puedo vomitarlo y expandirme. Me refiero a que no hay nadie en este puto mundo que me haga sentir bien, sentirme querido de manera real y sana. Y es catastrófico porque se me ha olvidado lo que se supone que tengo que pensar. Soy un demonio. No tengo la capacidad de amor que todo el mundo tiene, solo quiero destruir en cualquier sentido posible que se me brinde. ¿No te das cuenta? Cuando acabé en el hospital no intentaba suicidarme, evidentemente. Sólo quería destruir cualquier cosa que estuviera a mi alcance y dio la casualidad de que era yo mismo. No se si lo entiendes pero he perdido toda la humanidad por el camino que me ha llevado a esta tranquila estabilidad física y monetaria. Y si te digo la verdad, todo eso me la suda, amigo. Lo que me preocupa es mi nihilismo infundado. No entiendo porqué no me importa nada de lo que tiene que importarme, joder. No comprendo por qué no soy uno más, con sus colecciones de motos de carrera y sus periódicos deportivos. Tampoco pido tanto, solo quiero un poco de estupidez y de simpleza. Quiero tener a alguien en la cabeza todo el día, pasarlo mal porque no estoy junto a esa persona, llorar en la cama adoptando la forma de un riñón enfermo de cáncer porque me ha dejado para siempre, intentar salir del hoyo, escribir cartas de amor, hacer locuras por alguien. Joder. Quiero sentirme vivo al verme reflejado en las pupilas de otra persona. Y no lo consigo porque soy diabólico y nadie parece darse cuenta...Sí, creo que tengo una crisis emocional. Lo dicho, ya nos veremos.?

Adán "oh no" Schulz

16a




Cuando llama Claudia a mi puerta, tengo la garganta como papel de lija y unos gases raros en el estómago que me hinchan la barriga y hacen que tenga ganas de tirarme veinte pedos muy sonoros agarrado con ambas manos a la taza del váter. Pero, evidentemente, no puedo hacer eso ahora porque Claudia ya está aquí, sentada en el sillón y mirando unos papeles que ha traído, mientras yo, preparo un vodka con naranja para mí, y un zumo de piña para ella, mirando de reojo, con mi visión periférica en blanco y negro, cada pequeño movimiento de los brazos de mi invitada, que es la más fiel representación viva de la Venus de Milo y de la canción de Miles Davis de mismo nombre. Es una mujer de acordes tomar. No dudaría en ridiculizarte si se ve agredida. Yo tampoco.
Conteniendo todo el aire que mis entrañas han generado, deposito los vasos sobre la mesa de cristal y pongo en funcionamiento, desde el mando a distancia, el cd tres del cargador del equipo de música minimalista. Suenan los primeros acordes del Disco Blanco de los Beatles.
Hablamos durante una hora y diez minutos sobre los diseños recientes en los que está trabajando y sobre la portada del libro de relatos que me acaba de hacer un poco más famoso y rico. Dice que le pareció muy adecuado que yo no saliera en la portada, algo que le agradezco enormemente y que ha añadido varios puntos extra a su papeleta de Mujer-que-necesito. Pienso que no hay tregua y que perder el tiempo y ser estúpido (en el sentido más nietzscheano de la palabra y en ese orden) son las dos cosas que no me puedo permitir, ya se lo que es la muerte y el coma, y estoy en pleno derecho de pensar que cada segundo de mi puta vida es de oro y esta mujer no está pagando nada. Tengo ganas de gritar, pero se asustaría y recogería sus papeles con dedos veloces y yo vería en tercera persona como el vaso de agua que me separa de la locura extrema se llena gota a gota y podría observar como un gesto del cuello de Claudia basta para hacerlo rebosar y darlo todo por perdido sabiendo que no hay marcha atrás posible a estas alturas de la película de nuestras vidas y no tendría más remedio que saltar sobre ella y dejarla inmovilizada con mis pezuñas de macho cabrío, arrancarle la ropa a bocados y lamerle la cara con mi lengua putrefacta y mi saliva fluorescentemente corrosiva, abrasarle los pechos con mis palabras guarras de desesperación y mis ojos encendidos de muñeco de feria y mis alas negras distribuyendo las nuevas corrientes de aire, soltando plumas por toda la habitación mientras con mis garras de gárgola victoriana le aprieto el cuello y con mi pene en forma de cetro con gemas en la punta, la dejo horrorosamente preñada de criaturas de dificil comprensión y dos cabezas...
-¿Tú cómo lo ves?
-Eh...¿Qué? ?Me ha pillado.
-Que si te gusta la portada.
-Sí, sí, me encanta que al final te hayas dado cuenta de que no me gusta salir en ellas con cara de enfant terrible.-Estoy sudado. Bebo.
-Ya te he explicado toda mi teoría al respecto de los libros con foto del autor en la portada y en este ejemplar no era necesario. Bueno, ¿qué tal estás? ¿Andas metido en algo?. ?debería saber a qué se refiere con ese ?algo?, pero estoy tan contrariado que lo veo todo borroso y huelo a azufre. No se qué me pasa pero, creo que esta mujer despierta la bestia que llevo dentro, y estoy en peligro.
-Pues... ?me sorprendo mirando fijamente su cuello, firme, largo, y terso como el tacto de una pechuga de pollo cruda y sin piel.- la verdad es que no se en qué ando metido ahora mismo, estoy... abrumado por los hechos. ?afirmo con la cabeza, mirándole directamente al ojo derecho intentando pasar por alto la estampación de su camiseta (I hate love). Ella pone cara de sorpresa y se rasca la oreja, lo que cual me produce un terrible dolor de corazón y noto como las arterias principales se van colapsando debido a colesterol tipo-claudia-bajo-las-nubes.
La conversación continúa en sengudo plano. No puedo concentrarme en nada que no sea el cuello de esa mujer o su boca. Creo que ella se ha dado cuenta desde el principio (si no ha sido así es que la enferma aquí es ella) pero intenta no darle importancia porque le gusta sentirse adulaba, aunque sea de esta manera tan demente y visceral.
Pasa otra hora y diez minutos y mientras hablamos de los Beatles y de su papel dentro de la historia del ocultismo, voy tranquilizándome porque me he bebido consecutivos vasos de vodka con zumo de naranja, de pomelo y almíbar, y el alcohol, contrariamente a lo que ocurre en casos típicos de hartazgo de vida, me apacigua y me hace ver las cosas con más frialdad y determinación. God Bless Alcohol.









16b (O perspectiva emocional y levemente anodina de la situación desde el estereotipo de mujer licenciada en diseño en la década de los noventa y desarrolladora de portadas de libro de escasa consistencia histórica)






?...y no me gusta ir a las casas de la gente que no conozco mucho porque se crea una especie de vínculo falaz entre el invitado y el anfitrión que no puede acabar en nada bueno debido a los insistentes impulsos de ambas partes por agradar y parecer la persona más sana del mundo. Por eso no me ha gustado que Adán me llame diciendo que vaya directamente a su casa, pero al mismo tiempo no he podido decirle que no, porque soy gilipollas y veo cualquier cosa como oportunidad única para el comienzo de ?algo?, aunque las personas implicadas no me atraigan en absoluto o sepa cuales son sus jugadas con antelación. De todas maneras, este no es el caso de Adán, porque Adán es una persona enigmática y no consigo ubicarlo en una u otra descripción. Nunca muestra nada de sí mismo, solo en sus libros y muy entrelíneas (sin tener en cuenta este último libro de relatos de tiempos pasados en el que se esplaya tranquilamente en anécdotas de su propia vida, sin temor a camuflarlas, y nos deja esbozar un pequeño esquema de su personalidad y placeres) haciendo que tengas que leer dos veces el libro para darte cuenta de todos los pequeños detalles sacados de conversaciones o historias paralelas reales y que, sin duda, son las responsables de las superventas. Pero lo más curioso es que él no se da cuenta de esos detalles solapados y piensa que la Humanidad es estúpida y solo quiere carne. Algo que por otra parte no es falso pero no del todo riguroso.
He llegado a su puerta justo a la hora indicada y Adán me ha hecho pasar diciendome que me sienta como en mi propia casa, un detalle por su parte, teniendo en cuenta que mi casa no vale ni la tercera parte de lo que vale la suya. Así que me senté en un finísimo, pero algo pasado de moda, sofá de tres plazas y esparcí en una mesa baja, unos papeles con los bocetos y las distintas ideas que tuve en su momento para la portada de su último libro. Enseguida me preparó un zumo a petición mía y charlamos sobre el asunto de las portadas. Lo noté muy desconcertado, como si no le gustara nada de nada todo lo que le estaba explicando sobre mis teorías acerca de la compra compulsiva de libros con títulos de una sola palabra y los colores complementarios. Creo que es un hombre muy sobrio en este aspecto, alguien que se toma muy en serio su trabajo a pesar de lo que pueda llegar a decir en una cena informal.
Al cabo de un buen rato, puede que más de una hora, cambié de conversación porque veía que no llegaba a ninguna parte y pronto nos quedaríamos callados y no podríamos ya retomar ninguna conversación interesante. Y fue en este cambio de conversación, mientras le preguntaba sobre su vida en estos ultimos tiempos, cuando noté que no dejaba de mirarme el cuello y la camiseta. Una camiseta que me regaló mi amiga Bárbara bastante ceñida. Vi como estaba sudando y se ponía colorado a ratos, como si le estubiera costando horrores estar ahí sentado aguantando todo el vendaval. Entonces yo me puse nerviosa y empezaron los picores. No paraba de rascarme las orejas y la nuca. Me picaban las piernas pero me daba vergüenza tener que desviar su mirada hasta ellas. Estabamos en una situación embarazosa porque la conversación se estaba acabando y no veía futuras grietas por las que escabullirme y preguntar. Él no aportaba nada a mejorar la comunicación porque estaba absorto. Se limitaba a beber contínuos vasos de vodka.
Me levanté, apurando mi zumo de piña y le dije que se me estaba haciendo un poco tarde, que tenía que ir a casa a preparar unos documentos antes de que fuera ?demasiado tarde? y perdiera mi cita con John Richardson, un cliente americano. Entonces Adán también se levantó y vi en su rostro la lascivia de alguien que tiene que hacer algo y no le queda tiempo para dar explicaciones y rodeos. Vi como sus ojos se fijaban casi por primera vez en los míos. Y tenían el peso de un ancla de barco. Vi como estaban enrojecidos mientras daba los cinco pasos que nos separaban. Entonces fue cuando dijo algo que me dejó helada, tan helada que seguro que se me notaban los pezones a través de la camiseta. Terrible. Me dijo ?Hostiaputa, estás muy buena?. Horror. No esperaba algo así de alguien como él. Tendría que haber dicho algo como ?Claudia, siento el terrible impulso de...? o ?Claudia, necesito que te quedes un poco más?, dejando arrastrar la ese. Pero no. Simplemente dijo ?Hostiaputa, estás muy buena? y se me cayó el alma al suelo. Ahí si que me quedé parada como nunca en mi vida. Podría haberme violado y no hubiera ofrecido resistencia, de hecho, estaba tan contrariada que no sabía si tenia que quitarme la camiseta y enseñarle los pechos, o decirle gracias y marcharme dándole dos besos y hasta otra. En cambio él, dio los pasos que tenía que dar y me puso una mano en el hombro mientras que con la otra me revolvió un poco el pelo, como un tío lejano revuelve el pelo a su sobrino travieso. Me puse más colorada que él y sonreí. Pero sigo sin poder decir y hacer nada. Volvió a quitar sus manos de mi hombro y mi pelo y se fue al mueble-bar (a unos doce pasos) a preparar una bebida.
Yo no sabía que hacer y me empezaba a dar vergüenza estar tanto tiempo ahí parada como un cartón. Estuve luchando para poder moverme y cuando al fín lo conseguí, Adán ya estaba de vuelta con un vaso de vodka en la mano izquierda y una sonrisa lasciva en el rostro. Yo dije algo así como ?Bueno, yo...? pero me mandó callar con el dedo índice de la mano derecha sobre mis labios y después de dar un enorme trago de su bebida, lanzó el vaso contra el suelo y con los dedos índice y medio de la mano izquierda que ahora estaba libre, me acarició el cuello. Es ahí cuando empezaron a temblarme las piernas por el miedo de lo que estaba ocurriendo, el surrealismo de toda la tarde (que la recordaba como si fuera un sueño) y la excitación (hacía ya un tiempo que no me tocaban el cuello de esa manera). Y no paraba de pensar en el vaso roto en el suelo. Descubrí que Adán tenía esa característica de hombre-animal que muy pocos tienen. Que era uno de esos escasos hombres que te dejan agilipollada cuando empiezan a mandar y solo puedes obedecer, porque así lo quiere la naturaleza de las hormonas. Por lo tanto yo, me limité a estar quietecita mientras me besaba en cámara lenta, pasando la punta de su lengua por mis labios mientras me miraba fijamente, hipnotizándome.
Reuní todas mis fuerzas para decirle con voz temblorosa algo así como ?Adán...esto no debería...tengo pareja?. Y él solo dijo ?Shhh? a la altura de mi naríz. Acababa de perder una de mis últimas oportunidades de salir airosa de aquel incidente, solo me quedaba el acto reflejo de rechazo, pero lo que ahora me preocupaba no era Adán Schulz y todo lo que ello representa. Lo que ahora debía contestar era mucho más jodido: ¿Quería yo, Claudia, salir de aquella situación embarazosa??

Claudia




16c (O cómo el padre de la criatura nunca supo que esa tarde-noche fue engendrado el hijo bastardo más bastardo de Occidente)






A partir de este momento el torbellino de acontecimientos me supera. Estoy llevando a cabo una de mis metas sexuales más preciadas. Es un momento que voy a recordar el resto de mi vida. Se que siempre voy a tener presente este cuello salomónico.
A pesar de la revelación de Claudia (vale, tiene novio, pero no se ha opuesto en ningún momento, ha sido una especie de pequeña coraza que ha dejado entreabierta para que yo decida por los dos, olvidándose del mundo que nos rodea y rodeará cuando acabe esta escena y cediéndome todo el peso de la misma) no puedo echarme atrás ahora. Estoy besándole la barriga, a Claudia, mi meta, tumbado encima de ella, desgarrándole la camiseta y el resto de sus ropas y conjeturas mentales con la intención de materializar una metáfora arriesgada sobre un suelo lleno de cristales y restos de vodka con zumo de pomelo. Tenemos cristales clavados y nuestras bocas saben a nosotros mismos y a nuestras sangres. El bautismo de San Juan, montaje del director.

Cuerpos entrelazados, costillas que se complementan, bocas que dejan de ser bocas y se transforman en valses musculares. Brazos como muelles enganchados a otros muelles como tentáculos. Pies como pivotes de pinball articulándose enloquecidamente como coletazos de atún moribundo. Rodillas contra rodillas que parecen islas desiertas, flotando en un mar de huesos molidos y espolvoreados sobre infinitos litros de horchata. Cavidades cavernosas como acantilados rocosos de un cuadro de Dalí. Fluctuaciones indeterminadas en el espacio-tiempo en forma de falo arrugado que se cobija y se cobija y se cobija entre las cortinas de carne del teatro donde se está representando la obra escrita por un chaval deprimente y deprimido que a su vez está siendo representado por la misma obra deprimente y deprimida que ha escrito en estado de éxtasis divino, bajo la presión de toda una familia de pingüinos que no sabe pagar facturas (por no decirlo de alguna manera narrativamente rompedora y que pudiera desviar la atención hacia los verdaderos temas importantes en la vida de este muchacho tan necesitado de solvencia fiscal, paz, tranquilidad y estabilidad). Y al final de la maniobra de reinserción, el liquido de la vida que estalla, (como estalló en su momento el planeta Tierra antes de toda esta mutación del tiempo, inundando la vida de millones de almas afectadas por las pequeñas barbaries que se cometen a diario en el interior de todos los hogares de esta parte del mundo, tan rarificada (la parte del mundo) que casi parece una región lunar capitalista) introduciéndose por el caminito de baldosas de oro que llega hasta el epicentro del terremoto de la creación de la vida y saludando con la mano, si fuera posible, con acritud, a todos los que deciden malgastar la única posesión que se tiene: la vida.
Ahora...justo ahora, oliendo los restos del Big Bang, entre este segundo y el siguiente, ¡click!...estoy vivo.