Adán "oh no" Schulz

16a




Cuando llama Claudia a mi puerta, tengo la garganta como papel de lija y unos gases raros en el estómago que me hinchan la barriga y hacen que tenga ganas de tirarme veinte pedos muy sonoros agarrado con ambas manos a la taza del váter. Pero, evidentemente, no puedo hacer eso ahora porque Claudia ya está aquí, sentada en el sillón y mirando unos papeles que ha traído, mientras yo, preparo un vodka con naranja para mí, y un zumo de piña para ella, mirando de reojo, con mi visión periférica en blanco y negro, cada pequeño movimiento de los brazos de mi invitada, que es la más fiel representación viva de la Venus de Milo y de la canción de Miles Davis de mismo nombre. Es una mujer de acordes tomar. No dudaría en ridiculizarte si se ve agredida. Yo tampoco.
Conteniendo todo el aire que mis entrañas han generado, deposito los vasos sobre la mesa de cristal y pongo en funcionamiento, desde el mando a distancia, el cd tres del cargador del equipo de música minimalista. Suenan los primeros acordes del Disco Blanco de los Beatles.
Hablamos durante una hora y diez minutos sobre los diseños recientes en los que está trabajando y sobre la portada del libro de relatos que me acaba de hacer un poco más famoso y rico. Dice que le pareció muy adecuado que yo no saliera en la portada, algo que le agradezco enormemente y que ha añadido varios puntos extra a su papeleta de Mujer-que-necesito. Pienso que no hay tregua y que perder el tiempo y ser estúpido (en el sentido más nietzscheano de la palabra y en ese orden) son las dos cosas que no me puedo permitir, ya se lo que es la muerte y el coma, y estoy en pleno derecho de pensar que cada segundo de mi puta vida es de oro y esta mujer no está pagando nada. Tengo ganas de gritar, pero se asustaría y recogería sus papeles con dedos veloces y yo vería en tercera persona como el vaso de agua que me separa de la locura extrema se llena gota a gota y podría observar como un gesto del cuello de Claudia basta para hacerlo rebosar y darlo todo por perdido sabiendo que no hay marcha atrás posible a estas alturas de la película de nuestras vidas y no tendría más remedio que saltar sobre ella y dejarla inmovilizada con mis pezuñas de macho cabrío, arrancarle la ropa a bocados y lamerle la cara con mi lengua putrefacta y mi saliva fluorescentemente corrosiva, abrasarle los pechos con mis palabras guarras de desesperación y mis ojos encendidos de muñeco de feria y mis alas negras distribuyendo las nuevas corrientes de aire, soltando plumas por toda la habitación mientras con mis garras de gárgola victoriana le aprieto el cuello y con mi pene en forma de cetro con gemas en la punta, la dejo horrorosamente preñada de criaturas de dificil comprensión y dos cabezas...
-¿Tú cómo lo ves?
-Eh...¿Qué? ?Me ha pillado.
-Que si te gusta la portada.
-Sí, sí, me encanta que al final te hayas dado cuenta de que no me gusta salir en ellas con cara de enfant terrible.-Estoy sudado. Bebo.
-Ya te he explicado toda mi teoría al respecto de los libros con foto del autor en la portada y en este ejemplar no era necesario. Bueno, ¿qué tal estás? ¿Andas metido en algo?. ?debería saber a qué se refiere con ese ?algo?, pero estoy tan contrariado que lo veo todo borroso y huelo a azufre. No se qué me pasa pero, creo que esta mujer despierta la bestia que llevo dentro, y estoy en peligro.
-Pues... ?me sorprendo mirando fijamente su cuello, firme, largo, y terso como el tacto de una pechuga de pollo cruda y sin piel.- la verdad es que no se en qué ando metido ahora mismo, estoy... abrumado por los hechos. ?afirmo con la cabeza, mirándole directamente al ojo derecho intentando pasar por alto la estampación de su camiseta (I hate love). Ella pone cara de sorpresa y se rasca la oreja, lo que cual me produce un terrible dolor de corazón y noto como las arterias principales se van colapsando debido a colesterol tipo-claudia-bajo-las-nubes.
La conversación continúa en sengudo plano. No puedo concentrarme en nada que no sea el cuello de esa mujer o su boca. Creo que ella se ha dado cuenta desde el principio (si no ha sido así es que la enferma aquí es ella) pero intenta no darle importancia porque le gusta sentirse adulaba, aunque sea de esta manera tan demente y visceral.
Pasa otra hora y diez minutos y mientras hablamos de los Beatles y de su papel dentro de la historia del ocultismo, voy tranquilizándome porque me he bebido consecutivos vasos de vodka con zumo de naranja, de pomelo y almíbar, y el alcohol, contrariamente a lo que ocurre en casos típicos de hartazgo de vida, me apacigua y me hace ver las cosas con más frialdad y determinación. God Bless Alcohol.









16b (O perspectiva emocional y levemente anodina de la situación desde el estereotipo de mujer licenciada en diseño en la década de los noventa y desarrolladora de portadas de libro de escasa consistencia histórica)






?...y no me gusta ir a las casas de la gente que no conozco mucho porque se crea una especie de vínculo falaz entre el invitado y el anfitrión que no puede acabar en nada bueno debido a los insistentes impulsos de ambas partes por agradar y parecer la persona más sana del mundo. Por eso no me ha gustado que Adán me llame diciendo que vaya directamente a su casa, pero al mismo tiempo no he podido decirle que no, porque soy gilipollas y veo cualquier cosa como oportunidad única para el comienzo de ?algo?, aunque las personas implicadas no me atraigan en absoluto o sepa cuales son sus jugadas con antelación. De todas maneras, este no es el caso de Adán, porque Adán es una persona enigmática y no consigo ubicarlo en una u otra descripción. Nunca muestra nada de sí mismo, solo en sus libros y muy entrelíneas (sin tener en cuenta este último libro de relatos de tiempos pasados en el que se esplaya tranquilamente en anécdotas de su propia vida, sin temor a camuflarlas, y nos deja esbozar un pequeño esquema de su personalidad y placeres) haciendo que tengas que leer dos veces el libro para darte cuenta de todos los pequeños detalles sacados de conversaciones o historias paralelas reales y que, sin duda, son las responsables de las superventas. Pero lo más curioso es que él no se da cuenta de esos detalles solapados y piensa que la Humanidad es estúpida y solo quiere carne. Algo que por otra parte no es falso pero no del todo riguroso.
He llegado a su puerta justo a la hora indicada y Adán me ha hecho pasar diciendome que me sienta como en mi propia casa, un detalle por su parte, teniendo en cuenta que mi casa no vale ni la tercera parte de lo que vale la suya. Así que me senté en un finísimo, pero algo pasado de moda, sofá de tres plazas y esparcí en una mesa baja, unos papeles con los bocetos y las distintas ideas que tuve en su momento para la portada de su último libro. Enseguida me preparó un zumo a petición mía y charlamos sobre el asunto de las portadas. Lo noté muy desconcertado, como si no le gustara nada de nada todo lo que le estaba explicando sobre mis teorías acerca de la compra compulsiva de libros con títulos de una sola palabra y los colores complementarios. Creo que es un hombre muy sobrio en este aspecto, alguien que se toma muy en serio su trabajo a pesar de lo que pueda llegar a decir en una cena informal.
Al cabo de un buen rato, puede que más de una hora, cambié de conversación porque veía que no llegaba a ninguna parte y pronto nos quedaríamos callados y no podríamos ya retomar ninguna conversación interesante. Y fue en este cambio de conversación, mientras le preguntaba sobre su vida en estos ultimos tiempos, cuando noté que no dejaba de mirarme el cuello y la camiseta. Una camiseta que me regaló mi amiga Bárbara bastante ceñida. Vi como estaba sudando y se ponía colorado a ratos, como si le estubiera costando horrores estar ahí sentado aguantando todo el vendaval. Entonces yo me puse nerviosa y empezaron los picores. No paraba de rascarme las orejas y la nuca. Me picaban las piernas pero me daba vergüenza tener que desviar su mirada hasta ellas. Estabamos en una situación embarazosa porque la conversación se estaba acabando y no veía futuras grietas por las que escabullirme y preguntar. Él no aportaba nada a mejorar la comunicación porque estaba absorto. Se limitaba a beber contínuos vasos de vodka.
Me levanté, apurando mi zumo de piña y le dije que se me estaba haciendo un poco tarde, que tenía que ir a casa a preparar unos documentos antes de que fuera ?demasiado tarde? y perdiera mi cita con John Richardson, un cliente americano. Entonces Adán también se levantó y vi en su rostro la lascivia de alguien que tiene que hacer algo y no le queda tiempo para dar explicaciones y rodeos. Vi como sus ojos se fijaban casi por primera vez en los míos. Y tenían el peso de un ancla de barco. Vi como estaban enrojecidos mientras daba los cinco pasos que nos separaban. Entonces fue cuando dijo algo que me dejó helada, tan helada que seguro que se me notaban los pezones a través de la camiseta. Terrible. Me dijo ?Hostiaputa, estás muy buena?. Horror. No esperaba algo así de alguien como él. Tendría que haber dicho algo como ?Claudia, siento el terrible impulso de...? o ?Claudia, necesito que te quedes un poco más?, dejando arrastrar la ese. Pero no. Simplemente dijo ?Hostiaputa, estás muy buena? y se me cayó el alma al suelo. Ahí si que me quedé parada como nunca en mi vida. Podría haberme violado y no hubiera ofrecido resistencia, de hecho, estaba tan contrariada que no sabía si tenia que quitarme la camiseta y enseñarle los pechos, o decirle gracias y marcharme dándole dos besos y hasta otra. En cambio él, dio los pasos que tenía que dar y me puso una mano en el hombro mientras que con la otra me revolvió un poco el pelo, como un tío lejano revuelve el pelo a su sobrino travieso. Me puse más colorada que él y sonreí. Pero sigo sin poder decir y hacer nada. Volvió a quitar sus manos de mi hombro y mi pelo y se fue al mueble-bar (a unos doce pasos) a preparar una bebida.
Yo no sabía que hacer y me empezaba a dar vergüenza estar tanto tiempo ahí parada como un cartón. Estuve luchando para poder moverme y cuando al fín lo conseguí, Adán ya estaba de vuelta con un vaso de vodka en la mano izquierda y una sonrisa lasciva en el rostro. Yo dije algo así como ?Bueno, yo...? pero me mandó callar con el dedo índice de la mano derecha sobre mis labios y después de dar un enorme trago de su bebida, lanzó el vaso contra el suelo y con los dedos índice y medio de la mano izquierda que ahora estaba libre, me acarició el cuello. Es ahí cuando empezaron a temblarme las piernas por el miedo de lo que estaba ocurriendo, el surrealismo de toda la tarde (que la recordaba como si fuera un sueño) y la excitación (hacía ya un tiempo que no me tocaban el cuello de esa manera). Y no paraba de pensar en el vaso roto en el suelo. Descubrí que Adán tenía esa característica de hombre-animal que muy pocos tienen. Que era uno de esos escasos hombres que te dejan agilipollada cuando empiezan a mandar y solo puedes obedecer, porque así lo quiere la naturaleza de las hormonas. Por lo tanto yo, me limité a estar quietecita mientras me besaba en cámara lenta, pasando la punta de su lengua por mis labios mientras me miraba fijamente, hipnotizándome.
Reuní todas mis fuerzas para decirle con voz temblorosa algo así como ?Adán...esto no debería...tengo pareja?. Y él solo dijo ?Shhh? a la altura de mi naríz. Acababa de perder una de mis últimas oportunidades de salir airosa de aquel incidente, solo me quedaba el acto reflejo de rechazo, pero lo que ahora me preocupaba no era Adán Schulz y todo lo que ello representa. Lo que ahora debía contestar era mucho más jodido: ¿Quería yo, Claudia, salir de aquella situación embarazosa??

Claudia




16c (O cómo el padre de la criatura nunca supo que esa tarde-noche fue engendrado el hijo bastardo más bastardo de Occidente)






A partir de este momento el torbellino de acontecimientos me supera. Estoy llevando a cabo una de mis metas sexuales más preciadas. Es un momento que voy a recordar el resto de mi vida. Se que siempre voy a tener presente este cuello salomónico.
A pesar de la revelación de Claudia (vale, tiene novio, pero no se ha opuesto en ningún momento, ha sido una especie de pequeña coraza que ha dejado entreabierta para que yo decida por los dos, olvidándose del mundo que nos rodea y rodeará cuando acabe esta escena y cediéndome todo el peso de la misma) no puedo echarme atrás ahora. Estoy besándole la barriga, a Claudia, mi meta, tumbado encima de ella, desgarrándole la camiseta y el resto de sus ropas y conjeturas mentales con la intención de materializar una metáfora arriesgada sobre un suelo lleno de cristales y restos de vodka con zumo de pomelo. Tenemos cristales clavados y nuestras bocas saben a nosotros mismos y a nuestras sangres. El bautismo de San Juan, montaje del director.

Cuerpos entrelazados, costillas que se complementan, bocas que dejan de ser bocas y se transforman en valses musculares. Brazos como muelles enganchados a otros muelles como tentáculos. Pies como pivotes de pinball articulándose enloquecidamente como coletazos de atún moribundo. Rodillas contra rodillas que parecen islas desiertas, flotando en un mar de huesos molidos y espolvoreados sobre infinitos litros de horchata. Cavidades cavernosas como acantilados rocosos de un cuadro de Dalí. Fluctuaciones indeterminadas en el espacio-tiempo en forma de falo arrugado que se cobija y se cobija y se cobija entre las cortinas de carne del teatro donde se está representando la obra escrita por un chaval deprimente y deprimido que a su vez está siendo representado por la misma obra deprimente y deprimida que ha escrito en estado de éxtasis divino, bajo la presión de toda una familia de pingüinos que no sabe pagar facturas (por no decirlo de alguna manera narrativamente rompedora y que pudiera desviar la atención hacia los verdaderos temas importantes en la vida de este muchacho tan necesitado de solvencia fiscal, paz, tranquilidad y estabilidad). Y al final de la maniobra de reinserción, el liquido de la vida que estalla, (como estalló en su momento el planeta Tierra antes de toda esta mutación del tiempo, inundando la vida de millones de almas afectadas por las pequeñas barbaries que se cometen a diario en el interior de todos los hogares de esta parte del mundo, tan rarificada (la parte del mundo) que casi parece una región lunar capitalista) introduciéndose por el caminito de baldosas de oro que llega hasta el epicentro del terremoto de la creación de la vida y saludando con la mano, si fuera posible, con acritud, a todos los que deciden malgastar la única posesión que se tiene: la vida.
Ahora...justo ahora, oliendo los restos del Big Bang, entre este segundo y el siguiente, ¡click!...estoy vivo.

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