Vuelve Adán Schulz

5
No tiene que pasar nada fuera de lo común. No necesariamente tienes que abrir la boca.
Esas son las notas mentales con las que viajo, escuchando una emisora de radio escogida al azar. Suelo hacerlo muy a menudo. Aprieto el botón de búsqueda automática en el radiocassette de mucho dinero y cierro los ojos. Cuando lo creo oportuno despego el dedo acusador y lo que salga.
Puede que sea una de las personas del país que menos radio haya escuchado en su vida. No le veo chispa y para colmo, cada veinte minutos te meten otros tantos de publicidad hortera de pueblo. Antoñito chapa , pintura y compañía.
Oigo como un tipo, que adivino anodino y gordezuelo, charla con otro tipo, que adivino anodido y gordezuelo, sobre películas clásicas de esas que, por respeto a la humanidad, tienen que gustarte. Y es que odio que me digan lo que tengo que hacer. Y mucho más que me digan lo que me tiene que gustar. En realidad es una de las cosas que más me joden, porque ni siquiera yo tengo claro la mayoría de mis gustos. Soy uno de esos reaccionarios que dicen que lo importante es tener claro lo que no te gusta. Pura fachada.
Aparco el coche en el aparcamiento subterráneo de la Fnac haciendo uso de la tarjeta especial que el cerdo de John, el mandamás, me ha hecho llegar mediante una carta de dos hojas de contínuo peloteo y egocentrismo (sin olvidar las últimas novedades en narrativa extranjera y minireproductores de dvd).
Durante el trayecto que separa el aparcamiento de la sala de juntas/despacho la gente gira 180 grados para mirarme, en mi flotante caminar. Espero no tener un cordón desatado.
Abro la puerta y veo que ya me esperan Seoane, John y una mujer que no se quien es.
-Toc toc
-Hombre, ya está aquí. ? Seoane.
-Hola, Schulz, cómo te va. Estábamos hablando sobre las ventas del ultimo libro. La verdad es que no se puede decir que sea un libro digestivo. Y eso la gente lo nota, de hecho la gente lo nota demasiado. Es el que menos se ha vendido. En un mes solo hemos colocado 23 ejemplares y gracias a nuestras campañas de publicidad. Asi que más te vale que te muestres colaborador esta tarde, por la cuenta que te trae. Al fín y al cabo son tus libros. ? John.
-No son mis libros, es mi dinero.
-Bueno, míralo desde el ángulo que mas te convenga, solo te pido compasión con esa gente de ahí fuera. Para algunos, incomprensiblemente, eres un ejemplo a seguir.
-Me portaré bien.
-Así me gusta. Bien, te presento a Claudia, nuestra mejor diseñadora.-(Pelo corto muy amarillo con flequillo, tetas invisibles bajo una camiseta negra con una exclamación verde en el centro. Ojos claros, como de cristal. Boca carnosa y permanentemente húmeda debido al carmín transparente). - Claudia sonríe y hace un gesto con las cejas. ? Hemos pensado que no estaría nada mal regalar una de estas postales por persona. Te las pondremos en un lateral, tú solo tienes que colocarlas dentro de los ejemplares que te vayan llegando para ser firmados.
En la postal salgo yo. Una foto de hace unos cuatros años. Con la mirada un poco perdida y mierda debajo de las uñas. Camisa negra abotonada hasta arriba. Pelo enmarañado. Algo así como La Foto Menos Oportuna del Mundo.
Debajo pone mi bendito nombre y un misterioso y falso ?proximamente?. Imagino que se refiere al nuevo material que estoy recopilando y que aún está mas verde que un tomate de invernadero. El fondo de la foto es de un color ocre deslucido y sucio. Parece un bizcocho crudo, quemado solo por algunas partes.
Miro las caras de las tres personas que tengo delante. El viejo Seoane me dice con sus ojos vidriosos que no le de demasiada importancia.
-Imagino...que se trata de una broma. ?le devuelvo la postal a Claudia.
-No, no es ninguna broma, es una manera de aumentar las ventas. ?dice John como si fuera lo más normal del mundo hacerme pasar por Jodorowski.
-Si no, el próximo libro lo vamos a tener que imprimir en papel de fumar. ? el inconfundible Seoane.
-Si es la mejor diseñadora de la industria mercantil ? hago gestos de grandilocuencia con las manos, algo parecido a Don Quijote. ? por qué puñetera y cerda razón ha tenido que coger esta foto y no me habéis hecho una puta foto decente. Por Dios, mirad la cara que tengo, ¿con esto pensáis vender libros?
Todos sudamos.
Miro la boca de Claudia. El labio superior perlado de sudor. Sus dientes blancos y rectos. Su barbilla. La cabrona curva que hace el perfil de su labio inferior. Su cuello blanco y débil, fácilmente tronchable y amable. Me desvanezco dentro de mi cabeza. Abrazo ese cuello con la lengua verde y kilométrica que poseo en mis pensamientos. Le rasgo la camiseta y sus minitetas minimamente gelatinosas se balancean. De mi pecho se abre una boca con dientes puntiagudos como estalactitas y ...
?....Por eso pensamos que la mejor manera de atraer gente es esa fotografía antígua? ?.... tampoco tienes que sonreir si no quieres... ? ?...estás sudando.?
-De acuerdo de acuerdo, vosotros ganáis. ? Claudia se ha dado cuenta de mis miradas animales y quizás de cierta parte de mis pensamientos y mira para otra parte. ? Vamos al lío. ? He de follarme a esa mujer.
Al menos no han colocado el típico stand de cartón con mi cara. Odio esa parafernália de campamentos de verano y supermercados.
Para el evento no han hecho ningún cambio en el salón de actos. La mesa de siempre de roble, retroiluminada desde la pared.
La gente se va sucediendo ordenadamente. Han venido de todas las partes de la ciudad solo para verme, ? con mi eterno gesto de lengua ácida y mis dedos torcidos que firman como más cómodo les resulta- para conseguir un garabato, soltarme algunas palabras que llevan todo el día pensando, mirarme fijamente con el Rec de sus memorias apretado y marcharse a la sección de libros de bolsillo por si pueden cazar algo, cada uno con su manera de andar, todas diferentes, y sus pelos de colores, sus ropas gastadas o grises que resultan ser el camuflaje óptico perfecto cuando suben por las escaleras mecánicas.
El viejo Seoane me ha contado un rollo macabeo para no sentarse a mi lado y darle palique. Es especialista en decir ?NO? de tal manera que siempre siempre siempre te lo crees. Quizás sea esa barba blanca de aspecto saludable. Sea como sea, al menos, lo he convencido para que me traiga un whisky de la cafetería.
Muchas de las personas que van pasando por la mesa me cuentan minihistorias aburridas que a nadie interesan. Me esfuerzo en no escuchar. A veces lo consigo, imaginando que soy un simple insecto-palo encaramado en una rama seca.
Realmente me da vergüenza firmar estos libros de mierda.
Acabemos con esto cuanto antes.
Entre la gente que hacer cola puedo ver como sobresale la cabeza pelirroja de Andrea. Su pelo brillante con los bucles justos. Me hace un gesto con la mano. Respondo con el mismo gesto y firmo un ejemplar con un circulo y un cuadrado al lado donde dentro descansa mi apellido.
Andrea se acerca a la mesa, embutida en una falda ajustada. Magníficas piernas largas y blancas con rodilla diminuta. Se ha puesto los zapatos de tacón con los que una vez le estimulé el ano.
-Hola, ¿te falta mucho para acabar aquí? ? se apoya con ambas manos en la mesa dejandome el escote a la altura de los ojos. Tienes diez dedos finos con uñas trabajadas artesanalmente y pintadas de un color parecido al vino tinto. Algunos mechones rojos caen hacia delante en cámara lenta y yo recobro la alegría de vivir y acabo el cubata de un trago (los hielos ya se habían derretido).
-No más de veinte personas; son las ocho y media casi. Espero que me lleves de marcha, este pobre mártir se siente aburrido.
-Tengo una reserva en el Tanaka.
-De acuerdo, cenaremos pescado crudo con salsas de alquitrán. Por cierto, ¿tienes material? Iván se ha ido de vacaciones a las malvinas y me ha dejado colgado y sin avisar y anoche agoté todas mis existencias.
-Sí, algo tengo en casa, podemos pasar antes de ir al restaurante. Así te enseño la nueva alfombra que me han traido de por ahí.
-Trato hecho. Puedes sentarte aquí a mi lado y me haces compañía, estoy a punto de sacar la motosierra, nena. ? le doy dos palmadas a la silla vacía de mi izquierda.
Andrea rodea la mesa y se sienta como solo pueden sentarse las zorras recatadas de Times Square y las vendedoras de perfumes franceses.
Le miro las pantorrillas apretadas contra la silla y advierto que no lleva medias. Incluso puede que no lleve ni bragas. No ha cruzado las piernas, las ha dejado simétricas, dobladas formando un ángulo de noventa grados y con las rodillas pegadas.
Continúa el fluir de gente anónima.
Los hombres miran más a Andrea que a mí. Las mujeres preguntan menos. Decididamente pienso llamarla en todas las ocasiones que tenga que apechugar con un acto como este.
Al fín acaba de pasar gente y me levanto cuanto antes, por si acaso una oleada de autobuses de octogenarios se avalanzan sobre las puertas batientes en el ultimo momento. Acerco la boca a la oreja de Andrea. Le retiro unos mechones rojos.
-¿Llevas algo debajo?
Instantáneamente menea levemente la cabeza a izquierda y derecha haciendo que mi labio inferior roce el pendiente de su oreja derecha.
-Sígueme.
Se levanta y vamos a reunirnos al bar con el viejo Seoane, John y Claudia, que están traginándose unos vinos y unos canapés. La mirada de Claudia salta como un resorte sobre la falda de Andrea y los tacones. Sus gemelos y músculos de alrededor tensados. Delgada pero firme. Sin duda de las mejores.
-Bueno, chicos, al fín terminó todo. Cómo lo habéis visto. ? levanto la mano para que el camarero venga.
-Te felicito, no has dicho ninguna burrada, que yo sepa. ? John.
El viejo Seoane saluda a Andrea y dice:
-Sí, yo lo he visto bien.
Claudia no dice nada. Nadie dice nada.
-Os presento a Andrea, una amiga de la infancia.
Andrea sonríe y le da la mano a cada uno de ellos con gesto profesional y brillante. La reina de los pintalábios. Un pequeño detalle que no debería pasar desapercibido: Andrea se limpia la mano en la parte trasera de la falda después de la ronda de apretones de manos.
Tras varias copas y miradas extraviadas, cada uno se va por su lugar,deseosos de disfrutar del momento que al fín llega. El viejo Seoane se larga a cenar con unos colegas que han venido de Manhattan y yo me niego a conocer. Imagino que John irá al servicio de caballeros a hacerse una paja con la mano izquierda pensando en el culo de Andrea y su manera de acariciarse el antebrazo. Claudia seguro que va a cenar a un local de veinte metros cuadrados con pinturas de Kandinski y platos minimalistas a sesenta euros, mientras Andrea y yo nos embadurnamos las neuronas con cocaína de gran pureza, tras haber atravesado media ciudad en mi BMW, con la capota bajada para disfrutar del frescor de la noche en septiembre, época de celo en alguna que otra especie animal incluído el hombre.
El dúplex de Andrea cumple a la perfección las funciones de hogar y after hours. Probablemente es una de las estancias más chic que he pisado. Es el cubículo con la decoración más orgánica que se pueda pueda comparar con el interior de una caracola de mar dibujada por Gaudí. En su interior millones de compartimentos distribuidos por la pared norte. Sillas de tres patas torneadas. Mesa ovalada de cristal esmerilado iluminada desde abajo con uno de esos sistemas de palmadas (Otro invento hijoputesco y mercantil no apto para fiestas sureñas).

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