ABRE PARENTESIS

Al protagonista de este minirrelato nunca le gustaron las armas de fuego. Ni siquiera de pequeño, cuando su padre intentaba inculcarle cierta metodología. Ambos (padre e hijo) participaban en numerosas cacerías en el bosque de pinos que envolvía el refugio de caza, heredado de padres a hijos durante los anteriores ciento cincuenta años. Al protagonista de este minirrelato nunca le gustaron esas cacerías sangrientas en las que su padre y sus tres tíos mataban conejos a diestro y siniestro y cuando ya los tenían en su poder, le golpeaban la nuca con golpes secos de karate, haciendo que la cabeza del animal se desorbitara todavía un poco más y causándole al protagonista de este minirrelato un sentimiento en el estómago muy parecido al amor, fisiológicamente hablando.
En las cacerías familiares también se mataban pájaros de todo tipo menos gorriones y jilgueros, ya que los cazadores familiares, entre ellos, tenían un código deontológico que no lo permitía debido a la poca valía alimenticia y a la escasez de ejemplares (y además protegidos) respectivamente.
El padre del protagonista de este minirrelato era el más diestro con el rifle. Llevaba cazando desde los dieciséis años, cuando su padre (más conocido como El Abuelo) le compró su primera escopeta de perdigones y el entonces adolescente padre del protagonista de este minirrelato iba de acompañante y aprendiz a las cacerías familiares de la época de los 50, época donde sí se podía dar muerte a los jilgueros que tenían la osadía y la poca planificación de posarse en las ramas de los pinos propiedad de la familia. El padre del protagonista de este minirrelato siempre ha sido un hombre recio y con barba. Uno de esos hombretones de los de antes, que ya no se fabrican, uno de esos que trabaja de sol a sol en la huerta heredada de la familia donde generación tras generación han ido brotando unas estupendas patatas, unos magníficos tomates y unas maravillosas cebollas. Un hombre con ligero sobrepeso pero de brazos y piernas fuertes. Capaz de levantar cien kilos o caminar durante kilómetros en busca de una madriguera atestada de conejos.
El perro del padre del protagonista de este minirrelato es un perro cazador, blanco y marrón, moteado y con naríz color tierra siempre brillante y en movimiento. Le pusieron el nombre de Rex, por la serie de televisión del perro policía. La verdad es que ambos perros no se parecen en nada, puesto que el perro policía de la serie es un pastor alemán puñeteramente bien enseñado para repartir justicia, mientras que el Rex cazador de naríz color tierra no es más que uno de esos perros cabezotas y estúpidos que solo sirven para rastrear por el bosque en busca de huellas conejiles a cambio de pequeñas recompensas masticables en forma de hueso cavernícola. Uno de esos perros idiotas y bonachones que juegan con los niños de las esposas de los tios del protagonista de este minirrelato y aguantan mil y una perrerías (valga la redundancia).
Al protagonista de este minirrelato nunca le ha gustado demasiado ese perro porque de pequeño, mientras jugaba con él a las carreras de caballos (montado sobre el lomo de Rex) le mordió en el antebrazo derecho a modo de advertencia, no para hacerle daño pero el, por aquellos años, jovenzuelo protagonista de este minirrelato se asustó mucho y tomó la señal como un desafío, puesto que ambos (perro y persona) estaban solos y nadie podía verlos y el perro (todo esto según la visión del protagonista de este minirrelato) le había mordido para dejarle claro quién era el que mandaba allí en las sombras. Lo pudo ver en los ojos desafiantes que le miraban desde lo alto de ese hocico arenoso y babeante por el que han pasado miles de cuellos de conejo moribundo.

Los tios del protagonista de este minirrelato son pobres personas. Casadas prematuramente con mujeres que al poco tiempo engordaron como si fueran patos de granja a los que les hacen comer porquerías para tener un hígado bien gordo y bien remunerado.

Al protagonista de este minirrelato tampoco le gustaban las matanzas de cerdos que todos los años tenían lugar en el porche trasero del refugio de la familia. Todos los años se mataban de dos a cuatro cerdos y siempre con la misma técnica cruel y despiadada. El padre del protagonista de este minirrelato ataban las pezuñas del animal, previamente inmobilizado por los tíos. Se depositaba un cubo de latón con capacidad para diez litros debajo del cuello del animal. El padre le rajaba la garganta de un tirón con un cuchillo largo y afiladísimo, para que el animal se desangrara completamente y toda la sangre cayera dentro del recipiente para no manchar nada y para aprovecharla, ya se sabe que del cerdo se aprovecha todo, en este caso la sangre era aprovechada para dejarla reposar y que cogiera cuerpo y poder cocinar, días más tarde, sangre con cebolla, plato típico de la familia en días de matanza. Una vez el animal ha dejado de chillar (al personaje protagonista nunca se le olvidarán los diez minutos que se tira el cerdo chillando y derramándose sobre el cubo de latón), se le tumba en el suelo y se le abre en canal para sacar los órganos, prepararlos debidamente y tirar los que no se utilizan para el consumo humano (pulmones, estómago, etc). El hígado se guarda como oro en paño, porque tiene un sabor exquisito cocinado también con cebolla, ajo y vino blanco. Una vez se ha vaciado al animal, se le cortan las partes de la carne más suculentas, como es el caso del lomo, las costillas y las faldas. Al mismo tiempo que el padre del protagonista de este minirrelato va despedazando al animal, las mujeres van vaciando los intestinos para utilizarlos como pellejo de morcillas, chorizos y caña de lomo. Luego se le corta la cabeza y (esto según gustos familiares) se trocea la cara y orejas para hacer guisos. Se le corta la lengua y se guarda aparte en un plato dentro del frigorífico. (El cerebro no suele ser utilizado, algo que sí ocurre con el cerebro de ternera). Se puede proceder de igual manera con las orejas y con el rabo. Después el padre del protagonista de este minirrelato le corta las extremidades y las prepara para salar y conservar durante dos años en un cobertizo en la otra punta del refugio, hasta que han adquirido el sabor adecuado y se han convertido en exquisitos jamones y paletillas ibéricos.
Al protagonista de este minirrelato nunca le ha gustado el jamón, porque se acuerda de esos cerditos cuando eran pequeños y jugaban con él, olisqueándole la entrepiernas con esas naricillas chatas y esos ojos llenos de vida animal. Sinceramente el protagonista de este minirrelato es un hombre lleno de complejos y de traumas. Uno de esos hombres de mediana edad que se sienten perdidos en el mundo y no pueden amar porque se entregan demasiado al principio de las relaciones (relaciones de amistad o relaciones personales sexuales y ?amatorias? o relaciones laborales y estrictamente contractuales) y va perdiendo fuelle según nota que tiene la situación bajo control y ya está el contrato firmado y solo hay que dejarse llevar por la inercia de los primeros días. Es uno de esos hombres que con el matrimonio (o con el mero hecho de vivir en pareja) se van perdiendo y van cayendo día tras día en una debacle interna sin más solución que la ruptura traumática. Uno de esos que también engordan y relajan las costumbres sexuales que más placer le causaban a su pareja en pos de una comodidad amatoria mucho más anodina. El protagonista de este minirrelato es alguien que prefiere comportarse como un cabrón inmaduro antes que hablar de los problemas e intentar solucionarlos porque piensa que si existe el problema es porque su media naranja ha resultado estar agria y no ser la adecuada. Que si han llegado a ese punto,en el que tienen que hablar para salvar la relación, es porque realmente la relación nunca tuvo futuro, siempre estuvo todo decidido desde el primer ?tranquila-no-me-pasa-nada? tranquilizador e hipócrita.
Es un hombre sensible pero al mismo tiempo grosero. Piensa que es un hombre bueno al que la vida le jugó una mala pasada de la que no pudo salir a flote sin síntomas de hipotermia y varios miembros amputados. Un hombre que se ha hecho a sí mismo sin patrones a seguir (con lo que eso conlleva). Alguien que no admite concesiones a la hora de regalar su tiempo, que piensa que el tiempo es lo más preciado que se tiene, el detalle más valioso de nuestra libertad como personas independientes y que no está dispuesto a derrocharlo por nada ni por nadie, solo por él mismo y sus propios errores para con los demás.
El protagonista de este minirrelato es alto y piensa que vivir bien es tener un sueldo fijo, una casa en propiedad, un coche potente, tomar café después de comer, leer alguna que otra novela histórica al año, amar a una bella mujer, tener un par de hijos a los que enseñar por donde tienen que ir, quizás tener mascota, piscina hinchable, enanitos en el jardín, ordenador ultimo modelo aunque no sepan para qué, comer bien y sano, ir al dentista una vez al mes, cenar con los amigos una semana sí una no, dejarse llevar y no pensar mucho en lo que podría haber sido su vida si hubiera hecho en todo momento lo que su corazón le pedía.
El protagonista de este minirrelato está muerto. Ha muerto esta mañana aleatoriamente en la carretera. Ha muerto sin hacer puenting; sin escalar una pared vertical con remaches; sin beber de un trago una botella de vino; sin jugar a las damas por ultima vez; sin cortarse las uñas de los pies con la boca; sin saber lo que es el amor más allá de las palabras bonitas y las posturas del kamasutra; sin experimentar con su cuerpo y su percepción mediante las drogas; sin poner el coche a más de 170 km/h; sin probar la comida japonesa; sin sentirse completo y satisfecho de ser quién se es y de estar con quien se tiene la suerte de estar; sin coincidir en el tiempo y en el espacio con lo que él consideraba ?su otra mitad?; sin oler la mierda de sus hijos en los pañales; sin escuchar a los mismos decir ?papá e quero?; sin esnifar fanta de naranja por una apuesta con sus colegas del trabajo; sin plantar un árbol y verlo crecer; sin cambiar de peinado y dejarse bigote a lo Hitler; sin tener hemorroides; sin sufrir la pérdida de tus padres tras una larga enfermedad; sin saber escribir a máquina; sin escuchar el ultimo disco de su grupo preferido; sin despedirse de la mujer que acompañaba sus días, estoicamente y sabiendo que aquello no era amor; sin ver los futuros avances de la ciencia; sin cambiar de teléfono movil; sin participar en un concurso de televisión; sin atropellar a un gato; sin masturbar a un perro; sin leer el libro de su vida; sin pensar en todas las posibilidades; sin acudir a urgencias porque se ha caido de la moto; sin salir sonriente en una foto de familia en la próxima nochebuena; sin vivir.
El protagonista de este minirrelato se llama Antonio. Pero podría llamarse como cualquier de nosotros.

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