Hace sol pero frío.
Las calles están llenas de hojas,
de representaciones matemáticas
de la secuencia de Fibonacci.
Un gorro de lana
y una chaqueta de aviador
con las solapas gigantescas.
Niños jugando,
queriendo ser adultos.
Perros peleando sin ganas de ganar,
solo marcando el absurdo territorio de sus derrotas.
Esquinas redondeadas.
El universo sigue su curso
como el tren de la canción de Tom Waits.
Ya mismo es dos mil once
y casi parece un chiste de informáticos.
He salido a dar una vuelta
y me ha venido un flash.
He recordado cosas
y se ha ido el sol.
Los niños,
los perros,
los cánticos,
los rituales auriculares,
el calor,
el olor,
la brújula de mi llavero y
tres meses ya de rumor constante de coches.
Te he visto,
con aquella chaqueta vaquera que tenías
con el pelo rubio,
la mirada de “faltan cinco pasos”
y el olor a flores,
caminando hacia mí.
Todo ha ardido
cayendo hacia los lados
y no hay nada más
caminando hacia mí.
Cada día
me despierto en una vida
que se parece a la mía
pero que no lo es.
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