Lleva tu rencor como una corona de negatividad



Como un estandarte de negatividad

porque

malgastar el tiempo

es no dormir

el sueño infinito de la calma,

la onda sinusoidal de la vida.

malgastar el tiempo es estar despierto,

cansado, triste,

abotargado;

el real durmiente en un mundo

que va demasiado deprisa.

malgastar la vida

es buscar el lado

más alejado del sufrimiento,

como un conejo que oye disparos en Dolby surround.

no hay que conformarse con el oxígeno,

ni con la testosterona,

estamos aquí para destruir el universo

resumido en nuestra efímera estación sentimental.

Definir es lo más parecido a fracasar.

Y fracasar sí que es malgastar el alma.

Me gustaría empezar de cero

para poder ver mi caída desde otro ángulo.

¿Y cómo va tu batalla, marinero?


¿Cómo vas con tu batalla?

Es maravilloso no saber que hacer

y vagar por la ciudad como una moneda.

Es extremadamente maravilloso

pasar todo el día pensando

en lo único que te hace sentir

como un pedazo de carne cortado a lonchas

con una de esas máquinas que hacen zeeep.

Es tan poético imaginar conversaciones

que nunca,

y cuando digo nunca

es nunca jamás,

van a tener lugar,

que creo que voy a aplaudir

con las ganas de una sardina.

Con las escamas de mi quitina mental arrasada.

Imagina por un momento

que toda la humanidad

sobrevuela un campo de batalla.

Lleno de trozos de metal negro doblado.

Trozos de cuerpos carbonizados.

Pedazos de vidas.

Recortes fotográficos.

Un lavabo roto.

Un piano que parece que sonría.

Humo. Tierra. Nada.

Yo tengo el mío.

Monstruoso. Impuro. Cotidiano.

Lleno de trozos de metal negro doblado.

Trozos de cuerpos carbonizados.

Pedazos de vidas. Ilusiones. Indirectas.

Retales de posibilidades. Muertas.

Un motor a gasolina. Muerto.

Olor a sangre hirviendo. Desidia.

Barricadas de libros de bolsillo. La pérdida…

Qué día no me costará la vida mirar al frente

y decir:

“la batalla la perdí”.

La luz

Nadie debería asomarse a eso que llaman vida

sin esperar caerse por el agujero.

Qué día no me pregunto si hay algo más triste

que tener los ingredientes de la felicidad

y no parar de pensar en personas

que entran dentro de otras personas.

Rezando para que se fuese la luz

…y ahora le tengo miedo a las sombras.

A las imaginaciones que me traen.

A no poder dejar de husmear.

A que oscurezca en horario infantil.

A que se mezclen las piernas,

se cierren los ojos y se vean bocas entreabiertas

que al abrirlos desaparezcan.

Esta tarde he pasado por una librería religiosa

de la que salían sermones por un altavoz

intentando empatizar con mis pensamientos

como los horóscopos de los periódicos,

¿quién habla aquí de redención,

de pecado

o de culpa?

Hablo de la enfermedad de no poder descansar,

del flaco favor,

invisible tortura china,

de no imaginar lo irreal,

de enfrentarme,

como un barco de papel se enfrenta a un anuncio de chicles,

al terrible hecho de que

siempre hay personas

que entran dentro de otras personas

y personas

que escriben textos terribles

con su hija pequeña

al lado,

jugueteando con un bolígrafo de cuatro colores.

Triple vida



De quien hablo no es de mí mismo.

Hablo de alguien que no puede soportar

muchas pequeñas etapas de la vida.

Alguien que hace años que

no consigue emparejar los calcetines.

Un hombre alto,

joven y con andares de terrateniente despojado.

Una persona que

no logra entrar en cualquier bar

a comer cualquier cosa cuando va solo.

Puede pasar dos horas intentando encontrar el bar ideal

para comerse un bocadillo de mierda.

De quien hablo no es de mí mismo.

Hablo de alguien que

no aguanta la cotidiana marea de los acontecimientos.

Obsesionado con la experiencia estética platónica

que tantos cuchillazos en el vientre le ha ocasionado.

Alguien que es blanco y es negro.

Un monstruo mutante que se alimenta de inactividad.

¡El monstruo mutante que se alimenta de inactividad!

De quien hablo no es de mí mismo.

Pero sí de la imagen que vivo de mí.

Falsa y real

parecida a la agonía de occidente

representada en la necesidad de compartir miserias,

porque

hablo de alguien que se desangra

agarrándose las tripas

como se agarran los recuerdos de 10.000 días

al alféizar de la ventana.

O como cuando el mundo se vuelve oscuro


Que parece que todo se ha podrido

Y los detalles más nímios

Se convierten en grandes conspiraciones destructivas

Para que todo salga mal

Y pienses en morir sin decir

Adiós.

O como cuando no soportas la terrible normalidad

De los días de truenos y relámpagos

Y no eres capaz de salir a comprar espuma de afeitar

Porque no,

Una vida no puede estar tan programada

Y ser partícipe de su propio fluir,

Sano e imperturbable,

Por la corriente circular evolutiva.

O Como cuando intentas huir de las metáforas aplicables

A los encuentros intersociales deliberadamente atrofiados

Y no puedes dejar de pensar

Por encima de las voces

Las ganas que tienes de comer.

De comertelos a todos,

De engullir el mundo entero, deglutirlo

Y poder estar al fin tranquilo.

O como cuando quieres pero no quieres

Y acaba decidiendo la quietud.

O el paso del tiempo.

O el fin de la estación.

O Dios.

O nadie.

Una semana y media con dolor de rodillas.

Bueno,

hasta incluso

puede que al final

tengas la suerte

de ocupar tu tiempo de alguna manera

que no te haga pensar en funerarias.

Porque el juez siempre da su golpe de martillo

con la misma presión

aunque desde la ingravidez insalubre

en la que te meces

parezca que se ensañe.

No te extrañe

que de tanto decir

que te ibas a morir de pena

hayas tenido una vida de risa.

Y probablemente al final

acabes por pensar que conceptos como

malgastar el tiempo

o merecer la pena,

no merecen la pena.

Y también llegará el momento

que tu entorno deje de parecer un sueño

y veas que simplemente has estado durmiendo,

porque no te extrañe

que de tanto decir

que te ibas a morir de amor

hayas tenido una vida de mierda.

Conexión cósmica 2 : Acople hormonal entre neuronas y flujos.

No se si sabes que
(antes de empaquetar mis cosas
echar el cerrojo
ahuecar el ala
poner pies
con el suspiro de siempre
y la malévola benevolencia de mi corazón)
no iba a poder evitar
pasar media mañana
oliendo las bragas negras
que dejaste en el cesto de la ropa (sucia).

Espero que todo salga bien

Y que en algún momento

Todo este espeso nerviosismo

Se pierda con los malos pensamientos

Que se arremolinan y gritan.

Espero que todo salga bien

Y que en algún momento

La tristeza se disuelva en el mar

El mar se disuelva en la culpa

Y de la culpa se haga lluvia

Teniendo ganas de creer en algo bonito.

Espero que todo salga bien

Y que en algún momento

Pueda olvidar para siempre

Que te he perdido

Porque espero que todo salga bien

Y que en algún momento

Pueda pensar en vivir sin ti.

Y ahora que parece que el eterno retorno,
simbólico mikado de cicatrices de antebrazo,
definitivamente me alcanza,
pido un deseo.
Uno lento,
caliente y destructor.

De la vida, algo queda por ahí.
Pero ya no se le parece.

Canto a la vida



"La felicidad es solamente la ausencia de dolor"


Arthur Schopenhauer




El cielo está enladrillado y los pajaritos cantan. Las nubes se levantan y el arco iris multicolor tiene los ojos de Sailor Moon antes de que le viniera la regla.
Los perritos blancos de pelo rizado van por la acera dando saltitos, piando, al ritmo de los bastones gigantes de chocolate que hacen de semáforos sonoros para ciegos. Los coches son de colores cremosos y van de lado a lado con faros sonrientes. La gente viste ropas victorianas como las que llevarían los personajes de un cuento limpio de Charles Dickens y las papeleras no solo están vacías sino que de todas ellas salen miles de orquídeas blancas y lilas que perfuman toda la calle. Aquí el olor puede verse. Es dorado.
Desde aquí puedo ver a una niña de 11 años, con chapines de rubíes y vestido de Dorothy que levita sobre las puntas de sus pies con la naricilla empinada siguiendo la estela de tan sublime fragancia natural. Y está empezando a anochecer y la playa que hay a lo lejos, muy a lo lejos parece una mantita de terciopelo donde se arropa los pies el mar cuando tiene frío.

Las ventanas de los edificios son de azúcar glasé y dentro, la gente lame los cristales. Aquí todos los relojes tictactean por su cuenta y conforman el omnipresente latido del Universo. Son las 3 y las 7 y las 12 menos cuarto de lima limón. El tiempo y el espacio juegan juntos al Backgammon.
Una guitarra cruza un paso de cebra y el David de Miguel Ángel que conduce una Honda CB500 le dice buenos días tenga usted, señorita y así transcurre otro segundo más en Do mayor.
Aquí no hay dinero negro porque es de chocolate blanco. Y las mujeres se rellenan los pechos con serpentina multicolor. Desde dentro parece crema de jazmín. Hay un gato que maúlla a Mahler y tiene las uñas pintadas de rosa. El dueño llora de felicidad porque por fin ha podido acabar la Sinfonía no.10 Inconclusa y le da una galletita con sabor a salmón y buey. De fondo suena una ocarina y un ligero beep monótono. Es el ligero beep monótono de mi respirador artificial. El pulmón electrónico que me mantiene con vida de vegetal sin raíces. Estoy en coma profundo pero no importa, porque aquí no hay forma de mentir. Todo el mundo permanece fiel.

Los aviones no hacen ruido. Los aviones no hacen ruído.




Es probable que si algún día despierte, no tenga piernas y parte de mi cerebro esté dañado irreversiblemente, pero ahora me estoy comiendo un gofre de frutas silvestres del Amazonas con sirope de rocío. El sol huele a incienso y el asfalto es de regaliz. ¿Acaso importa?
Las bocinas de los coches suena a saxofón y una mujer con vestido rojo y zapatos negros hace pompas de jabón que forman la palabra evasión en el aire. Hay un hombre rezándole a las estrellas y una gaviota volando que se pinta los labios mirándose en un espejo de alas. La noche se acerca y sus pasos son las olas del mar. Y justo cuando un trueno avisa a todos de que va a empezar a llover, empieza a llover y veo las gotas caer sobre los plásticos de los invernaderos tropicales. Pienso en el amor. Soy un junco en la orilla del destino. Llueve sobre mis ojos abiertos.
Salgo a la calle con mi perro, que es un dálmata y tiene puestos unos patines en línea, y un caballero gordo con frac me dice que si puedo oírle, que cuantos dedos tiene aquí, que me van a bajar la medicación.
Las nubes forman la cara de mi madre cuando era joven y yo pequeño, aquel día que tenía los rulos puestos y yo me caí de la mesa y me di con la puerta del balcón en la cabeza y se me quedó esta cicatriz de aquí. La cara de mi madre, algodonosa, dice que si puedo abrir el otro ojo, que me quiere mucho, que tengo un hermanito que conocer. Y al decir eso, las gotas de lluvia se transforman en copos de nieve de un cielo que llora de alegría por mi vuelta a casa. Los pajaritos cantan y las nubes se vuelven a levantar. ¿Acaso importa?
Ahora las ruedas de los coches son caramelos sugus exclusivamente de piña. Yo sigo caminando por la calle que empieza a llenarse de gente y las aceras se ensanchan a cada paso y los carteles publicitarios son lenguas de gominola con picapica. La nieve cubre los coches y la gente sonríe y ríe y se ponen todos colorados de alegría. Se oyen botellas al descorcharse y los corchos son gorriones que salen volando en libertad. El pulso de la vida. Todo empieza con un beso.
Mi perro se queda rezagado porque está hablando con un payaso sobre las cualidades del Helio. Me paro frente a una Licorería y traspaso la cortina de whisky escocés. Nunca lo había probado. Dentro hay una anciana que tiene un vaso en forma de bombilla gigante en cada mano. Las uñas son de todos los colores juntos y van cambiando según les de la luz. Huele a azúcar quemado, a crema catalana. A viaje interestelar. Yo he estado allí.
La anciana me dice que beba, que pronto estaré en casa. Y yo bebo y bebo, porque está templado, agradable al paladar como si fuera una ciruela tersa que te roza las plantas de los pies, y sabe a galletitas saladas. Sabe a pizza recalentada con salsa barbacoa. Sabe a estar de vuelta.


El mundo se disipa lentamente dejando tras de sí mil olores entremezclados que conforman mi nuevo y psicológico líquido amniótico. Ha habido un nuevo Big Bang de lacasitos y confeti. No veo a mi perro, que se ha quedado atrás, pero veo a una mujer igual que mi madre pero con el pelo terriblemente blanco. Yo soy el que vuelve. El que puede decir que ha vivido. Tiene los ojos surcados de arrugas que antes no estaban. Los labios brillantes de ilusión y, temblorosa, me dice feliz vuelta a casa, mi amor.


Echo de menos la insensibilidad.
Tengo media cara paralizada para siempre y uno de los ojos se me está secando y dentro de poco habrá que cortarlo. Pero me da igual porque dentro puedo guardarme la goma si es que sigo teniendo siete años.