Hoy es el dia que podria escribir cualquier cosa.
Podria decir lo de siempre
lo de que la gente me cae mal de entrada
y lo de que odio a las mujeres de tobillos gordos
como butifarras con demasiado trafico.
O no.
Tambien podria decir
que me sigue doliendo la espalda
a pesar del relajante muscular,
que no tengo ganas de comer,
que he dejado plantado mi primer whopper,
que aun no he hecho la maleta,
que esta tarde tengo que cargar una cocina
hasta un cuarto piso sin ascensor,
que es el ultimo dia de mis primeros dias.
Podria contaros que anoche estuvimos hablando
durante cuatro horas desde la cama.
Os diria que improvisé un ensayo sobre Depeche Mode
y otro sobre Marilyn Manson.
Maldije a la adolescencia.
Maldije a las vacas góticas y, otra vez,
sus tobillos ibericos.
Hablé de trilogias, de club de fans,
de excesos, de desaparición, de guarradas.
También podría contaros que
me quedan dos piedrecitas de farlopa
y sin ganas las aspiraré,
que tengo que ir al banco a por la tarjeta,
pedirles las contraseñas para comprar por internet,
sufrir con la evaporación de mis ahorros,
darme cuenta de que no tengo trabajo,
sonreir y volver a casa.
Podría confesaros que el ultimo sabado
como empadronado en Valencia
solo me bebi 1'33 litros de cerveza,
dos Oklahomas y una cocacola.
Que estuve con Esther y un amigo
en un garito con importantes carencias arquitectónicas
y diseñadora hortera en la puerta.
Podría apuntaros, a modo de dardo envenenado con leche condensada,
que no era la unica hortera pero sí la unica millonaria.
Podría empezar a comentaros que las cosas siempre se dañan
por el simple paso del tiempo
y hay que tomar partido,
partido de verdad,
antes de que sea demasiado tarde
y nos arrepintamos de cosas que nunca hemos hecho.
Podría deciros a todos, lectores visibles, invisibles y Lucia Etxeberria
que os metais los premios por el culo
porque cuando yo consiga alguno
os buscaré a tal efecto.
Os diría que lo dejo todo atrás por amor,
por infinitos tipos de amor
que me hacen sentir vainilla,
y no quiero entrar en detalles,
en más detalles.
Todos sabemos que me gustan las perchas,
las tetas meadas,
la cocacola con mucho hielo,
los labios gorditos,
las drogas,
el dinero,
el tiempo muerto,
los pepinillos con sabor a anchoa
y follar como un perro abandonado
que ve de lejos las luces de la perrera.
Me gusta la guerra de mis mundos
pero no me gusta no hablar nunca.
No me gusta que la gente grite
no me gusta el olor del vinagre,
las cacerolas pegadas,
el ron,
el tabaco,
la marihuana,
el olor a pies,
los pelos en las piernas,
las risas de vieja puta,
los comentarios estupidos,
las bocas abiertas como moscas,
la falta de dinero
no me gustan las manchas
de carmín pero sí el carmín,
sobretodo ese nuevo que es vibrador.
Aqui solo hay putas y maricones.
Como veis todo seguirá igual
por los siglos de los siglos.
Yonkis aladas
que los demás os llaman Musas,
yo os digo Mantis.
Os maldigo Mantis.
Deseadme suerte.
Deseadme, putas!
Ciudad Abecedario sin revisar
-No me esperes levantada -dijo con su mejor cara de actor de cine- , no volveré hasta bien entrada la noche ? si vuelvo.
Mientras escuchaba el ruido de sus propias botas al andar hacia la puerta, X, su mujer desde hacía dos semanas se giró como si no hubiera nadie en la habitación y al mismo tiempo que recordaba que estaba a punto de acabarse el zumo de naranja, prosiguió con la pedicura.
Estaba anocheciendo cuando Z salió de la casa y bajó los tres escalones de granito después de echar el cerrojo. Encendió un cigarrillo, le dio dos caladas de 5 atmósferas y apretó el botón de la apertura electrónica de su coche.
Casi en la otra punta de la ciudad, K cubre toda la superficie del cuello de L con la mano izquierda mientras con la derecha le hunde la boca de su pistola plateada en el estómago. -Maldito cabrón, piensas que no me iba a dar cuenta nunca, ¿verdad? Piensas que puedes joder a mis espaldas y salir airoso. Piensas que toda la puta ciudad está llena de penosos como tú. ¡Maldita sea, piensas demasiado!
Suena un disparo. Z apura en su cigarrillo una última chupada y lo lanza por la ventanilla haciendo que chisporrotee al caer sobre el asfalto a más de cien kilómetros por hora. El coche de Z es negro y tiene marcas de barro alrededor y en las ruedas. Piensa en X. Desde que está casado con ella su vida parece ir cuesta abajo. Puede que sea una mujer bastante gilipollas, que lea demasiadas revistas de cosméticos y que se pase el día haciendo bizcochos con diferentes mermeladas baratas pero, es una mujer adorable y el hecho de que siempre espere a su marido levantada, con la mesa puesta, no es tan malo al fin y al cabo. Z es un poco quisquilloso en cuanto a libertades y licencias.
-Es demasiado tarde para pedir ayuda, muñeca. Me temo que voy a follarte el culo y no vas a poder impedírmelo con esos gritos que nadie oye -R ha violado a catorce menores en lo que va de año. Su víctima de hoy se llama T, hija de Y, cajera de supermercado. T es una chica escuálida y pequeña. Tiene trece años y muchas pecas.- Relájate si no quieres que te duela más ? -R es gordo. Es cuatro de marzo.
En esta ciudad nadie conoce a nadie pero todos saben que tienen un vecino pederasta y un compañero de trabajo gay. Es la lata de sardinas más degenerada y pervertida que la personificación nos deja imaginar. Todos son culpables hasta de ser inocentes.
Todos menos T, hija de Y, que no tiene nada que ver con la gente de la ciudad. Ella es libre. Es inocente. Es santa a pesar de que su madre sea cajera y tuviera que seguir una terapia de doce pasos para desengancharse del caballo cuando estaba preñada. Hasta hace media hora, ambas eran felices y estaban bien. Ahora: solo Y.
Se oyen gemidos en el cielo y el infierno. Z sigue conduciendo hasta que ve un hueco entre dos coches rojos y aparca, se enciende otro cigarrillo con sus dos caladas de fondo de mar y sale disparado hacia la oficina donde trabaja. Hoy ha venido a hacer horas extras gratis porque tiene que acabar unos informes urgentes. Entra por la puerta, saluda al guardia de seguridad -hola M, que tal la noche.- saca un café expresso de la máquina de ídem, sube en ascensor los tres pisos pertinentes y se sienta en su butaca de cuero negro. Enciende su ordenador, mira la foto de su mujer, al lado del teclado y vuelve a pensar en ella. Quizás el matrimonio no sea la salvación pero de momento no parece ir tan mal. Z es un cowboy de sobremesa. John Wayne en el papel protagónico como El Oficinista.
Se abre un portal dimensional en las afueras de la ciudad. Cerca del polígono industrial sur. Rayos de colores y humo con olor a azufre. Un solo obrero presencia la escena. Se queda ciego y sordo al instante. En menos de cinco segundos muere. Le ha estallado el corazón. Del agujero espacio-temporal sale un hombre de casi dos metros de altura, pelo sucio y chupa de cuero de los años setenta. Tiene bigote de morsa y huele especialmente mal a meados. Su nombre es D de Dios. Bosteza. Hacía tiempo que no tenía que solucionar un problema personalmente. Se rasca los huevos. Acabemos cuanto antes, se dice.
Acabemos cuanto antes, se escucha en todas las televisiones mundiales en un lapso de un segundo, entre interferencias. Todas las emisoras de radio durante ese mismo segundo dejan de emitir tonterias y propagan la buena nueva: Acabemos cuando antes.
W es radioaficionado y también ha escuchado la palabra divina. La voz le resulta familiar e inmediatamente piensa en su padre muerto que le está mandando un mensaje desde el más allá.
Todo esto pasa en un segundo, a partir del cual, la ciudad sobre la que nos centramos, sigue con su habitual ritmo frenético al mismo tiempo que apático. Parece que nadie quiere hacer lo que hacer, no le gusta, pero no puede dejar de hacerlo. Bueno, al fin y al cabo, no es muy diferente del mundo real.
K está corriendo por los callejones de la zona centro de la ciudad. Se ha guardado su pistola plateada en el pantalón y corre hacia su coche antes de que la policía acuda al lugar del crímen. Ha matado a un hombre importante dentro del triángulo de la mafia de la ciudad, no tardarán en acudir prensa, vagabundos, gatos, curiosos, policía, secuaces y ambulancia en ese orden. K tiene barba y ojos azules. Siempre lleva americana y zapatos sport. Le gusta verse como un insustituible hombre de negocios turbios al que no le gusta delegar responsabilidades. Piensa que cuantos menos ojos ven un gato negro, menos mala suerte habrá, y tiene razón.
Va tan ciego de adrenalina que no se da cuenta de su gran estatura y tropieza con sus propias piernas. El sombrero sale volando y justo al caer sobre el pavimento mojado de la acera derecha de una de las calles menos principales del centro de la ciudad, la pistola se dispara y una bala le atraviesa el pene, un huevo y se le clava en el abdomen.
Se escucha un disparo. R acaba de correrse en el culo de T. El semen se ha mezclado con la sangre. T se atraganta con los latidos de su corazón, directamente instalado en la garganta. Solloza, le duele hasta el alma. Recordará esta violación todos los días de su vida, que esperemos que sean muchos. R tras violarla le dice ?muñequita de mierda? y le da siete patadas en la boca y la nariz que hace que se le salten siete dientes y el tabique nasal se deforme como un interrogante. La sangre sale a borbotones entre los huecos de la encía. Se le mete en los ojos verdes. Llora y chilla antes de perder el conocimiento. R la sigue pateando varios minutos y luego le quema arranca los pezones con unos alicates oxidados. Abandona a T en esa caseta en medio de la nada en manos de la providencia. Esperemos que T salga de esta si Dios quiere.
Se escucha rechinar de dientes. Dios no quiere nada más que acabar lo que ha venido a hacer, aunque antes debería lavarse el pelo. Ha robado un coche del aparcamiento de una fábrica de muebles y se dirige hacia su objetivo. Aparca mal y pronto delante de la puerta, sube los tres escalones de granito que separan el césped de la vivienda y llama al timbre.
Se escuchan pasos tras la puerta, la mirilla se abre.
-¡Largo de aquí, mendigo de mierda! Mi marido está al llegar y como te vea ahí plantado te pateará el culo tan fuerte que desearás no haber nacido nunca.
-Abre la puerta X, soy yo.- la mujer de Z babea tras la mirilla, los ojos en blanco, el ojo del culo se le abre y se le cierra.
-Eres ? tú ? D ? de Dios.
-Yo soy, abre ya, me cago en ? ¡puta!
No hay nadie que entienda tanto a P como S. A S como P. Uña y carne: siamesas. Llevan 27 años unidas por la espalda. Comparten un tramo de columna vertebral y sus anos están tan cerca el uno del otro que al defecar una de ellas tiene que limpiar los dos. Han tenido varias relaciones sexuales con chicos, la mayoría de ellos pervertidos internautas amantes de las emociones fuertes. Mientras S tiene relaciones con B, uno de esos degenerados internautas, P, intenta leer una revista de cine con Tom Cruise en la portada.B le toca las tetas y le dice al oído a S que es una perra deforme. P se entera de todo y pide un poco de silencio, por favor, no puede leer con tanto ruido. B se pajea en la cara de S, luego le mete la picha en el coño. P pega un salto (dentro de todo lo poco que puede moverse) y grita ?¡hijo de puta, te has equivocado de coño!? a los tres segundos susurra ?no pares ??
Mientras escuchaba el ruido de sus propias botas al andar hacia la puerta, X, su mujer desde hacía dos semanas se giró como si no hubiera nadie en la habitación y al mismo tiempo que recordaba que estaba a punto de acabarse el zumo de naranja, prosiguió con la pedicura.
Estaba anocheciendo cuando Z salió de la casa y bajó los tres escalones de granito después de echar el cerrojo. Encendió un cigarrillo, le dio dos caladas de 5 atmósferas y apretó el botón de la apertura electrónica de su coche.
Casi en la otra punta de la ciudad, K cubre toda la superficie del cuello de L con la mano izquierda mientras con la derecha le hunde la boca de su pistola plateada en el estómago. -Maldito cabrón, piensas que no me iba a dar cuenta nunca, ¿verdad? Piensas que puedes joder a mis espaldas y salir airoso. Piensas que toda la puta ciudad está llena de penosos como tú. ¡Maldita sea, piensas demasiado!
Suena un disparo. Z apura en su cigarrillo una última chupada y lo lanza por la ventanilla haciendo que chisporrotee al caer sobre el asfalto a más de cien kilómetros por hora. El coche de Z es negro y tiene marcas de barro alrededor y en las ruedas. Piensa en X. Desde que está casado con ella su vida parece ir cuesta abajo. Puede que sea una mujer bastante gilipollas, que lea demasiadas revistas de cosméticos y que se pase el día haciendo bizcochos con diferentes mermeladas baratas pero, es una mujer adorable y el hecho de que siempre espere a su marido levantada, con la mesa puesta, no es tan malo al fin y al cabo. Z es un poco quisquilloso en cuanto a libertades y licencias.
-Es demasiado tarde para pedir ayuda, muñeca. Me temo que voy a follarte el culo y no vas a poder impedírmelo con esos gritos que nadie oye -R ha violado a catorce menores en lo que va de año. Su víctima de hoy se llama T, hija de Y, cajera de supermercado. T es una chica escuálida y pequeña. Tiene trece años y muchas pecas.- Relájate si no quieres que te duela más ? -R es gordo. Es cuatro de marzo.
En esta ciudad nadie conoce a nadie pero todos saben que tienen un vecino pederasta y un compañero de trabajo gay. Es la lata de sardinas más degenerada y pervertida que la personificación nos deja imaginar. Todos son culpables hasta de ser inocentes.
Todos menos T, hija de Y, que no tiene nada que ver con la gente de la ciudad. Ella es libre. Es inocente. Es santa a pesar de que su madre sea cajera y tuviera que seguir una terapia de doce pasos para desengancharse del caballo cuando estaba preñada. Hasta hace media hora, ambas eran felices y estaban bien. Ahora: solo Y.
Se oyen gemidos en el cielo y el infierno. Z sigue conduciendo hasta que ve un hueco entre dos coches rojos y aparca, se enciende otro cigarrillo con sus dos caladas de fondo de mar y sale disparado hacia la oficina donde trabaja. Hoy ha venido a hacer horas extras gratis porque tiene que acabar unos informes urgentes. Entra por la puerta, saluda al guardia de seguridad -hola M, que tal la noche.- saca un café expresso de la máquina de ídem, sube en ascensor los tres pisos pertinentes y se sienta en su butaca de cuero negro. Enciende su ordenador, mira la foto de su mujer, al lado del teclado y vuelve a pensar en ella. Quizás el matrimonio no sea la salvación pero de momento no parece ir tan mal. Z es un cowboy de sobremesa. John Wayne en el papel protagónico como El Oficinista.
Se abre un portal dimensional en las afueras de la ciudad. Cerca del polígono industrial sur. Rayos de colores y humo con olor a azufre. Un solo obrero presencia la escena. Se queda ciego y sordo al instante. En menos de cinco segundos muere. Le ha estallado el corazón. Del agujero espacio-temporal sale un hombre de casi dos metros de altura, pelo sucio y chupa de cuero de los años setenta. Tiene bigote de morsa y huele especialmente mal a meados. Su nombre es D de Dios. Bosteza. Hacía tiempo que no tenía que solucionar un problema personalmente. Se rasca los huevos. Acabemos cuanto antes, se dice.
Acabemos cuanto antes, se escucha en todas las televisiones mundiales en un lapso de un segundo, entre interferencias. Todas las emisoras de radio durante ese mismo segundo dejan de emitir tonterias y propagan la buena nueva: Acabemos cuando antes.
W es radioaficionado y también ha escuchado la palabra divina. La voz le resulta familiar e inmediatamente piensa en su padre muerto que le está mandando un mensaje desde el más allá.
Todo esto pasa en un segundo, a partir del cual, la ciudad sobre la que nos centramos, sigue con su habitual ritmo frenético al mismo tiempo que apático. Parece que nadie quiere hacer lo que hacer, no le gusta, pero no puede dejar de hacerlo. Bueno, al fin y al cabo, no es muy diferente del mundo real.
K está corriendo por los callejones de la zona centro de la ciudad. Se ha guardado su pistola plateada en el pantalón y corre hacia su coche antes de que la policía acuda al lugar del crímen. Ha matado a un hombre importante dentro del triángulo de la mafia de la ciudad, no tardarán en acudir prensa, vagabundos, gatos, curiosos, policía, secuaces y ambulancia en ese orden. K tiene barba y ojos azules. Siempre lleva americana y zapatos sport. Le gusta verse como un insustituible hombre de negocios turbios al que no le gusta delegar responsabilidades. Piensa que cuantos menos ojos ven un gato negro, menos mala suerte habrá, y tiene razón.
Va tan ciego de adrenalina que no se da cuenta de su gran estatura y tropieza con sus propias piernas. El sombrero sale volando y justo al caer sobre el pavimento mojado de la acera derecha de una de las calles menos principales del centro de la ciudad, la pistola se dispara y una bala le atraviesa el pene, un huevo y se le clava en el abdomen.
Se escucha un disparo. R acaba de correrse en el culo de T. El semen se ha mezclado con la sangre. T se atraganta con los latidos de su corazón, directamente instalado en la garganta. Solloza, le duele hasta el alma. Recordará esta violación todos los días de su vida, que esperemos que sean muchos. R tras violarla le dice ?muñequita de mierda? y le da siete patadas en la boca y la nariz que hace que se le salten siete dientes y el tabique nasal se deforme como un interrogante. La sangre sale a borbotones entre los huecos de la encía. Se le mete en los ojos verdes. Llora y chilla antes de perder el conocimiento. R la sigue pateando varios minutos y luego le quema arranca los pezones con unos alicates oxidados. Abandona a T en esa caseta en medio de la nada en manos de la providencia. Esperemos que T salga de esta si Dios quiere.
Se escucha rechinar de dientes. Dios no quiere nada más que acabar lo que ha venido a hacer, aunque antes debería lavarse el pelo. Ha robado un coche del aparcamiento de una fábrica de muebles y se dirige hacia su objetivo. Aparca mal y pronto delante de la puerta, sube los tres escalones de granito que separan el césped de la vivienda y llama al timbre.
Se escuchan pasos tras la puerta, la mirilla se abre.
-¡Largo de aquí, mendigo de mierda! Mi marido está al llegar y como te vea ahí plantado te pateará el culo tan fuerte que desearás no haber nacido nunca.
-Abre la puerta X, soy yo.- la mujer de Z babea tras la mirilla, los ojos en blanco, el ojo del culo se le abre y se le cierra.
-Eres ? tú ? D ? de Dios.
-Yo soy, abre ya, me cago en ? ¡puta!
No hay nadie que entienda tanto a P como S. A S como P. Uña y carne: siamesas. Llevan 27 años unidas por la espalda. Comparten un tramo de columna vertebral y sus anos están tan cerca el uno del otro que al defecar una de ellas tiene que limpiar los dos. Han tenido varias relaciones sexuales con chicos, la mayoría de ellos pervertidos internautas amantes de las emociones fuertes. Mientras S tiene relaciones con B, uno de esos degenerados internautas, P, intenta leer una revista de cine con Tom Cruise en la portada.B le toca las tetas y le dice al oído a S que es una perra deforme. P se entera de todo y pide un poco de silencio, por favor, no puede leer con tanto ruido. B se pajea en la cara de S, luego le mete la picha en el coño. P pega un salto (dentro de todo lo poco que puede moverse) y grita ?¡hijo de puta, te has equivocado de coño!? a los tres segundos susurra ?no pares ??
ni siquiera un maldito post-it
No me contaron que me iba a doler la muela una vez al año.
No me contaron el tiempo perdido
ni los agobios estomacales
ni la ansiedad de la espera de gente o sustancias..
No me explicaron que llegaría el momento
en que me haría un hombrecito
y hombrecitos dentro de la cabeza
me dirían "no lo hagas, hazlo, no lo hagas".
No me dijeron de la existencia del dinero,
la necesidad
las castañas y el fuego.
No me avisaron de nada,
solo de que a partir de ahora
el tiempo pasaría rapido
muy rapido
y cuando quisiera darme cuenta
sería demasiado tarde
o de día.
No me contaron el tiempo perdido
ni los agobios estomacales
ni la ansiedad de la espera de gente o sustancias..
No me explicaron que llegaría el momento
en que me haría un hombrecito
y hombrecitos dentro de la cabeza
me dirían "no lo hagas, hazlo, no lo hagas".
No me dijeron de la existencia del dinero,
la necesidad
las castañas y el fuego.
No me avisaron de nada,
solo de que a partir de ahora
el tiempo pasaría rapido
muy rapido
y cuando quisiera darme cuenta
sería demasiado tarde
o de día.
Cabeza de Radio
En una habitación cuadrada pintada de azul utilizando diferentes cantidades de agua en cada brochazo y con lunares magenta esparcidos al azar sobre tres de las cuatro paredes. Sentado en un pequeño sillón de terciopelo verde, con los pies descalzos delante de la pantalla de un ordenador apagado sobre la que descansa uno de los tres altavoces Creative (dos satélites y un subwoofer). Voy fijando la vista en diferentes ricones o bodegones de objetos curiosos mientras con mi dedo índice derecho juego a dar vueltas al revólver sobre el envolvente arco de metal del gatillo haciendo que la linea imaginaria que sale de la punta del arma revolotee circunferencialmente sobre suelo, techo y paredes norte y sur. Una especie de noria salvaje y ultraveloz.
Una caja de madera de roble en forma de paralelepípedo ortoedro descansa toda su verticalidad sobre el rincón que une la pared norte con la oeste. Encima el otro altavoz satélite Creative repiquetea una melodía aguda por delante de dos botellas cuadradas de cristal transparente con tapones de corcho color corcho, llenas de una mezcla homogénea de agua y tinta china roja y rosa, respectivamente. Vuelvo la mirada hacia la esquina que une la pared Norte con la pared Este y veo dos cables blancos, uno que sale de un agujero de un centímetro de diámetro de la parte más alta de la pared Norte y pasa entre las bisagras de la puerta de la pared Este (una puerta color ocre deslucido con un cristal esmerilado con formas amorfas que me hacen recordar tréboles deformes) para llegar hasta la televisión de pocas pulgadas de la habitación contígua, y otro que sale de un enchufe del suelo y trepa toda la pared Norte y parte del techo (gracias a unos cáncamos lo bastante fuertes para no caerse) hasta llegar a una bombilla de luz amarilla que ahora mismo me deslumbra.
Puedo girar la cabeza y cambiar de campo visual tantas veces como quiera. Forma parte de la apuesta: la total libertad de elegir el momento adecuado con un retraso máximo de dos horas (tiempo que empieza a agotarse).
Si me giro 110 grados puedo ver una estanteria de madera de haya de siete estantes donde reposan de canto sesenta cd?s originales de música, ochenta y siete cdr?s de música y datos, treinta y cinco libros, revistas y objetos peculiares a modo de adornos no menos curiosos. Apoyado sobre dicha estanteria, un cacharro para hacer abdominales de color rojo y negro. El suelo es principalmente negro y con brillo.
No me gustan las apuestas y raro es el día que me veréis haciendolo. Pero hay ocasiones en las que no se puede vacilar, ni siquiera perder tres segundos. Por eso me permito girar el revólver sobre si mismo mirando los variados rincones de mi habitación y pensando, única y exclusivamente, en la forma de los mismos.
El teléfono movil Nokia está enchufado a la corriente eléctrica mediante su cargador (encima del subwoofer (encima de la cpu) de color negro con frente de tela ídem). Si alguien llamara ahora tiene un 90% de probabilidades de que salte el contestador tras oir cinco señales porque no me apetece escuchar nada que no salga de mis altavoces. Ni siquiera de mi garganta. Podría pensar en todo lo que tendría que haber hecho antes de coger la sartén por el mango y aceptar la apuesta.
La puerta del balcón está cerrada pero tengo frío. Es casi seguro que se acerca una ola de frío polar. Es probable que dentro de veinte años no haya verano pero no me preocupa. Si llamasen al timbre, estoy completamente convencido de que ni siquiera haría el amago de atender al telefonillo.
Pasan cinco minutos de la medianoche. Agarro con fuerza el revólver y miro su boca redonda y oscura como un culo, paso la lengua por el orificio de salida, meto la punta y aspiro como si fuera una pipa de agua hasta notar en el paladar un sabor metálico con un ligero aroma a pólvora. Miro la pequeña caja azul de una bombilla roja de 25 W encima del escritorio lleno de trastos, cajas transparentes de cd?s, diskettes y La Biblia. Meto el cañón del revólver todo lo profundo que puedo en mi boca hasta notar que estoy tocando la campanilla y los ojos se me llenan de lágrimas. Apunto un poco hacia abajo y dirigo el cañón con más puntería hacia el esófago y logro penetrarme oralmente tres centímetros más. El arco de metal que protege el gatillo golpea contra mis dientes inferiores. Miro la bola de espejos del techo y saco el arma.
No me gustaría tener que dar explicaciones de todo lo que hago o dejo de hacer.
Se me acaba el tiempo, tengo que proceder tal como estaba previsto. Compruebo que la ruleta tiene solo dos balas, le doy una vuelta al mismo y lo cierro con un movimiento de muñeca. El percutor está en posición de ataque.
Vuelvo a introducir el cañón del revólver en la boca y con ambos pulgares empiezo a apretar el gatillo, mirando un punto ciego entre la pared norte, al lado de tres lunares magenta. Pienso en Ruanda, en Sarajevo, en Bagdad. Pienso en la fatídica historia de la Humanidad. En las niñas vietnamitas violadas una y otra vez, en los negros del Bronx rajando una cara blanca y joven. Se que yo no tengo la culpa de nada y sonrío todo lo que me permite el revólver. Pienso en las mujeres, en el Titanic, en el World Trade Center arrasado, en los miles de folios que planeaban como dientes de león entre los cuerpos que se lanzaban al vacío y caían, como manzanas, encima de la cabeza del Planeta Isaac Newton.
Cuento hasta tres y aprieto con todas mis fuerzas el gatillo, mientras el percutor, en cámara lenta, recorre su corto camino como un martillo hacia un yunke, y mis ojos se fijan en el altavoz satélite Creative que susurra ?...no surprises, please?.
Todo ha terminado o acaba de empezar, porque no recuerdo haber nacido y, mucho menos, haber tenido vida.
Nunca sabré si he ganado la apuesta.
Una caja de madera de roble en forma de paralelepípedo ortoedro descansa toda su verticalidad sobre el rincón que une la pared norte con la oeste. Encima el otro altavoz satélite Creative repiquetea una melodía aguda por delante de dos botellas cuadradas de cristal transparente con tapones de corcho color corcho, llenas de una mezcla homogénea de agua y tinta china roja y rosa, respectivamente. Vuelvo la mirada hacia la esquina que une la pared Norte con la pared Este y veo dos cables blancos, uno que sale de un agujero de un centímetro de diámetro de la parte más alta de la pared Norte y pasa entre las bisagras de la puerta de la pared Este (una puerta color ocre deslucido con un cristal esmerilado con formas amorfas que me hacen recordar tréboles deformes) para llegar hasta la televisión de pocas pulgadas de la habitación contígua, y otro que sale de un enchufe del suelo y trepa toda la pared Norte y parte del techo (gracias a unos cáncamos lo bastante fuertes para no caerse) hasta llegar a una bombilla de luz amarilla que ahora mismo me deslumbra.
Puedo girar la cabeza y cambiar de campo visual tantas veces como quiera. Forma parte de la apuesta: la total libertad de elegir el momento adecuado con un retraso máximo de dos horas (tiempo que empieza a agotarse).
Si me giro 110 grados puedo ver una estanteria de madera de haya de siete estantes donde reposan de canto sesenta cd?s originales de música, ochenta y siete cdr?s de música y datos, treinta y cinco libros, revistas y objetos peculiares a modo de adornos no menos curiosos. Apoyado sobre dicha estanteria, un cacharro para hacer abdominales de color rojo y negro. El suelo es principalmente negro y con brillo.
No me gustan las apuestas y raro es el día que me veréis haciendolo. Pero hay ocasiones en las que no se puede vacilar, ni siquiera perder tres segundos. Por eso me permito girar el revólver sobre si mismo mirando los variados rincones de mi habitación y pensando, única y exclusivamente, en la forma de los mismos.
El teléfono movil Nokia está enchufado a la corriente eléctrica mediante su cargador (encima del subwoofer (encima de la cpu) de color negro con frente de tela ídem). Si alguien llamara ahora tiene un 90% de probabilidades de que salte el contestador tras oir cinco señales porque no me apetece escuchar nada que no salga de mis altavoces. Ni siquiera de mi garganta. Podría pensar en todo lo que tendría que haber hecho antes de coger la sartén por el mango y aceptar la apuesta.
La puerta del balcón está cerrada pero tengo frío. Es casi seguro que se acerca una ola de frío polar. Es probable que dentro de veinte años no haya verano pero no me preocupa. Si llamasen al timbre, estoy completamente convencido de que ni siquiera haría el amago de atender al telefonillo.
Pasan cinco minutos de la medianoche. Agarro con fuerza el revólver y miro su boca redonda y oscura como un culo, paso la lengua por el orificio de salida, meto la punta y aspiro como si fuera una pipa de agua hasta notar en el paladar un sabor metálico con un ligero aroma a pólvora. Miro la pequeña caja azul de una bombilla roja de 25 W encima del escritorio lleno de trastos, cajas transparentes de cd?s, diskettes y La Biblia. Meto el cañón del revólver todo lo profundo que puedo en mi boca hasta notar que estoy tocando la campanilla y los ojos se me llenan de lágrimas. Apunto un poco hacia abajo y dirigo el cañón con más puntería hacia el esófago y logro penetrarme oralmente tres centímetros más. El arco de metal que protege el gatillo golpea contra mis dientes inferiores. Miro la bola de espejos del techo y saco el arma.
No me gustaría tener que dar explicaciones de todo lo que hago o dejo de hacer.
Se me acaba el tiempo, tengo que proceder tal como estaba previsto. Compruebo que la ruleta tiene solo dos balas, le doy una vuelta al mismo y lo cierro con un movimiento de muñeca. El percutor está en posición de ataque.
Vuelvo a introducir el cañón del revólver en la boca y con ambos pulgares empiezo a apretar el gatillo, mirando un punto ciego entre la pared norte, al lado de tres lunares magenta. Pienso en Ruanda, en Sarajevo, en Bagdad. Pienso en la fatídica historia de la Humanidad. En las niñas vietnamitas violadas una y otra vez, en los negros del Bronx rajando una cara blanca y joven. Se que yo no tengo la culpa de nada y sonrío todo lo que me permite el revólver. Pienso en las mujeres, en el Titanic, en el World Trade Center arrasado, en los miles de folios que planeaban como dientes de león entre los cuerpos que se lanzaban al vacío y caían, como manzanas, encima de la cabeza del Planeta Isaac Newton.
Cuento hasta tres y aprieto con todas mis fuerzas el gatillo, mientras el percutor, en cámara lenta, recorre su corto camino como un martillo hacia un yunke, y mis ojos se fijan en el altavoz satélite Creative que susurra ?...no surprises, please?.
Todo ha terminado o acaba de empezar, porque no recuerdo haber nacido y, mucho menos, haber tenido vida.
Nunca sabré si he ganado la apuesta.
Ideas breves sobre la fluctuación de mi estado de desánimo
O como un leucocito perdido,
Quien sabe.
La fragilidad
O el desvarío
O el exceso de naturaleza muerta.
O como un terrón de azucar
Que se diluye
Y un parabrisas chirriante.
El estado de ánimo
Como paradigma del estado mental.
O un recorte de periódico
Con las letras cambiadas
Y el tubo de escape que se atraganta y tose.
La virtud
O la idea del Eterno Retorno
Como estilo de vitalidad.
Recibir dando
O el ruido monotono del intermitente
Que indica el camino hacia ningún sitio especial.
O un acorde límpio de órgano,
Del órgano de la catedral de Sevilla.
O un líquido semitransparente parecido al sémen
Con el que aliñar una ensalada de canónigos
Y palitos de cangrejo.
O una lágrima de bostezo que te calienta la cara.
Quien sabe.
Quien sabe.
La fragilidad
O el desvarío
O el exceso de naturaleza muerta.
O como un terrón de azucar
Que se diluye
Y un parabrisas chirriante.
El estado de ánimo
Como paradigma del estado mental.
O un recorte de periódico
Con las letras cambiadas
Y el tubo de escape que se atraganta y tose.
La virtud
O la idea del Eterno Retorno
Como estilo de vitalidad.
Recibir dando
O el ruido monotono del intermitente
Que indica el camino hacia ningún sitio especial.
O un acorde límpio de órgano,
Del órgano de la catedral de Sevilla.
O un líquido semitransparente parecido al sémen
Con el que aliñar una ensalada de canónigos
Y palitos de cangrejo.
O una lágrima de bostezo que te calienta la cara.
Quien sabe.
Partes secretas
Te has ido esta mañana,
a tu casa
tus cosas y tu mundo real
pero no tengo miedo
porque creo en la pureza
en la simpología
y en la fluctuación
de lo efímero.
Salgo a la calle
y ya no tengo miedo
a tu casa
tus cosas y tu mundo real
pero no tengo miedo
porque creo en la pureza
en la simpología
y en la fluctuación
de lo efímero.
Salgo a la calle
y ya no tengo miedo
Curva 4
todo se resume en Ansia
y por muchos versos largos
o voces pasivas
que imagine
me basta una sola palabra
para describir mi estado de ánimo.
Porque cierro los ojos
y te veo durmiendo,
respirando despacio
y yo paso un dedo por tus labios
te relames y cambias de postura.
Porque cierro los ojos
y apareces bebiendo whisky con pajita
mirándome por encima del vaso
mientras yo me como las uñas desesperadamente
porque te encuentras
a dos sillas de distancia.
Porque cierro los ojos
y veo como te muerdes un dedo
para ver como mi diafragma explota
y me avalanzo sobre tí.
Porque cierro los ojos
y veo como te lamo los pies
y me dices que las uñas no las toque
y yo las toco
y saltas.
Porque cierro los ojos
y veo que, al fín,
has destruído mis
22 años anteriores.
Porque cierro los ojos
y te veo beber agua de mi boca
tragando salvajemente bocarriba
y somos cachorros de lobo
abandonados que nos mantenemos el uno al otro.
Por eso resumo la palabra Ansia
como
tiempo de espera
para ver con los ojos abiertos,
para continuar con nuestra maravillosa
lucha celular.
Acabo de darme cuenta
y estoy temblando:
me da vértigo la idea
de saber que siempre
te estaré esperando
y por muchos versos largos
o voces pasivas
que imagine
me basta una sola palabra
para describir mi estado de ánimo.
Porque cierro los ojos
y te veo durmiendo,
respirando despacio
y yo paso un dedo por tus labios
te relames y cambias de postura.
Porque cierro los ojos
y apareces bebiendo whisky con pajita
mirándome por encima del vaso
mientras yo me como las uñas desesperadamente
porque te encuentras
a dos sillas de distancia.
Porque cierro los ojos
y veo como te muerdes un dedo
para ver como mi diafragma explota
y me avalanzo sobre tí.
Porque cierro los ojos
y veo como te lamo los pies
y me dices que las uñas no las toque
y yo las toco
y saltas.
Porque cierro los ojos
y veo que, al fín,
has destruído mis
22 años anteriores.
Porque cierro los ojos
y te veo beber agua de mi boca
tragando salvajemente bocarriba
y somos cachorros de lobo
abandonados que nos mantenemos el uno al otro.
Por eso resumo la palabra Ansia
como
tiempo de espera
para ver con los ojos abiertos,
para continuar con nuestra maravillosa
lucha celular.
Acabo de darme cuenta
y estoy temblando:
me da vértigo la idea
de saber que siempre
te estaré esperando
CURVA 3
Cuando me miras
y yo miro tus ojos
olvido que lo que tú miras
es lo que yo nunca quiero ver
y miro las arrugas
de tus labios
e imagino que soy
un pez limpiafondos
enganchado para siempre
Cuando te lamo,
siempre que te lamo
verticalmente hacia abajo
y acabo anclado entre tus piernas
pienso en aquello que dije
de La Verdadera Disneylandia
y aunque mi madre me joda el poema
es necesario que sepas
que es tu alimento
el que nutre a partes iguales
mi decadencia
y mis ganas de ser mejor persona
Imagino que ahora
debería estar sonriendo.
y yo miro tus ojos
olvido que lo que tú miras
es lo que yo nunca quiero ver
y miro las arrugas
de tus labios
e imagino que soy
un pez limpiafondos
enganchado para siempre
Cuando te lamo,
siempre que te lamo
verticalmente hacia abajo
y acabo anclado entre tus piernas
pienso en aquello que dije
de La Verdadera Disneylandia
y aunque mi madre me joda el poema
es necesario que sepas
que es tu alimento
el que nutre a partes iguales
mi decadencia
y mis ganas de ser mejor persona
Imagino que ahora
debería estar sonriendo.
Adán "sentimentalmente atrofiado" Schulz
17
No he vuelto a ver a Claudia después del ?incidente? de hace dos semanas en mi casa. Los pequeños cortes que me hice en los brazos y las piernas con los cristales del suelo, ya han desaparecido. No me queda ningún resto recordatorio de lo que aconteció. Mierda.
Hoy mismo le dan el alta a Eva y como su novio la ha dejado tirada tras el accidente (menudo ejemplar), voy a ir a recogerla yo mismo y la llevaré a su apartamento. Pronto podrá recuperarse del todo y volver a su trabajo con los delfines y esas mierdas que no comprendo. Puede que pueda comenzar de nuevo con su vida. Según me contó estos últimos dias, está en una especie de punto de inflexión y debe decidir.
Ayer salió una reseña de mi libro en todos los suplementos dominicales. Dicen que ?Adán Schulz se muestra más maduro que nunca, a pesar de ser uno de sus primeros escritos, rescatado por su editor.? Si alguien lo entiende, que venga y me explique. Estoy por llamar a la redacción de todas esas revistas de mierda de más de cien páginas en las que siempre ponen las mismas fotos de casas paralelepípedas decoradas con esmero ?mininihilista? y los mismos reportajes y entrevistas a personajes que nadie quiere saber lo que dicen. Pero no llamo, porque probablemente pronto me llamarán ellos. Jajaja.
El segundo café de la mañana termina de despertarme del todo y me prepara para salir a la calle, en dirección al hospital.
Odio contar escenas que ya han pasado. Así que prefiero no reproducir la conversación que tuvo lugar en esta misma habitación y que contó con mi madre como tertuliana, como mero mensajero o anfitrión. No voy a reproducir ninguna de las explicaciones de esa tarde. No merece la pena. Ya entenderéis mi bucle mental.
Hace un día magnífico. Son las once de la mañana y el sol está en lo alto, calentando todos los rincones de la ciudad con su brazo misericordioso. No hay ni una sola nube en el cielo, solo la lejana estela de humo blanco, que parece una uña cortada o un hilo de plata que está siendo atado alrededor de mares y continentes, y es la estela de un reactor. La cuidad ha despertado y se mueve como un enorme océano de aceite que bajo la superficie está dominado por las miles de autopistas que conforman sus corrientes líquidas. Hay un hombre vendiendo discos falsos sobre una manta roja muy parecida a las alfombras de las grandes celebraciones (lo cual conforma todo un elogio a la locura). Hay un hombre vendiendo cinturones de colores y juguetes manufacturados de ojos brillantes de muy distintas clases, entre las principales podemos destacar los ojos oscilantes de pupilas azules y sin pestañas, los ojos con pivote de pupilas marrones o verdes, los ojos litografiados de pupila negra y los ojos parpadeantes de pupilas azules y pestañas a elegir entre una amplia gama de negros y rubios, cuyo peinado (el del hombre) es lo más parecido a un nido de cigüeña. Hay un restaurante de comida turca con puertas batientes de madera pintadas de verde del que emana un embriagador aroma a curry. Hay una caja de ahorros atestada de mujeres. Un videoclub dominado por el color rojo, en cuya puerta, hay un display de cartón con la forma de Shrek, el ogro gordezuelo que te tiene que caer bien (a la fuerza) si quieres seguir perteneciendo al subgrupo social al que perteneces, entendiéndose la utilización del verbo pertenecer (segunda conjugación) como abreviatura de candado-de-doble-cierre-que-no-puedes-abrir. Hay un viejo sentado en un banco leyendo un periódico de férreas ideas políticas. Hay un chicle de fresa pegado sobre la acera junto a un papel de color amarillo deslucido que te invita a asistir a un curso de Pensamiento Positivo (primera sesión gratis). Hay un perro ladrando desde un balcón del primer piso. Hay un sonido persistente y ligeramente evolutivo de coches acelerando en la calle contigua, en la que se encuentra mi parking al lado de una joyería que ha sido tres veces asaltada en el último año. Me viene a la mente una escena de emboscada de principios del siglo pasado con bandoleros asaltacaminos como protagonistas.
Giro por la primera esquina a mano derecha mirándome los zapatos negros de piel de ante. Una especie de ?botitas socialistas?, si se me permite la expresión. Voy dando pasos grandes, escuchando el sonido de mis suelas sobre la acera. Mis pantalones de pana de color marrón oscuro se cimbrean acariciándome los muslos de esa manera tan especial y cariñosa en que un pantalón se cimbrea y te acaricia las piernas el primer día depués de una depilación intensiva de la zona haciéndote sentir ligeramente expuesto y desnudo como el primer día de primavera que utilizas camisetas de manga corta o el primer día de otoño que utilizas camisas de manga larga.
La escena va sucediendo con un tempo bajísimo, como filmada por una de esas cámaras ultralentas de documental de la BBC que graba las ondulaciones del cuello de un Ánade Real en vuelo o el disparo contundente de las mandíbulas de cierto pez que no recuerdo. Si alguien se fijara, podría llegar a ver como en mi sién, una pequeña vena tictactea al mismo ritmo que mi corazón y tres veces más rápido que mi caminar. Podría llegar a ver como mis ojos se tuercen a izquierda y derecha, como la señal luminosa del parachoques del coche fantástico, mirando todos los escaparates y todos los carteles que en las paredes están pegados. Asimilando la fuente de cada cartel, desaprovando las escasas dotes de mercantilismo de ciertos comercios de barrio, inspirando profundamente al recordar los ceros de mi tarjeta de crédito.
Ahora estoy dentro de mi coche, aparcado en el parking privado en el que una plaza de coche te sale por unos 12.000 euros. Ya he metido la llave en el contacto, solo falta girarla en ángulo recto, escuchar el motor encenderse, retroceder cuarenta y cinco grados de dicho ángulo de noventa, mirar instintívamente el retrovisor, carraspear, dejar el teléfono movil en el asiento del copiloto, encender el reproductor, subir el volúmen hasta el número treinta, pisar el embrague con el pie izquierdo, jugar con la marcha antes de meter primera (nunca me gustaron las marchas automáticas porque no te permiten impresionar a tus amigos con una bonita deceleración utilizando la propia aceleración y revolución de cada cambio manual), soltar despacio el embrague y hundir el pedal acelerador apenas unos cinco o seis grados con el pie derecho para salir del parking e ir hasta el hospital.
Nunca viene mal tener en cuenta todos estos actos que se realizan de forma automática porque nunca se sabe si los vas a volver a repetir y algunos de ellos te gustan.
18
Tardé media hora en llegar al hospital. Una vez en compañía de Eva y tras rellenar unos impresos y coger algunos objetos que le servían de distracción durante su largo encierro, nos dirigimos a su piso, a unos veinte minutos de mi hogar.
Era un piso pequeño y desordenado. De unos setenta metros cuadrados con paredes de tonos azulados. La cocina estaba revuelta pero sin platos en el fregadero. El salón estaba saturado de revistas médicas y veterinarias. Algunos libros yacían cerrados sobre el sofá, acumulando polvo. Me llamó la atención un cuadro de Tamara de Lempicka que colgaba junto al televisor, una mujer muy de moda en aquellos tiempos.
-Siento mucho que tengas que ver todo este desorden, qué vergüenza...
-Hace falta un poco de desinfectante en esta casa, no me extrañaría ver alguna que otra cucaracha americana por aquí. ?Eva estaba un poco desconcertada por la situación, porque no podía andar bien (utilizaba muletas), estaba la casa revuelta y se sentía encerrada en una tesitura que ella misma había provocado, contándole toda su vida a Adán, que al fín y al cabo no era más que un desconocido-. Era broma. Relájate, deberías estar felíz de volver a estar en tu pequeño hogar, rodeada de tus cosas. Venga, estírate en el sofá, tienes que tener los brazos cargados. ?Se acercó estrepitosamente hasta el sofá y se dejó caer como un sacó de arroz, esparciéndose caóticamente y acomodando sus pocas carnes a la horizontalidad-. ¿Quieres que te prepare un café? Quiero decir, si tienes café, podría preparar unas tazas.
-Sí, tiene que estar en aquel mueble de allí.-mientras ponía la cafetera en el fuego, utilizando un encendedor de cocina de esos que me hacen tanta gracia porque parecen un aturdidor de la policia versión light, Eva ordenó la mesita. Era una buena chica, quizás demasiado inteligente para no tener problemas mentales, pero buena chica al fín y al cabo y era la dueña de uno de los mejores cuerpos que he visto en mi vida (tal vez la razón principal por la que ahora estoy preparando café en la cocina grasienta de un piso de setenta metros cuadrados. Y es que nunca se puede confiar en el subconsciente ni hacerse el listo.).
Estuvimos charlando sobre muchísimas cosas. Tantas que ni recuerdo. Y llegó la hora de comer. La hora de hacer algo con nosotros. Mientras hablábamos del hijo de puta de su exnovio noté como se ponía tensa y empezaba a sudar.
-Necesitas un buen masaje, ven aquí. ?me acerqué a su posición y la ayudé a que se tumbara bocabajo en el sofá. Llevaba puesto una camiseta estrecha de algodón de color negro y unos pantalones vaqueros apretados y desgastados por el culo, de esos que ya se venden así y nunca comprenderé. Entre las arrugas finales del pantalón se podían ver unos pies pequeñitos y embutidos en calcetines de color rosa chicle con la parte del talón algo ennegrecida. No paraba de mover los dedos de los pies. Mientras le masajeaba la zona lumbar, empezó a hablar de una película:
-...¿no la has visto? Es un peliculón. Va de una profesora de piano que vive con su madre. La madre es una mujer terrible que la trata como si fuera imbécil. Una de esas madres rocambolescas del cine. Con una autoridad tremenda. Puro fascismo del hogar.
-Me quedo con esa frase para un posible relato.
-Vale. ?cada vez hablaba de forma más entrecortada, disfrutando de cada movimiento de mis manos y cada palabra sibilante-. Pues la mujer, dentro de su coraza, está destruída por culpa de la madre. Y se autolesiona con regularidad para intentar olvidar todo ese dolor psicológico que le produce la mujer que la trajo al mundo. Y conoce a un joven estudiante del que se enamora. ?empecé a hacer movimientos más férreos e intencionados y me vino a la mente una frase muchas veces repetida a lo largo de mi vida: ?la polla que te engendró te hará mujer?-. Y... disfrutan de sus cuerpos... y ella... ?giró la cabeza hasta conseguir mirarme, con las mejillas coloradas y despeinada- se dio cuenta...de lo que verdaderamente sufría... en todo momento porque...nadie...podría llegar a... comprenderla... y a darle lo que ella necesitaba... ?Tenía el labio inferior brillante y los ojos quemaban, quizás, por culpa de muchos meses de abstinencia sexual obligatoria. No pude evitar poner las manos en forma de garras y arañarle la espalda lentamente, mirándola con mis ojos derretidos de lava a sus ojos llameantes y húmedos. Ella puso cara de ligero placer infrahumano y mi mano derecha saltó contra su cabeza, tirándole hacia atrás de los pelos, haciendo que su cuello quedara expuesto en toda su plenitud, para abalanzarme sobre el mismo y morder y babear y besar y chupar y lamer con la velocidad de un demonio enloquecido que busca entradas-orificio por las que escabullirse y corromperlo todo desde el interior.
Los gemidos rebotaban en las paredes y Eva permaneció inmovil mientras yo asediaba su cuello y su cara, que cada vez estaba más colorada y más brillante. Mordía sus labios, los chupaba de tal manera que un hilillo de plata (como el que esa misma mañana ató cielo y tierra) unía nuestras bocas. Le mordía los hombros, notaba como crujían en mi boca las venas del cuello. No era pasión, era una violación consentida, un asedio en el que la catapulta era mi boca.
A los pocos segundos le destrocé la camiseta de algodón con mis garras de gárgola, le rompí el sujetador por la zona del cierre y le arañé la espalda mientras miraba sus hombros, perfectamente modelados y desplazados hacia arriba debido a la posición de los brazos. Con enérgicos movimientos de mis potentes brazos le quité el pantalón haciéndole daño en sus débiles y destartaladas piernas delgadas. Desintegré las bragas de color rosa en menos de cinco segundos, me quedé parado delante de un culo pequeño pero redondo, etimológicamente entrañable, y en ese sofá viejo fue donde nuestras vidas descarrilaron conjuntamente, durante dos largas semanas de fiebre y lascivia antes de convertirme en pura estepa siberiana.
Yo la quería por aquel entonces. Y debo decir que todos estos breves finales trágicos que se van sucediendo a lo largo de mi vida no son culpa del azar o la adicción. Solo hay un culpable.
Eva era una buena mujer, ya lo he dicho, pero lo que falló entre nosotros es que yo no soy un buen hombre. Lo confieso, soy un buen amante (y no porque haya estudiado técnicas orientales de estimulación femenina ni piense que lo importante es hacer gozar frente al propio goce personal en sí), pero como acompañante o compañero dejo mucho que desear ( tanto que mis virtudes pasan desapercibidas). Como ente social, rodeado de personas sociales, soy un desecho. Porque no soporto la desidia, ni la dejadez, ni el conformismo con el que últimamente se tiñe todo. No soporto algunas contestaciones inocentes o un gesto de pesadez inconsciente. Jamás.
La última vez que vi a Eva fue de madrugada en mi casa. Ya llevaba yo unos días soportando cierta carga negativa que no me tocaba soportar y como se suele decir en estos casos, una gota colmó el vaso (de chupito en mi caso). Estabamos jugando al dolor, con las uñas, con los dientes, con una percha de hace veinte años, con un mechero, con un imperdible, con un matamoscas y con unos cuantos objetos fálicos y semifálicos que no quiero enumerar, ya se sabe, botellas, desodorantes, velas, martillos, cucharas, floreros pequeños, hortalizas...
Tenía dentro de la vagina un cirio y los pezones arañados cuando me dijo que me amaba. Yo estaba concentrado en mi tarea, imaginándomela con sus delfines, echando pescados muertos al estanque o directamente a la boca en forma de sierra de esos bichos con cara de simpáticos que te pueden arrancar una mano de un mordisco, de rodillas frente al cubo del pescado y con el pelo recogido en un moño embutido dentro de un gurro de nadadora Speedo. En el plano vital ella me decía que me amaba por encima de todas ?las cosas?, que lo quería todo de mí a cualquier precio, dispuesta a entregar su vida en sacrificio su hiciese falta. Yo pensaba en un tiburón blanco partiendo por la mitad a sus delfines que por un chasquido de dedos, tenían la capacidad de comunicarse con Eva y le decían (mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos) ?ayúdame, lánzate al agua y pelea con ese tiburón que me ha partido por la mitad, seguro que desde ahí arriba puedes ver mis órganos vitales, zorra?. Ella me decía que le gustaría tener un hijo conmigo, que fuéramos al parque a pasear y comer sandwhiches vegetales. Yo ya estaba en el parque, imprimiéndole velocidad al columpio de mi nuevo hijo de tres años, cada vez con más insistencia y fuerza, hasta que salía volando a unos tres metros del suelo y caía encima de uno de esos arbustos robustos de baja altura, con tal mala suerte que una de las ramas más gruesas le atraviesa la cabeza de sién a sién dejando escapar de su boquita postbebé unos lindos sonidos guturales y ahogados antes de que empieza a salir sangre y se le quede la lengua colgando como a un cordero de matadero. Ella me dice que quiere vivir aquí conmigo como una pareja estable y felíz, que al fin y al cabo, según su criterio, es lo que somos. Yo pienso en masticarle un poco más los pezones y echarla a patadas de mi casa antes de que lo ensucie todo con su triste filosofía de barrio obrero en decadencia tras cerrar la fábrica. Y eso es lo qué pasó. Expulsé toda la maldad que tengo metida en la cabeza y todo se fue lavabo abajo (incluída Eva) quedándome impoluto, bautizado y nuevo.
Al poco decidió suicidarse.
19 (Fragmento de la última conversación Adán Schulz ? Francisco Vázquez de Seoane)
?Lo que te digo es que siento la imperiosa necesidad de huir de todos vosotros. Estoy seco. El arte dura poco. Tampoco tiene nada que ver que no pueda concentrarme en escribir nada nuevo, no tiene nada que ver que ya no tenga nada que contar, aunque ahora que lo pienso, puede que si que influya. Lo que te digo es que no tengo por qué aguantar este nudo en la garganta y estos dolores estomacales, joder. No soy un puto mártir de la causa literaria y no quiero acabar como Sánchez Dragó, eyaculando interiormente y fumando porros en la casa de Gran Hermano. Estoy cansado de esta vorágine que tanto me gusta. Claro que es contradictorio, coño, no entiendes nada. De eso mismo se trata. Ha llegado el momento de dar un paso adelante o caer para siempre en la puta mediocridad. Voy a contarte un secreto...¿recuerdas a Claudia? Sí, ya se que se marchó y no hemos vuelto a saber nada de ella, de eso te quería hablar. Una semana antes de enterarme de que se había pirado para no volver, pasó algo entre ella y yo en mi casa. No se qué me ocurrió pero no pude contenerme y ciertamente ella tampoco se quejó mucho. El tema es el siguiente: la asalté y me la follé. Casi se podría decir que fue una pequeña violación consentida. El secreto es que cuando se fue de mi casa con las mejillas rojas, me sentía terriblemente bien por haber hecho lo que había hecho. Me sentía muy bien por haberla abordado de aquella manera. Claro que no es nada raro, por eso mismo. En esas primeras horas después de la movida, me notaba enamorado de mí mismo y con Eva, la chica del hospital, también me pasaba, me adoraba a mí mismo por encima de todas las cosas y eso me da mucho miedo porque puede que haya llegado uno de esos momentos en la vida de un hombre en que tiene que huir de todo porque nada le convence, nada le gusta y nadie tiene la capacidad necesaria para gustarle. Hablo de amor, joder. Hablo del sentimiento que me nace en la boca del estómago y se propaga por todo mi puto organismo y no puedo vomitarlo y expandirme. Me refiero a que no hay nadie en este puto mundo que me haga sentir bien, sentirme querido de manera real y sana. Y es catastrófico porque se me ha olvidado lo que se supone que tengo que pensar. Soy un demonio. No tengo la capacidad de amor que todo el mundo tiene, solo quiero destruir en cualquier sentido posible que se me brinde. ¿No te das cuenta? Cuando acabé en el hospital no intentaba suicidarme, evidentemente. Sólo quería destruir cualquier cosa que estuviera a mi alcance y dio la casualidad de que era yo mismo. No se si lo entiendes pero he perdido toda la humanidad por el camino que me ha llevado a esta tranquila estabilidad física y monetaria. Y si te digo la verdad, todo eso me la suda, amigo. Lo que me preocupa es mi nihilismo infundado. No entiendo porqué no me importa nada de lo que tiene que importarme, joder. No comprendo por qué no soy uno más, con sus colecciones de motos de carrera y sus periódicos deportivos. Tampoco pido tanto, solo quiero un poco de estupidez y de simpleza. Quiero tener a alguien en la cabeza todo el día, pasarlo mal porque no estoy junto a esa persona, llorar en la cama adoptando la forma de un riñón enfermo de cáncer porque me ha dejado para siempre, intentar salir del hoyo, escribir cartas de amor, hacer locuras por alguien. Joder. Quiero sentirme vivo al verme reflejado en las pupilas de otra persona. Y no lo consigo porque soy diabólico y nadie parece darse cuenta...Sí, creo que tengo una crisis emocional. Lo dicho, ya nos veremos.?
No he vuelto a ver a Claudia después del ?incidente? de hace dos semanas en mi casa. Los pequeños cortes que me hice en los brazos y las piernas con los cristales del suelo, ya han desaparecido. No me queda ningún resto recordatorio de lo que aconteció. Mierda.
Hoy mismo le dan el alta a Eva y como su novio la ha dejado tirada tras el accidente (menudo ejemplar), voy a ir a recogerla yo mismo y la llevaré a su apartamento. Pronto podrá recuperarse del todo y volver a su trabajo con los delfines y esas mierdas que no comprendo. Puede que pueda comenzar de nuevo con su vida. Según me contó estos últimos dias, está en una especie de punto de inflexión y debe decidir.
Ayer salió una reseña de mi libro en todos los suplementos dominicales. Dicen que ?Adán Schulz se muestra más maduro que nunca, a pesar de ser uno de sus primeros escritos, rescatado por su editor.? Si alguien lo entiende, que venga y me explique. Estoy por llamar a la redacción de todas esas revistas de mierda de más de cien páginas en las que siempre ponen las mismas fotos de casas paralelepípedas decoradas con esmero ?mininihilista? y los mismos reportajes y entrevistas a personajes que nadie quiere saber lo que dicen. Pero no llamo, porque probablemente pronto me llamarán ellos. Jajaja.
El segundo café de la mañana termina de despertarme del todo y me prepara para salir a la calle, en dirección al hospital.
Odio contar escenas que ya han pasado. Así que prefiero no reproducir la conversación que tuvo lugar en esta misma habitación y que contó con mi madre como tertuliana, como mero mensajero o anfitrión. No voy a reproducir ninguna de las explicaciones de esa tarde. No merece la pena. Ya entenderéis mi bucle mental.
Hace un día magnífico. Son las once de la mañana y el sol está en lo alto, calentando todos los rincones de la ciudad con su brazo misericordioso. No hay ni una sola nube en el cielo, solo la lejana estela de humo blanco, que parece una uña cortada o un hilo de plata que está siendo atado alrededor de mares y continentes, y es la estela de un reactor. La cuidad ha despertado y se mueve como un enorme océano de aceite que bajo la superficie está dominado por las miles de autopistas que conforman sus corrientes líquidas. Hay un hombre vendiendo discos falsos sobre una manta roja muy parecida a las alfombras de las grandes celebraciones (lo cual conforma todo un elogio a la locura). Hay un hombre vendiendo cinturones de colores y juguetes manufacturados de ojos brillantes de muy distintas clases, entre las principales podemos destacar los ojos oscilantes de pupilas azules y sin pestañas, los ojos con pivote de pupilas marrones o verdes, los ojos litografiados de pupila negra y los ojos parpadeantes de pupilas azules y pestañas a elegir entre una amplia gama de negros y rubios, cuyo peinado (el del hombre) es lo más parecido a un nido de cigüeña. Hay un restaurante de comida turca con puertas batientes de madera pintadas de verde del que emana un embriagador aroma a curry. Hay una caja de ahorros atestada de mujeres. Un videoclub dominado por el color rojo, en cuya puerta, hay un display de cartón con la forma de Shrek, el ogro gordezuelo que te tiene que caer bien (a la fuerza) si quieres seguir perteneciendo al subgrupo social al que perteneces, entendiéndose la utilización del verbo pertenecer (segunda conjugación) como abreviatura de candado-de-doble-cierre-que-no-puedes-abrir. Hay un viejo sentado en un banco leyendo un periódico de férreas ideas políticas. Hay un chicle de fresa pegado sobre la acera junto a un papel de color amarillo deslucido que te invita a asistir a un curso de Pensamiento Positivo (primera sesión gratis). Hay un perro ladrando desde un balcón del primer piso. Hay un sonido persistente y ligeramente evolutivo de coches acelerando en la calle contigua, en la que se encuentra mi parking al lado de una joyería que ha sido tres veces asaltada en el último año. Me viene a la mente una escena de emboscada de principios del siglo pasado con bandoleros asaltacaminos como protagonistas.
Giro por la primera esquina a mano derecha mirándome los zapatos negros de piel de ante. Una especie de ?botitas socialistas?, si se me permite la expresión. Voy dando pasos grandes, escuchando el sonido de mis suelas sobre la acera. Mis pantalones de pana de color marrón oscuro se cimbrean acariciándome los muslos de esa manera tan especial y cariñosa en que un pantalón se cimbrea y te acaricia las piernas el primer día depués de una depilación intensiva de la zona haciéndote sentir ligeramente expuesto y desnudo como el primer día de primavera que utilizas camisetas de manga corta o el primer día de otoño que utilizas camisas de manga larga.
La escena va sucediendo con un tempo bajísimo, como filmada por una de esas cámaras ultralentas de documental de la BBC que graba las ondulaciones del cuello de un Ánade Real en vuelo o el disparo contundente de las mandíbulas de cierto pez que no recuerdo. Si alguien se fijara, podría llegar a ver como en mi sién, una pequeña vena tictactea al mismo ritmo que mi corazón y tres veces más rápido que mi caminar. Podría llegar a ver como mis ojos se tuercen a izquierda y derecha, como la señal luminosa del parachoques del coche fantástico, mirando todos los escaparates y todos los carteles que en las paredes están pegados. Asimilando la fuente de cada cartel, desaprovando las escasas dotes de mercantilismo de ciertos comercios de barrio, inspirando profundamente al recordar los ceros de mi tarjeta de crédito.
Ahora estoy dentro de mi coche, aparcado en el parking privado en el que una plaza de coche te sale por unos 12.000 euros. Ya he metido la llave en el contacto, solo falta girarla en ángulo recto, escuchar el motor encenderse, retroceder cuarenta y cinco grados de dicho ángulo de noventa, mirar instintívamente el retrovisor, carraspear, dejar el teléfono movil en el asiento del copiloto, encender el reproductor, subir el volúmen hasta el número treinta, pisar el embrague con el pie izquierdo, jugar con la marcha antes de meter primera (nunca me gustaron las marchas automáticas porque no te permiten impresionar a tus amigos con una bonita deceleración utilizando la propia aceleración y revolución de cada cambio manual), soltar despacio el embrague y hundir el pedal acelerador apenas unos cinco o seis grados con el pie derecho para salir del parking e ir hasta el hospital.
Nunca viene mal tener en cuenta todos estos actos que se realizan de forma automática porque nunca se sabe si los vas a volver a repetir y algunos de ellos te gustan.
18
Tardé media hora en llegar al hospital. Una vez en compañía de Eva y tras rellenar unos impresos y coger algunos objetos que le servían de distracción durante su largo encierro, nos dirigimos a su piso, a unos veinte minutos de mi hogar.
Era un piso pequeño y desordenado. De unos setenta metros cuadrados con paredes de tonos azulados. La cocina estaba revuelta pero sin platos en el fregadero. El salón estaba saturado de revistas médicas y veterinarias. Algunos libros yacían cerrados sobre el sofá, acumulando polvo. Me llamó la atención un cuadro de Tamara de Lempicka que colgaba junto al televisor, una mujer muy de moda en aquellos tiempos.
-Siento mucho que tengas que ver todo este desorden, qué vergüenza...
-Hace falta un poco de desinfectante en esta casa, no me extrañaría ver alguna que otra cucaracha americana por aquí. ?Eva estaba un poco desconcertada por la situación, porque no podía andar bien (utilizaba muletas), estaba la casa revuelta y se sentía encerrada en una tesitura que ella misma había provocado, contándole toda su vida a Adán, que al fín y al cabo no era más que un desconocido-. Era broma. Relájate, deberías estar felíz de volver a estar en tu pequeño hogar, rodeada de tus cosas. Venga, estírate en el sofá, tienes que tener los brazos cargados. ?Se acercó estrepitosamente hasta el sofá y se dejó caer como un sacó de arroz, esparciéndose caóticamente y acomodando sus pocas carnes a la horizontalidad-. ¿Quieres que te prepare un café? Quiero decir, si tienes café, podría preparar unas tazas.
-Sí, tiene que estar en aquel mueble de allí.-mientras ponía la cafetera en el fuego, utilizando un encendedor de cocina de esos que me hacen tanta gracia porque parecen un aturdidor de la policia versión light, Eva ordenó la mesita. Era una buena chica, quizás demasiado inteligente para no tener problemas mentales, pero buena chica al fín y al cabo y era la dueña de uno de los mejores cuerpos que he visto en mi vida (tal vez la razón principal por la que ahora estoy preparando café en la cocina grasienta de un piso de setenta metros cuadrados. Y es que nunca se puede confiar en el subconsciente ni hacerse el listo.).
Estuvimos charlando sobre muchísimas cosas. Tantas que ni recuerdo. Y llegó la hora de comer. La hora de hacer algo con nosotros. Mientras hablábamos del hijo de puta de su exnovio noté como se ponía tensa y empezaba a sudar.
-Necesitas un buen masaje, ven aquí. ?me acerqué a su posición y la ayudé a que se tumbara bocabajo en el sofá. Llevaba puesto una camiseta estrecha de algodón de color negro y unos pantalones vaqueros apretados y desgastados por el culo, de esos que ya se venden así y nunca comprenderé. Entre las arrugas finales del pantalón se podían ver unos pies pequeñitos y embutidos en calcetines de color rosa chicle con la parte del talón algo ennegrecida. No paraba de mover los dedos de los pies. Mientras le masajeaba la zona lumbar, empezó a hablar de una película:
-...¿no la has visto? Es un peliculón. Va de una profesora de piano que vive con su madre. La madre es una mujer terrible que la trata como si fuera imbécil. Una de esas madres rocambolescas del cine. Con una autoridad tremenda. Puro fascismo del hogar.
-Me quedo con esa frase para un posible relato.
-Vale. ?cada vez hablaba de forma más entrecortada, disfrutando de cada movimiento de mis manos y cada palabra sibilante-. Pues la mujer, dentro de su coraza, está destruída por culpa de la madre. Y se autolesiona con regularidad para intentar olvidar todo ese dolor psicológico que le produce la mujer que la trajo al mundo. Y conoce a un joven estudiante del que se enamora. ?empecé a hacer movimientos más férreos e intencionados y me vino a la mente una frase muchas veces repetida a lo largo de mi vida: ?la polla que te engendró te hará mujer?-. Y... disfrutan de sus cuerpos... y ella... ?giró la cabeza hasta conseguir mirarme, con las mejillas coloradas y despeinada- se dio cuenta...de lo que verdaderamente sufría... en todo momento porque...nadie...podría llegar a... comprenderla... y a darle lo que ella necesitaba... ?Tenía el labio inferior brillante y los ojos quemaban, quizás, por culpa de muchos meses de abstinencia sexual obligatoria. No pude evitar poner las manos en forma de garras y arañarle la espalda lentamente, mirándola con mis ojos derretidos de lava a sus ojos llameantes y húmedos. Ella puso cara de ligero placer infrahumano y mi mano derecha saltó contra su cabeza, tirándole hacia atrás de los pelos, haciendo que su cuello quedara expuesto en toda su plenitud, para abalanzarme sobre el mismo y morder y babear y besar y chupar y lamer con la velocidad de un demonio enloquecido que busca entradas-orificio por las que escabullirse y corromperlo todo desde el interior.
Los gemidos rebotaban en las paredes y Eva permaneció inmovil mientras yo asediaba su cuello y su cara, que cada vez estaba más colorada y más brillante. Mordía sus labios, los chupaba de tal manera que un hilillo de plata (como el que esa misma mañana ató cielo y tierra) unía nuestras bocas. Le mordía los hombros, notaba como crujían en mi boca las venas del cuello. No era pasión, era una violación consentida, un asedio en el que la catapulta era mi boca.
A los pocos segundos le destrocé la camiseta de algodón con mis garras de gárgola, le rompí el sujetador por la zona del cierre y le arañé la espalda mientras miraba sus hombros, perfectamente modelados y desplazados hacia arriba debido a la posición de los brazos. Con enérgicos movimientos de mis potentes brazos le quité el pantalón haciéndole daño en sus débiles y destartaladas piernas delgadas. Desintegré las bragas de color rosa en menos de cinco segundos, me quedé parado delante de un culo pequeño pero redondo, etimológicamente entrañable, y en ese sofá viejo fue donde nuestras vidas descarrilaron conjuntamente, durante dos largas semanas de fiebre y lascivia antes de convertirme en pura estepa siberiana.
Yo la quería por aquel entonces. Y debo decir que todos estos breves finales trágicos que se van sucediendo a lo largo de mi vida no son culpa del azar o la adicción. Solo hay un culpable.
Eva era una buena mujer, ya lo he dicho, pero lo que falló entre nosotros es que yo no soy un buen hombre. Lo confieso, soy un buen amante (y no porque haya estudiado técnicas orientales de estimulación femenina ni piense que lo importante es hacer gozar frente al propio goce personal en sí), pero como acompañante o compañero dejo mucho que desear ( tanto que mis virtudes pasan desapercibidas). Como ente social, rodeado de personas sociales, soy un desecho. Porque no soporto la desidia, ni la dejadez, ni el conformismo con el que últimamente se tiñe todo. No soporto algunas contestaciones inocentes o un gesto de pesadez inconsciente. Jamás.
La última vez que vi a Eva fue de madrugada en mi casa. Ya llevaba yo unos días soportando cierta carga negativa que no me tocaba soportar y como se suele decir en estos casos, una gota colmó el vaso (de chupito en mi caso). Estabamos jugando al dolor, con las uñas, con los dientes, con una percha de hace veinte años, con un mechero, con un imperdible, con un matamoscas y con unos cuantos objetos fálicos y semifálicos que no quiero enumerar, ya se sabe, botellas, desodorantes, velas, martillos, cucharas, floreros pequeños, hortalizas...
Tenía dentro de la vagina un cirio y los pezones arañados cuando me dijo que me amaba. Yo estaba concentrado en mi tarea, imaginándomela con sus delfines, echando pescados muertos al estanque o directamente a la boca en forma de sierra de esos bichos con cara de simpáticos que te pueden arrancar una mano de un mordisco, de rodillas frente al cubo del pescado y con el pelo recogido en un moño embutido dentro de un gurro de nadadora Speedo. En el plano vital ella me decía que me amaba por encima de todas ?las cosas?, que lo quería todo de mí a cualquier precio, dispuesta a entregar su vida en sacrificio su hiciese falta. Yo pensaba en un tiburón blanco partiendo por la mitad a sus delfines que por un chasquido de dedos, tenían la capacidad de comunicarse con Eva y le decían (mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos) ?ayúdame, lánzate al agua y pelea con ese tiburón que me ha partido por la mitad, seguro que desde ahí arriba puedes ver mis órganos vitales, zorra?. Ella me decía que le gustaría tener un hijo conmigo, que fuéramos al parque a pasear y comer sandwhiches vegetales. Yo ya estaba en el parque, imprimiéndole velocidad al columpio de mi nuevo hijo de tres años, cada vez con más insistencia y fuerza, hasta que salía volando a unos tres metros del suelo y caía encima de uno de esos arbustos robustos de baja altura, con tal mala suerte que una de las ramas más gruesas le atraviesa la cabeza de sién a sién dejando escapar de su boquita postbebé unos lindos sonidos guturales y ahogados antes de que empieza a salir sangre y se le quede la lengua colgando como a un cordero de matadero. Ella me dice que quiere vivir aquí conmigo como una pareja estable y felíz, que al fin y al cabo, según su criterio, es lo que somos. Yo pienso en masticarle un poco más los pezones y echarla a patadas de mi casa antes de que lo ensucie todo con su triste filosofía de barrio obrero en decadencia tras cerrar la fábrica. Y eso es lo qué pasó. Expulsé toda la maldad que tengo metida en la cabeza y todo se fue lavabo abajo (incluída Eva) quedándome impoluto, bautizado y nuevo.
Al poco decidió suicidarse.
19 (Fragmento de la última conversación Adán Schulz ? Francisco Vázquez de Seoane)
?Lo que te digo es que siento la imperiosa necesidad de huir de todos vosotros. Estoy seco. El arte dura poco. Tampoco tiene nada que ver que no pueda concentrarme en escribir nada nuevo, no tiene nada que ver que ya no tenga nada que contar, aunque ahora que lo pienso, puede que si que influya. Lo que te digo es que no tengo por qué aguantar este nudo en la garganta y estos dolores estomacales, joder. No soy un puto mártir de la causa literaria y no quiero acabar como Sánchez Dragó, eyaculando interiormente y fumando porros en la casa de Gran Hermano. Estoy cansado de esta vorágine que tanto me gusta. Claro que es contradictorio, coño, no entiendes nada. De eso mismo se trata. Ha llegado el momento de dar un paso adelante o caer para siempre en la puta mediocridad. Voy a contarte un secreto...¿recuerdas a Claudia? Sí, ya se que se marchó y no hemos vuelto a saber nada de ella, de eso te quería hablar. Una semana antes de enterarme de que se había pirado para no volver, pasó algo entre ella y yo en mi casa. No se qué me ocurrió pero no pude contenerme y ciertamente ella tampoco se quejó mucho. El tema es el siguiente: la asalté y me la follé. Casi se podría decir que fue una pequeña violación consentida. El secreto es que cuando se fue de mi casa con las mejillas rojas, me sentía terriblemente bien por haber hecho lo que había hecho. Me sentía muy bien por haberla abordado de aquella manera. Claro que no es nada raro, por eso mismo. En esas primeras horas después de la movida, me notaba enamorado de mí mismo y con Eva, la chica del hospital, también me pasaba, me adoraba a mí mismo por encima de todas las cosas y eso me da mucho miedo porque puede que haya llegado uno de esos momentos en la vida de un hombre en que tiene que huir de todo porque nada le convence, nada le gusta y nadie tiene la capacidad necesaria para gustarle. Hablo de amor, joder. Hablo del sentimiento que me nace en la boca del estómago y se propaga por todo mi puto organismo y no puedo vomitarlo y expandirme. Me refiero a que no hay nadie en este puto mundo que me haga sentir bien, sentirme querido de manera real y sana. Y es catastrófico porque se me ha olvidado lo que se supone que tengo que pensar. Soy un demonio. No tengo la capacidad de amor que todo el mundo tiene, solo quiero destruir en cualquier sentido posible que se me brinde. ¿No te das cuenta? Cuando acabé en el hospital no intentaba suicidarme, evidentemente. Sólo quería destruir cualquier cosa que estuviera a mi alcance y dio la casualidad de que era yo mismo. No se si lo entiendes pero he perdido toda la humanidad por el camino que me ha llevado a esta tranquila estabilidad física y monetaria. Y si te digo la verdad, todo eso me la suda, amigo. Lo que me preocupa es mi nihilismo infundado. No entiendo porqué no me importa nada de lo que tiene que importarme, joder. No comprendo por qué no soy uno más, con sus colecciones de motos de carrera y sus periódicos deportivos. Tampoco pido tanto, solo quiero un poco de estupidez y de simpleza. Quiero tener a alguien en la cabeza todo el día, pasarlo mal porque no estoy junto a esa persona, llorar en la cama adoptando la forma de un riñón enfermo de cáncer porque me ha dejado para siempre, intentar salir del hoyo, escribir cartas de amor, hacer locuras por alguien. Joder. Quiero sentirme vivo al verme reflejado en las pupilas de otra persona. Y no lo consigo porque soy diabólico y nadie parece darse cuenta...Sí, creo que tengo una crisis emocional. Lo dicho, ya nos veremos.?
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