La habitación estaba oscura y no iba a ser menos en ese día, lleno de oscuridades por todos
los rincones, y no solo los de la casa. Sobre la cama, desordenada, sucia, maloliente y
mohosa, que gobernaba el rincón derecho, yacía el antaño extraordinario cuerpecito de Cindy, desmembrado, ensangrentado y de un amarillo macilento como los girasoles
de Van Gogh.
Él no había tenido ningún tipo de prisa a la hora de darle muerte. Dolorosa y lenta muerte, aquella mañana del mes de Mayo.
Se había regocijado metiendo imperdibles recalentados y huntados en vinagre por debajo de sus uñas, después de quitarle con acetona y algodón el esmalte morado brillante que tenía de la noche anterior. Había disfrutado como un enano rajandole las uñas con una cuchilla de afeitar integrada en un soporte carcelario, para después, con gran sonrisa húmeda, arrancarle trozo a trozo los pedazos astillados que habían quedado incrustrados en la vinagrosa carne al rojo vivo de la parte interior.
El día anterior, había comprado en un hipermercado dos metros de soga áspera y rígida para las labores de atado y asentamiento, como él insistía en llamarlas."La premeditación es el primer punto a favor del partido que irremediablemente voy a ganar", solía decirse todas las mañanas al levantarse y afeitarse el escaso bello facial que le afanaba en salir delante del espejo, el mismo espejo que al minuto siguiente, era presente de sus siempre presentes lavabos exhaustivos de cara, manos y cuello, con loción y crema hidratante para posibles poros descarriados.
Y tenía razón , una vez más y como siempre. Si no fuera por los dos metros bien despachados de soga áspera y rígida, no hubiera sido posible realizar todo lo que esa tarde-noche-mañana se logró realizar, para éxtasis y buena templanza del autor.

chicoostra 28 febrero de 1959

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