Adán "sentimentalmente atrofiado" Schulz

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No he vuelto a ver a Claudia después del ?incidente? de hace dos semanas en mi casa. Los pequeños cortes que me hice en los brazos y las piernas con los cristales del suelo, ya han desaparecido. No me queda ningún resto recordatorio de lo que aconteció. Mierda.
Hoy mismo le dan el alta a Eva y como su novio la ha dejado tirada tras el accidente (menudo ejemplar), voy a ir a recogerla yo mismo y la llevaré a su apartamento. Pronto podrá recuperarse del todo y volver a su trabajo con los delfines y esas mierdas que no comprendo. Puede que pueda comenzar de nuevo con su vida. Según me contó estos últimos dias, está en una especie de punto de inflexión y debe decidir.
Ayer salió una reseña de mi libro en todos los suplementos dominicales. Dicen que ?Adán Schulz se muestra más maduro que nunca, a pesar de ser uno de sus primeros escritos, rescatado por su editor.? Si alguien lo entiende, que venga y me explique. Estoy por llamar a la redacción de todas esas revistas de mierda de más de cien páginas en las que siempre ponen las mismas fotos de casas paralelepípedas decoradas con esmero ?mininihilista? y los mismos reportajes y entrevistas a personajes que nadie quiere saber lo que dicen. Pero no llamo, porque probablemente pronto me llamarán ellos. Jajaja.
El segundo café de la mañana termina de despertarme del todo y me prepara para salir a la calle, en dirección al hospital.
Odio contar escenas que ya han pasado. Así que prefiero no reproducir la conversación que tuvo lugar en esta misma habitación y que contó con mi madre como tertuliana, como mero mensajero o anfitrión. No voy a reproducir ninguna de las explicaciones de esa tarde. No merece la pena. Ya entenderéis mi bucle mental.

Hace un día magnífico. Son las once de la mañana y el sol está en lo alto, calentando todos los rincones de la ciudad con su brazo misericordioso. No hay ni una sola nube en el cielo, solo la lejana estela de humo blanco, que parece una uña cortada o un hilo de plata que está siendo atado alrededor de mares y continentes, y es la estela de un reactor. La cuidad ha despertado y se mueve como un enorme océano de aceite que bajo la superficie está dominado por las miles de autopistas que conforman sus corrientes líquidas. Hay un hombre vendiendo discos falsos sobre una manta roja muy parecida a las alfombras de las grandes celebraciones (lo cual conforma todo un elogio a la locura). Hay un hombre vendiendo cinturones de colores y juguetes manufacturados de ojos brillantes de muy distintas clases, entre las principales podemos destacar los ojos oscilantes de pupilas azules y sin pestañas, los ojos con pivote de pupilas marrones o verdes, los ojos litografiados de pupila negra y los ojos parpadeantes de pupilas azules y pestañas a elegir entre una amplia gama de negros y rubios, cuyo peinado (el del hombre) es lo más parecido a un nido de cigüeña. Hay un restaurante de comida turca con puertas batientes de madera pintadas de verde del que emana un embriagador aroma a curry. Hay una caja de ahorros atestada de mujeres. Un videoclub dominado por el color rojo, en cuya puerta, hay un display de cartón con la forma de Shrek, el ogro gordezuelo que te tiene que caer bien (a la fuerza) si quieres seguir perteneciendo al subgrupo social al que perteneces, entendiéndose la utilización del verbo pertenecer (segunda conjugación) como abreviatura de candado-de-doble-cierre-que-no-puedes-abrir. Hay un viejo sentado en un banco leyendo un periódico de férreas ideas políticas. Hay un chicle de fresa pegado sobre la acera junto a un papel de color amarillo deslucido que te invita a asistir a un curso de Pensamiento Positivo (primera sesión gratis). Hay un perro ladrando desde un balcón del primer piso. Hay un sonido persistente y ligeramente evolutivo de coches acelerando en la calle contigua, en la que se encuentra mi parking al lado de una joyería que ha sido tres veces asaltada en el último año. Me viene a la mente una escena de emboscada de principios del siglo pasado con bandoleros asaltacaminos como protagonistas.
Giro por la primera esquina a mano derecha mirándome los zapatos negros de piel de ante. Una especie de ?botitas socialistas?, si se me permite la expresión. Voy dando pasos grandes, escuchando el sonido de mis suelas sobre la acera. Mis pantalones de pana de color marrón oscuro se cimbrean acariciándome los muslos de esa manera tan especial y cariñosa en que un pantalón se cimbrea y te acaricia las piernas el primer día depués de una depilación intensiva de la zona haciéndote sentir ligeramente expuesto y desnudo como el primer día de primavera que utilizas camisetas de manga corta o el primer día de otoño que utilizas camisas de manga larga.
La escena va sucediendo con un tempo bajísimo, como filmada por una de esas cámaras ultralentas de documental de la BBC que graba las ondulaciones del cuello de un Ánade Real en vuelo o el disparo contundente de las mandíbulas de cierto pez que no recuerdo. Si alguien se fijara, podría llegar a ver como en mi sién, una pequeña vena tictactea al mismo ritmo que mi corazón y tres veces más rápido que mi caminar. Podría llegar a ver como mis ojos se tuercen a izquierda y derecha, como la señal luminosa del parachoques del coche fantástico, mirando todos los escaparates y todos los carteles que en las paredes están pegados. Asimilando la fuente de cada cartel, desaprovando las escasas dotes de mercantilismo de ciertos comercios de barrio, inspirando profundamente al recordar los ceros de mi tarjeta de crédito.


Ahora estoy dentro de mi coche, aparcado en el parking privado en el que una plaza de coche te sale por unos 12.000 euros. Ya he metido la llave en el contacto, solo falta girarla en ángulo recto, escuchar el motor encenderse, retroceder cuarenta y cinco grados de dicho ángulo de noventa, mirar instintívamente el retrovisor, carraspear, dejar el teléfono movil en el asiento del copiloto, encender el reproductor, subir el volúmen hasta el número treinta, pisar el embrague con el pie izquierdo, jugar con la marcha antes de meter primera (nunca me gustaron las marchas automáticas porque no te permiten impresionar a tus amigos con una bonita deceleración utilizando la propia aceleración y revolución de cada cambio manual), soltar despacio el embrague y hundir el pedal acelerador apenas unos cinco o seis grados con el pie derecho para salir del parking e ir hasta el hospital.
Nunca viene mal tener en cuenta todos estos actos que se realizan de forma automática porque nunca se sabe si los vas a volver a repetir y algunos de ellos te gustan.







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Tardé media hora en llegar al hospital. Una vez en compañía de Eva y tras rellenar unos impresos y coger algunos objetos que le servían de distracción durante su largo encierro, nos dirigimos a su piso, a unos veinte minutos de mi hogar.
Era un piso pequeño y desordenado. De unos setenta metros cuadrados con paredes de tonos azulados. La cocina estaba revuelta pero sin platos en el fregadero. El salón estaba saturado de revistas médicas y veterinarias. Algunos libros yacían cerrados sobre el sofá, acumulando polvo. Me llamó la atención un cuadro de Tamara de Lempicka que colgaba junto al televisor, una mujer muy de moda en aquellos tiempos.
-Siento mucho que tengas que ver todo este desorden, qué vergüenza...
-Hace falta un poco de desinfectante en esta casa, no me extrañaría ver alguna que otra cucaracha americana por aquí. ?Eva estaba un poco desconcertada por la situación, porque no podía andar bien (utilizaba muletas), estaba la casa revuelta y se sentía encerrada en una tesitura que ella misma había provocado, contándole toda su vida a Adán, que al fín y al cabo no era más que un desconocido-. Era broma. Relájate, deberías estar felíz de volver a estar en tu pequeño hogar, rodeada de tus cosas. Venga, estírate en el sofá, tienes que tener los brazos cargados. ?Se acercó estrepitosamente hasta el sofá y se dejó caer como un sacó de arroz, esparciéndose caóticamente y acomodando sus pocas carnes a la horizontalidad-. ¿Quieres que te prepare un café? Quiero decir, si tienes café, podría preparar unas tazas.
-Sí, tiene que estar en aquel mueble de allí.-mientras ponía la cafetera en el fuego, utilizando un encendedor de cocina de esos que me hacen tanta gracia porque parecen un aturdidor de la policia versión light, Eva ordenó la mesita. Era una buena chica, quizás demasiado inteligente para no tener problemas mentales, pero buena chica al fín y al cabo y era la dueña de uno de los mejores cuerpos que he visto en mi vida (tal vez la razón principal por la que ahora estoy preparando café en la cocina grasienta de un piso de setenta metros cuadrados. Y es que nunca se puede confiar en el subconsciente ni hacerse el listo.).
Estuvimos charlando sobre muchísimas cosas. Tantas que ni recuerdo. Y llegó la hora de comer. La hora de hacer algo con nosotros. Mientras hablábamos del hijo de puta de su exnovio noté como se ponía tensa y empezaba a sudar.
-Necesitas un buen masaje, ven aquí. ?me acerqué a su posición y la ayudé a que se tumbara bocabajo en el sofá. Llevaba puesto una camiseta estrecha de algodón de color negro y unos pantalones vaqueros apretados y desgastados por el culo, de esos que ya se venden así y nunca comprenderé. Entre las arrugas finales del pantalón se podían ver unos pies pequeñitos y embutidos en calcetines de color rosa chicle con la parte del talón algo ennegrecida. No paraba de mover los dedos de los pies. Mientras le masajeaba la zona lumbar, empezó a hablar de una película:
-...¿no la has visto? Es un peliculón. Va de una profesora de piano que vive con su madre. La madre es una mujer terrible que la trata como si fuera imbécil. Una de esas madres rocambolescas del cine. Con una autoridad tremenda. Puro fascismo del hogar.
-Me quedo con esa frase para un posible relato.
-Vale. ?cada vez hablaba de forma más entrecortada, disfrutando de cada movimiento de mis manos y cada palabra sibilante-. Pues la mujer, dentro de su coraza, está destruída por culpa de la madre. Y se autolesiona con regularidad para intentar olvidar todo ese dolor psicológico que le produce la mujer que la trajo al mundo. Y conoce a un joven estudiante del que se enamora. ?empecé a hacer movimientos más férreos e intencionados y me vino a la mente una frase muchas veces repetida a lo largo de mi vida: ?la polla que te engendró te hará mujer?-. Y... disfrutan de sus cuerpos... y ella... ?giró la cabeza hasta conseguir mirarme, con las mejillas coloradas y despeinada- se dio cuenta...de lo que verdaderamente sufría... en todo momento porque...nadie...podría llegar a... comprenderla... y a darle lo que ella necesitaba... ?Tenía el labio inferior brillante y los ojos quemaban, quizás, por culpa de muchos meses de abstinencia sexual obligatoria. No pude evitar poner las manos en forma de garras y arañarle la espalda lentamente, mirándola con mis ojos derretidos de lava a sus ojos llameantes y húmedos. Ella puso cara de ligero placer infrahumano y mi mano derecha saltó contra su cabeza, tirándole hacia atrás de los pelos, haciendo que su cuello quedara expuesto en toda su plenitud, para abalanzarme sobre el mismo y morder y babear y besar y chupar y lamer con la velocidad de un demonio enloquecido que busca entradas-orificio por las que escabullirse y corromperlo todo desde el interior.
Los gemidos rebotaban en las paredes y Eva permaneció inmovil mientras yo asediaba su cuello y su cara, que cada vez estaba más colorada y más brillante. Mordía sus labios, los chupaba de tal manera que un hilillo de plata (como el que esa misma mañana ató cielo y tierra) unía nuestras bocas. Le mordía los hombros, notaba como crujían en mi boca las venas del cuello. No era pasión, era una violación consentida, un asedio en el que la catapulta era mi boca.
A los pocos segundos le destrocé la camiseta de algodón con mis garras de gárgola, le rompí el sujetador por la zona del cierre y le arañé la espalda mientras miraba sus hombros, perfectamente modelados y desplazados hacia arriba debido a la posición de los brazos. Con enérgicos movimientos de mis potentes brazos le quité el pantalón haciéndole daño en sus débiles y destartaladas piernas delgadas. Desintegré las bragas de color rosa en menos de cinco segundos, me quedé parado delante de un culo pequeño pero redondo, etimológicamente entrañable, y en ese sofá viejo fue donde nuestras vidas descarrilaron conjuntamente, durante dos largas semanas de fiebre y lascivia antes de convertirme en pura estepa siberiana.



Yo la quería por aquel entonces. Y debo decir que todos estos breves finales trágicos que se van sucediendo a lo largo de mi vida no son culpa del azar o la adicción. Solo hay un culpable.

Eva era una buena mujer, ya lo he dicho, pero lo que falló entre nosotros es que yo no soy un buen hombre. Lo confieso, soy un buen amante (y no porque haya estudiado técnicas orientales de estimulación femenina ni piense que lo importante es hacer gozar frente al propio goce personal en sí), pero como acompañante o compañero dejo mucho que desear ( tanto que mis virtudes pasan desapercibidas). Como ente social, rodeado de personas sociales, soy un desecho. Porque no soporto la desidia, ni la dejadez, ni el conformismo con el que últimamente se tiñe todo. No soporto algunas contestaciones inocentes o un gesto de pesadez inconsciente. Jamás.

La última vez que vi a Eva fue de madrugada en mi casa. Ya llevaba yo unos días soportando cierta carga negativa que no me tocaba soportar y como se suele decir en estos casos, una gota colmó el vaso (de chupito en mi caso). Estabamos jugando al dolor, con las uñas, con los dientes, con una percha de hace veinte años, con un mechero, con un imperdible, con un matamoscas y con unos cuantos objetos fálicos y semifálicos que no quiero enumerar, ya se sabe, botellas, desodorantes, velas, martillos, cucharas, floreros pequeños, hortalizas...
Tenía dentro de la vagina un cirio y los pezones arañados cuando me dijo que me amaba. Yo estaba concentrado en mi tarea, imaginándomela con sus delfines, echando pescados muertos al estanque o directamente a la boca en forma de sierra de esos bichos con cara de simpáticos que te pueden arrancar una mano de un mordisco, de rodillas frente al cubo del pescado y con el pelo recogido en un moño embutido dentro de un gurro de nadadora Speedo. En el plano vital ella me decía que me amaba por encima de todas ?las cosas?, que lo quería todo de mí a cualquier precio, dispuesta a entregar su vida en sacrificio su hiciese falta. Yo pensaba en un tiburón blanco partiendo por la mitad a sus delfines que por un chasquido de dedos, tenían la capacidad de comunicarse con Eva y le decían (mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos) ?ayúdame, lánzate al agua y pelea con ese tiburón que me ha partido por la mitad, seguro que desde ahí arriba puedes ver mis órganos vitales, zorra?. Ella me decía que le gustaría tener un hijo conmigo, que fuéramos al parque a pasear y comer sandwhiches vegetales. Yo ya estaba en el parque, imprimiéndole velocidad al columpio de mi nuevo hijo de tres años, cada vez con más insistencia y fuerza, hasta que salía volando a unos tres metros del suelo y caía encima de uno de esos arbustos robustos de baja altura, con tal mala suerte que una de las ramas más gruesas le atraviesa la cabeza de sién a sién dejando escapar de su boquita postbebé unos lindos sonidos guturales y ahogados antes de que empieza a salir sangre y se le quede la lengua colgando como a un cordero de matadero. Ella me dice que quiere vivir aquí conmigo como una pareja estable y felíz, que al fin y al cabo, según su criterio, es lo que somos. Yo pienso en masticarle un poco más los pezones y echarla a patadas de mi casa antes de que lo ensucie todo con su triste filosofía de barrio obrero en decadencia tras cerrar la fábrica. Y eso es lo qué pasó. Expulsé toda la maldad que tengo metida en la cabeza y todo se fue lavabo abajo (incluída Eva) quedándome impoluto, bautizado y nuevo.
Al poco decidió suicidarse.















19 (Fragmento de la última conversación Adán Schulz ? Francisco Vázquez de Seoane)

?Lo que te digo es que siento la imperiosa necesidad de huir de todos vosotros. Estoy seco. El arte dura poco. Tampoco tiene nada que ver que no pueda concentrarme en escribir nada nuevo, no tiene nada que ver que ya no tenga nada que contar, aunque ahora que lo pienso, puede que si que influya. Lo que te digo es que no tengo por qué aguantar este nudo en la garganta y estos dolores estomacales, joder. No soy un puto mártir de la causa literaria y no quiero acabar como Sánchez Dragó, eyaculando interiormente y fumando porros en la casa de Gran Hermano. Estoy cansado de esta vorágine que tanto me gusta. Claro que es contradictorio, coño, no entiendes nada. De eso mismo se trata. Ha llegado el momento de dar un paso adelante o caer para siempre en la puta mediocridad. Voy a contarte un secreto...¿recuerdas a Claudia? Sí, ya se que se marchó y no hemos vuelto a saber nada de ella, de eso te quería hablar. Una semana antes de enterarme de que se había pirado para no volver, pasó algo entre ella y yo en mi casa. No se qué me ocurrió pero no pude contenerme y ciertamente ella tampoco se quejó mucho. El tema es el siguiente: la asalté y me la follé. Casi se podría decir que fue una pequeña violación consentida. El secreto es que cuando se fue de mi casa con las mejillas rojas, me sentía terriblemente bien por haber hecho lo que había hecho. Me sentía muy bien por haberla abordado de aquella manera. Claro que no es nada raro, por eso mismo. En esas primeras horas después de la movida, me notaba enamorado de mí mismo y con Eva, la chica del hospital, también me pasaba, me adoraba a mí mismo por encima de todas las cosas y eso me da mucho miedo porque puede que haya llegado uno de esos momentos en la vida de un hombre en que tiene que huir de todo porque nada le convence, nada le gusta y nadie tiene la capacidad necesaria para gustarle. Hablo de amor, joder. Hablo del sentimiento que me nace en la boca del estómago y se propaga por todo mi puto organismo y no puedo vomitarlo y expandirme. Me refiero a que no hay nadie en este puto mundo que me haga sentir bien, sentirme querido de manera real y sana. Y es catastrófico porque se me ha olvidado lo que se supone que tengo que pensar. Soy un demonio. No tengo la capacidad de amor que todo el mundo tiene, solo quiero destruir en cualquier sentido posible que se me brinde. ¿No te das cuenta? Cuando acabé en el hospital no intentaba suicidarme, evidentemente. Sólo quería destruir cualquier cosa que estuviera a mi alcance y dio la casualidad de que era yo mismo. No se si lo entiendes pero he perdido toda la humanidad por el camino que me ha llevado a esta tranquila estabilidad física y monetaria. Y si te digo la verdad, todo eso me la suda, amigo. Lo que me preocupa es mi nihilismo infundado. No entiendo porqué no me importa nada de lo que tiene que importarme, joder. No comprendo por qué no soy uno más, con sus colecciones de motos de carrera y sus periódicos deportivos. Tampoco pido tanto, solo quiero un poco de estupidez y de simpleza. Quiero tener a alguien en la cabeza todo el día, pasarlo mal porque no estoy junto a esa persona, llorar en la cama adoptando la forma de un riñón enfermo de cáncer porque me ha dejado para siempre, intentar salir del hoyo, escribir cartas de amor, hacer locuras por alguien. Joder. Quiero sentirme vivo al verme reflejado en las pupilas de otra persona. Y no lo consigo porque soy diabólico y nadie parece darse cuenta...Sí, creo que tengo una crisis emocional. Lo dicho, ya nos veremos.?

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